25/04/2025 - Edición Nº808

Política

Opinión

Santa Fe, primer aviso

19/04/2025 | A una semana del primer test del año, ¿qué conclusiones pueden extraerse de una elección tan trascendental como desabrida?


por Tomás Trape


El pasado domingo se llevaron a cabo las primeras elecciones legislativas del 2025 en Argentina. En un clima generalizado de desinterés, donde las campañas se desarrollaron con timidez, incluso con vergüenza, los santafesinos eligieron a quienes tendrán en sus manos la responsabilidad —ni más ni menos— de reformar la Constitución provincial, vigente desde hace 63 años. 

En Rosario, ciudad emblemática por ser cuna de la Bandera Nacional y cuya población representa el 37,5% del padrón electoral de Santa Fe, la apatía no fue menor. El desinterés fue palpable en las calles, en los medios y en las urnas. Ante este panorama, cabe preguntarse: ¿qué conclusiones pueden extraerse de una elección tan trascendental como desabrida?

La política nos invita a vivir su propio reality, que como pasa con estos shows televisivos, suelen estar guionados. Alianzas inesperadas, traiciones calculadas, reconciliaciones mediáticas, denuncias cruzadas e indignaciones estratégicamente distribuidas componen la narrativa que busca captar nuestra atención... y, por supuesto, nuestro voto

Pullaro, victorioso.

Pero, ¿qué vínculo real puede establecer un vecino promedio con un funcionario que ocupa cargos públicos desde hace 25 años? La respuesta es, en la mayoría de los casos, muy poco. Entonces, ¿cómo se construye identificación con estas figuras?

Desde hace tiempo, la política se ha convertido en una sofisticada tecnoestructura: asesores de imagen, expertos en comunicación, fotógrafos, politólogos, influencers y hasta inteligencia artificial encarnada en bots, trolls y memes forman parte del engranaje de la maquinaria dispuesta. 

Así como los escritores crean ficciones, los políticos hacen lo mismo pero juran que es verdad. No importa lo exhausto que esté el pueblo o lo remanido de los argumentos que se evoquen, la democracia en Argentina juega una final del mundo cada dos años. O, al menos, eso es lo que nos cuentan.

En la provincia de Santa Fe, apenas el 55% del padrón electoral acudió a votar; y en Rosario, la participación fue aún menor, alcanzando tan solo el 54,03%. Son cifras que remiten más a democracias de baja intensidad, donde el voto no es obligatorio, que a un país como Argentina, donde el sufragio es tanto un derecho como una obligación. 

La jornada electoral del pasado domingo no solo se convirtió en la de menor asistencia desde el retorno de la democracia en 1983, sino que también confirmó el descenso sostenido de la participación ciudadana, una tendencia que ya lleva casi una década afianzándose. En una nota publicada por Suma Política, la periodista Laura Hintze recoge el análisis del politólogo Facundo Cruz, quien advirtió en la red social X: "Si se cuentan los votos nulos, impugnados y en blanco en toda la provincia, se alcanza casi un 10% del total. Apatía total: están los que no saben nada, y están los que no quieren saber nada".

La frase condensa con crudeza el estado de ánimo de una ciudadanía que, entre la desconfianza y la indiferencia, acude al deber cívico sin expectativas. Votar se ha vuelto, para muchos, en un acto ritual sin impacto real, un deber cívico sin contenido, casi automático. 

La democracia, entonces, sigue funcionando formalmente, pero pierde potencia como experiencia colectiva y espacio de transformación. Y sin participación, la legitimidad comienza a resquebrajarse, abriendo el juego a nuevas formas de representación —algunas alternativas, otras francamente peligrosas— que crecen en el vacío que deja la política tradicional. 

La baja participación ya no puede explicarse únicamente por el cansancio o el desinterés coyuntural: hay un desencanto estructural, profundo, con un sistema que se percibe como distante, opaco y funcional a intereses ajenos a los del ciudadano común. 

