
por Octavio Majul
Tres días de funcionamiento del nuevo esquema cambiario parecen haber revertido la tendencia negativa que el Gobierno arrastraba desde la estafa LIBRA. Como si hubieran retomado el timón del barco. La discusión pública ahora es si ese timón es efectivamente conducido por el Gobierno o por el FMI. Quienes sostienen que es ahora el FMI el que dirige la política económica recuerdan que Javier Milei sostuvo que sólo con la inflación en 0% procedería a levantar el cepo y que el tipo de cambio convergería en los 600 pesos.
Pero la salida del cepo -que todavía hay que discutir si realmente es una salida al cepo- se produjo con un 3,7% de inflación y el precio del dólar flotará entre dos bandas de $1.000 y $1.500 respectivamente. Así las cosas, la nueva política cambiaria se ajusta en realidad más a las exigencias del FMI que al plan proyectado anteriormente por el Gobierno.
Este volantazo económico tiene sus ecos en el plan político del oficialismo. Es que la fantasía del crawling peg del 1% mensual y la expectativa de una inflación anual del 18% se ajustaba al delirio mesiánico más que a la realidad, pero le garantizaba al Gobierno una paliza electoral y la confirmación, viendo la inexistencia de oposición, de un cambio de época en la Argentina provistas por el mago de la lucha contra la inflación. Con una Argentina que ya había hecho su gran esfuerzo en 2024, 2025 sería tiempo de estabilidad y mejoras. El 2025 no podía ser peor que el 2024. La profecía debería empezar a cumplirse.
Pero el 2025 trajo viejos dolores de cabeza y una advertencia. El 2025 puede ser peor que el 2024 porque, encima, lo presupone y lo incluye. La estabilidad es hoy más una promesa sostenida sobre algodones que requiere de las buenas intenciones de partes que exceden al Gobierno. Lejos de repuntar la situación cotidiana de los argentinos, todos volvimos a sentir en el cuerpo déjà vus de escenarios ya vividos, amenazando el carácter novedoso y game changer de Milei.
La estrategia de precios de las empresas en febrero (pricing), el mercado del dólar futuro y el desarme de las tenencias en bonos en pesos anticipó una devaluación y comenzó una presión sobre el tipo de cambio con una concomitante suba de la inflación. La presión sobre el tipo de cambio, primero negada y luego admitida, que además sucedía en el marco de las negociaciones con el FMI, tuvo como respuesta la nueva política cambiaria. Pero sin ancla cambiaria, se corre el riesgo de perder el ancla política. Y aquí el escenario sí es novedoso.
En un sentido histórico, Milei parece tener el 2018 de Macri en su 2017. A diferencia del 2017, donde un ancla cambiaria le facilitó ganar las elecciones de medio término, en 2018 -luego de haber quemado dólares para ganar elecciones- el macrismo, tras acordar con el FMI, sufrió los vendavales de jugar a dos bandas.
En 2018 la inestabilidad del tipo de cambio y su uso como un “termómetro político” fue minando la legitimidad de la gestión económica del Gobierno, posponiendo cada vez más las buenas noticias que llegarían después del esfuerzo y desnudando una incapacidad de anticipar el mercado. Un año después, en 2019, perdieron las elecciones.
Hoy el mileísmo enfrentará las elecciones cediendo en la previa el termómetro político al tipo de cambio y su pass-through que juzgarán si son expertos en crecimiento o no. La buena noticia es que ese sinceramiento nos ahorrará muchos dólares, de los que siempre debemos, a los argentinos. Pero la inflación sigue en alza y se espera que el número de abril esté alrededor del 5%, así que no hay en realidad buenas noticias.
Da la sensación de que si mayo y junio siguen en la misma senda, a Milei le revocarían el diploma del mago de la lucha contra la inflación y, con eso, el halo protector que legitima todas sus conductas, incluída la estafa Libra. Si eso alcanza para una derrota política parece depender del dramatismo del dólar y su flotación. De la oposición no se espera demasiado.