Faltan 96 días para el verano, dice Crónica
y por primera vez dice mal: 
la caída suspende algunas fechas.
Lo que no nos pasó se mudó
para siempre al lado nuestro y
las cuentas regresivas son un
bache que vive de las caras tapadas.

Para la nona el tiempo es el ropero:
Se duerme mirando para ahí porque
de la ventana para afuera ya nadie la incluye.

Las heridas no salen, se quedan dando vueltas en historias
que se repiten y se cuentan limpias de pecados por lealtad.

Hay milagros que habitan en la dignidad del que recuerda
los vestidos de la hija que no pudo donar a la iglesia,
los mamelucos de su marido muerto que sigue lavando,
las camisetas blancas listas para cuando llegue un nieto mojado,
los repasadores que usa solo para situaciones especiales,
los manteles que compró hace 15 años y aún no pudo estrenar.

Lo inevitable y lo que ya no se usa pasa todo junto.
En ese ropero nadie usa dos verbos para decir ser y estar
porque no es posible estar sin ser al lado de amores
que no van a crecer en otro lado.

Decidió habitar las ausencias para cuidarlas.
Pero hoy se olvido.
Por primera vez se olvido.
No de cuidarlas. Sino de distinguirlas.
Todos calculan el tiempo que falta para cosas
que no tienen muy en claro: para que haya menos
muertos, menos contagios, menos cierres, una vacuna;
pero nadie cuenta lo que falta para
no reconocer lo que no se puede olvidar.

Cada día que pasa, mi nona tiene un recuerdo menos.
Y al igual que con los nuevos muertos,
no se pudo despedir de ninguno.