
En una nueva etapa de la guerra comercial, China ha asumido un rol que décadas atrás habría parecido impensado: el de defensora del comercio global. Este miércoles, la Casa Blanca, bajo la presidencia de Donald Trump y tras una serie de tensiones con Beijing, anunció un aumento del 125% en los aranceles a productos chinos. La medida, presentada como un esfuerzo para proteger la industria nacional ante las prácticas económicas injustas atribuidas a China, fue duramente cuestionada por el gobierno chino.
Antes de este último anuncio de Washington, una respuesta del lado chino ya había captado la atención por su fuerte carga simbólica. Mao Ning, vocera del Ministerio de Asuntos Exteriores, publicó en redes sociales un video de 1987 en el que Ronald Reagan —ícono del republicanismo estadounidense y defensor del liberalismo clásico— criticaba el proteccionismo y defendía el libre mercado como motor de prosperidad. Al citar a Reagan, Beijing no solo respondió con ironía, sino que se colocó en el lugar que históricamente habría correspondido a Washington.
Lejos de su pasado como economía cerrada, China ha logrado posicionarse como un actor central en el comercio internacional. Su modelo no es liberal ni completamente abierto, pero ha comprendido que, en la era de la interdependencia, levantar barreras puede resultar más costoso que abrir los mercados. Su defensa del libre comercio es, en efecto, una estrategia: protege sus cadenas de suministro, fomenta la inversión extranjera y proyecta un "poder suave" que potencia su influencia global.
Desde su ingreso a la Organización Mundial del Comercio hasta la expansión de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China ha construido una imagen de promotora de una globalización pragmática, alejada de la retórica ideológica pero eficaz en sus objetivos. En contraste, Estados Unidos parece replegarse: bajo la bandera de la seguridad nacional y la defensa del empleo local, recurre cada vez más a medidas proteccionistas que contradicen décadas de discurso donde estas políticas eran vistas con recelo.
La paradoja es tan reveladora como contundente. La nación que históricamente encarnó los valores del libre mercado hoy se encierra en una economía proteccionista, mientras que la gran potencia estatalista del siglo XX aboga, aunque sea por pragmatismo, por la apertura y la cooperación. Beijing ha sabido adaptarse a las reglas del capitalismo global sin renunciar al control político interno. Washington, en cambio, parece dispuesto a sacrificar su legado económico con la esperanza de recuperar un dominio que no está claro si podrá restaurar.
Por otro lado, políticos, periodistas y analistas que se identifican con la derecha insisten en justificar las medidas proteccionistas del presidente Trump, señalando que se trata simplemente de una estrategia política. Algunos incluso evocan el caso de la administración Reagan frente a Japón en los años 80, donde los aranceles habrían disciplinado a Tokio. Sin embargo, aunque esta narrativa puede contener elementos parciales de verdad, la comparación entre Reagan y Trump es, en el mejor de los casos, engañosa.
Podríamos entender las políticas arancelarias de Reagan como una suerte de acupuntura estratégica: intervenciones puntuales con un fin concreto. En cambio, lo que propone Trump se asemeja más a una política de machetazos, indiscriminada y de efectos colaterales poco medidos. Esta equiparación, en definitiva, cae en una falsa equivalencia: se comparan ejemplos que no son ni remotamente comparables.
Estados Unidos haría bien en escuchar las lecciones de su propia historia. Hoy, el liderazgo económico global ya no se mide únicamente por el PIB o la innovación, sino por la capacidad de sostener un orden internacional abierto y funcional. En un contexto donde el nacionalismo económico gana terreno, Xi Jinping —con pragmatismo y firmeza— ofrece una defensa estratégica del comercio global. El tablero ha cambiado, y con él también los roles que cada potencia parece dispuesta a asumir en el escenario global, al menos en apariencia.
Ronald Reagan vs. Tariffs: 1987 speech finds new relevance in 2025 pic.twitter.com/pAOKkNpK3w
— Mao Ning 毛宁 (@SpoxCHN_MaoNing) April 7, 2025
En cualquier caso, la historia y la idiosincrasia de China, su cultura política y su forma de encarar los desafíos, permiten anticipar que no cederá ante ninguna presión externa y que, si se ve forzada a responder, lo hará con una contundencia pocas veces vista.