25/04/2025 - Edición Nº808

Internacionales

No entendió el chiste gallego

España: La política se debate entre la libertad de expresión o la provocación

10/04/2025 | El reciente cruce entre Pablo Iglesias y el periodista Vito Quiles reabre el debate sobre los límites de la libertad de expresión, el rol del periodismo y el lugar que ocupan el agravio y la provocación en el debate democrático.



La escena se volvió viral en cuestión de minutos cuando Pablo Iglesias, ex vicepresidente del Gobierno de España y referente de la política izquierdista, lanza el micrófono de Vito Quiles al aire tras un cruce con el periodista, figura habitual del ecosistema mediático de la derecha española. "Me das asco", le dice Iglesias. Inmortalizando otro evento donde la incomodidad de los políticos se transforma en agresión.

Más allá del impacto visual del episodio, el fondo del asunto es mucho más profundo. ¿Dónde empieza y dónde termina la libertad de expresión? ¿Cuándo una provocación deja de ser legítima? ¿Y quién tiene la autoridad para etiquetar a alguien de fascista?

La libertad de expresión es, sin duda, un pilar básico de cualquier democracia. Sin ella no hay debate, no hay control al poder, no hay espacio para la disidencia. Pero eso no significa que todo valga. Las leyes, tanto internacionales como nacionales, marcan ciertos límites como la difamación o la incitación a la violencia, las cuales no están amparadas por este derecho. El problema es que, en la práctica, esas líneas se han vuelto cada vez más difusas, especialmente en un contexto de polarización y crispación permanente.

Vito Quiles es un tipo de periodista que no busca matices ni equilibrios: su estilo es confrontativo, ideológico y provocador. Su forma de informar pasa por incomodar. En ese contexto, su presencia en un espacio vinculado a la izquierda puede ser entendida como un gesto deliberado de provocación. Pero, ¿eso justifica la reacción de Iglesias? ¿O más bien es una señal de hasta qué punto hemos perdido la capacidad de convivir con el disenso?


 

En ciertos sectores progresistas, el uso del término "fascista" para referirse a periodistas de derecha se ha vuelto casi automático. Pero banalizar esa palabra no solo debilita su peso histórico, sino que convierte el debate en una guerra de etiquetas. Y eso no ayuda a nadie. Acusar sin pruebas, generalizar, demonizar, son también formas de violencia.

Del otro lado, hay periodistas que, amparados en la libertad de prensa, practican lo que en realidad es hostigamiento o desinformación. La pregunta incómoda es: ¿hasta qué punto una democracia debe proteger a quienes la usan para dinamitarla desde adentro?

La libertad de expresión no es impunidad. Tampoco es inmunidad frente a la crítica. Es el derecho a disentir, incluso cuando ese disenso incomoda. Pero con derechos vienen responsabilidades: informar con rigor, criticar con argumentos, convivir con la diferencia.

El episodio entre Iglesias y Quiles no es solo un cruce más. Es el reflejo de un clima donde la provocación se ha normalizado y donde las palabras se usan como armas. Tal vez ha llegado el momento de preguntarnos si todavía queremos dialogar o si simplemente vamos a seguir gritándonos desde trincheras opuestas.