27/04/2025 - Edición Nº810

Internacionales

Semana Santa y memoria

El martirio de la Madre Apolonia: asesinada y convertida en chorizo por milicianos republicanos españoles

17/04/2025 | Apolonia Lizárraga fue más que una monja. Fue una mujer de fe, inteligencia y liderazgo, brutalmente asesinada por su religión. A días de la Semana Santa, su historia recuerda el precio que pagaron miles por sostener una cruz frente a las balas del odio ideológico.



En tiempos donde la Semana Santa nos invita al recogimiento y la memoria de los mártires, hay historias que claman por no ser olvidadas. La de la Madre Apolonia Lizárraga, superiora general de las Carmelitas de la Caridad, es una de ellas. No murió en un campo de batalla ni en una cárcel por traición, sino por portar un hábito. Por ser monja. Por no renegar de su fe en Jesucristo.

Era el verano de 1936, y España ardía en llamas ideológicas. Mientras en el frente se libraban combates entre bandos, en la retaguardia republicana comenzaba una de las persecuciones religiosas más atroces de la historia reciente de Europa. Iglesias quemadas, sacerdotes fusilados, monjas violadas, cristianos silenciados. En medio de ese infierno rojo, Apolonia Lizárraga fue una de las víctimas del odio revolucionario.

Nacida en Navarra, su vida fue la de una mujer entregada por completo a Dios y al prójimo. Desde joven se formó como religiosa y fue ascendiendo por méritos propios hasta liderar una de las congregaciones femeninas más importantes del país. Sabía lo que venía: había advertido a sus hermanas antes del estallido de la guerra. “Nos toca ser fieles, aunque duela”, repetía.

Cuando los milicianos asaltaron el convento de Vic, ella no huyó. Se quedó para proteger a sus hermanas y ayudarlas a escapar. Fue arrestada en Barcelona y trasladada a la checa de San Elías, un lugar que se transformó en cámara de torturas al servicio del rencor anticristiano. Allí fue torturada con saña. Lo que hicieron con su cuerpo después supera cualquier descripción racional.

Apolonia fue asesinada y su cadáver fue arrojado a los cerdos. Los restos fueron utilizados para fabricar chorizo. Sí, los milicianos republicanos lo ofrecían como “chorizo de monja” en los bares de la ciudad, jactándose de su crimen. Esa imagen, tan cruda como simbólica, encierra todo el desprecio a lo sagrado que anidó en ciertos sectores del bando republicano durante la Guerra Civil.

En 2007, la Iglesia reconoció oficialmente su martirio. El Papa Benedicto XVI la beatificó, junto a decenas de víctimas de aquella persecución. Hoy, su nombre resuena con más fuerza que nunca como símbolo del precio que algunos están dispuestos a pagar por no arrodillarse ante el odio.

Apolonia Lizárraga no portaba armas ni dirigía conspiraciones, solo tenía un rosario entre las manos y una certeza en el corazón: que no hay poder terrenal que pueda apagar la luz de la fe. Su historia no debe ser borrada ni relativizada. En estas fechas, recordarla es un acto de humanidad. 

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