
Lo que comenzó como manifestaciones estudiantiles en favor del pueblo palestino ha mutado, en las principales universidades de EE.UU., en una peligrosa banalización del antisemitismo. Instituciones como Harvard y Columbia, símbolos históricos del pensamiento liberal, hoy enfrentan críticas severas por convertirse en espacios donde se tolera—e incluso se promueve—un discurso hostil hacia el pueblo judío, todo camuflado tras banderas palestinas y lemas progresistas.
En Harvard, el grupo Palestine Solidarity Committee (PSC) organizó una protesta el 7 de octubre de 2024, coincidiendo con el aniversario del brutal ataque de Hamas a civiles israelíes. Esta fecha no fue casual: la manifestación no solo evitó condenar el terrorismo, sino que celebró abiertamente una causa cargada de violencia y extremismo. El PSC fue sancionado, pero no disuelto. La universidad apenas impuso una leve "sanción disciplinaria" administrativa, como si se tratara de una infracción menor.
Más grave aún es que el gobierno federal, bajo la administración de Donald Trump, tuvo que intervenir para frenar el desvío ideológico de estos centros educativos. Más de 2.200 millones de dólares en fondos federales fueron congelados a Harvard, exigiendo reformas estructurales que incluyeran el desmantelamiento de oficinas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), espacios que en muchos casos han servido como plataforma para ideologías polarizantes y discriminatorias contra estudiantes judíos.
Columbia University también ha sido señalada. Las protestas, disfrazadas de activismo social, se han transformado en espacios donde se banaliza el antisemitismo y se enaltece la narrativa del victimismo selectivo. Aquí también la administración federal congeló fondos y exigió cambios estructurales que buscan devolver algo de equilibrio y responsabilidad institucional.
A pesar de los esfuerzos del gobierno, las universidades se han defendido en nombre de la "libertad de expresión". Pero ¿puede llamarse libertad al silencio frente al odio? ¿O a la celebración de una organización como Hamas, reconocida internacionalmente como terrorista? El debate no es sobre Palestina o Israel. Es sobre el límite entre el activismo legítimo y la incitación encubierta al odio.
Scenes from a recent Harvard graduation. Shocking that a university once seen as the gold standard, and founded as a divinity school, has fallen into the hands of those who hate America, hate Jews, and glorify terrorism.
— StopAntisemitism (@StopAntisemites) April 15, 2025
Their failure to denounce hatred will continue to cost… pic.twitter.com/p9uvOF8pDY
El problema no es un grupo aislado de estudiantes radicalizados. Es la permisividad institucional, la cobardía de los rectores, la transformación de las aulas en trincheras ideológicas. Las universidades, que deberían formar ciudadanos críticos y responsables, están incubando una intolerancia disfrazada de justicia social.
Si el antisemitismo se enmascara con consignas políticamente correctas y se tolera desde los rectorados, entonces la élite académica habrá dejado de ser faro del pensamiento libre para convertirse en cómplice del fanatismo. Y eso, más que un fracaso educativo, es una traición moral.