@rcantoia

Karina Milei y su debut como armadora

El oficialismo nacional, incapaz de contener sus propios conflictos internos, enfrenta una nueva crisis de identidad y conducción. Fiel a su manual de supervivencia política —ese que indica amputar un miembro cada vez que algo sale mal— ahora busca respuestas al pobre desempeño de sus representantes en Santa Fe. 

La lista encabezada por Nicolás Mayoraz no logró superar los 15 puntos porcentuales, y lo poco que se pudo rescatar en términos de resultados provino de figuras promovidas por Patricia Bullrich. Tal es el caso del periodista Juan Pablo Aleart, que le ganó la interna mediática al oficialista Ciro Seisas, y del intendente de Las Rosas, Javier Meyer, con un buen desempeño en el departamento Belgrano. 

Armadores. El "Triángulo de Hierro".

Meyer es un caso interesante por ser un proto-libertario antes del surgimiento formal del sello de La Libertad Avanza (LLA), y tejió su vínculo con Bullrich en 2015, durante el gobierno de Mauricio Macri, a raíz de un conflicto con el gremio municipal de Las Rosas. 

Desde entonces, consolidó su liderazgo local: fue reelecto en 2019 con casi el 70% de los votos y en 2023 con el 65%. Su caso parece más una excepción que una regla dentro de la constelación libertaria.

Como relató el periodista Fabricio Navone, la interna libertaria en Santa Fe se evidenció apenas comenzó la campaña: Karina Milei rechazó un acuerdo con Amalia Granata y optó por disputar en soledad bajo el sello de LLA, decisión que en vista de los resultados parecería ser un grosero error estratégico, ya que la mediática rosarina dividió votos y estuvo cerca de desplazar del tercer lugar a Mayoraz, candidato puro del espacio. 

Patricia Bullrich le reprocha a Karina no solo la derrota, sino también una gestión electoral caótica y sin experiencia. A medida que la campaña avanzaba, el desempeño de los candidatos no mejoraba. 

“Al candidato libertario no lo acompañaron ni para ir a votar y tuvo que sacarse una selfie con el papelito del voto”, ironizaron desde adentro, aludiendo a una imagen solitaria de Mayoraz con su boleta en mano. El resultado fue una campaña sin brújula, con liderazgos fragmentados y sin una narrativa clara.

Mientras tanto, Santiago Caputo intenta capitalizar el resultado de Amalia Granata. En redes sociales, los tuiteros afines, conducidos por el Gordo Dan, celebraron la elección de Eugenia Rolón en el departamento de San Lorenzo e ignoraron deliberadamente al candidato promovido por Karina. 

Lo que está emergiendo en Santa Fe es el síntoma visible de una interna feroz: distintas fuerzas pujan por quedarse con la conducción de LLA. El espacio muestra características propias de un “kirchnerismo inverso”: una conducción cerrada, personalista y volátil, con escasa tolerancia interna y manuales de acción política sorprendentemente similares. En un año electoral donde se esperaba orden y estrategia, lo que se impone es la desorganización. Se dice muchas veces que la política es un oficio de un solo error, pero antes de pedir explicaciones hace falta determinar quién lo cometió. 

La triada conformada por Karina Milei, Patricia Bullrich y Santiago Caputo deberá revisar sus estrategias con urgencia si no quiere repetir tropiezos en octubre, tanto en la Ciudad de Buenos Aires, donde ya quedó afuera Ramiro Marra, como en la provincia de Buenos Aires, con el incierto futuro de José Luis Espert.

Conclusiones e intuiciones 

Algunas apreciaciones finales para despejar mitos y leyendas que circularon con soltura tras el domingo electoral: Juan Pablo Aleart (LLA–Patricia Bullrich) fue el candidato más votado pero la fuerza que efectivamente cosechó más sufragios fue el peronismo, que logró consolidar más rápidamente su tercio a través de la figura de Juan Monteverde

Aunque, por ahora, ese tercio se parece más a un cuarto. El dato es impreciso y su margen de error considerable, debido tanto a la baja concurrencia como a la dispersión de votos entre una multiplicidad de listas. 

Lo cierto es que LLA no hizo en Santa Fe la elección que esperaba: su candidato por distrito único, Nicolás Mayoraz, obtuvo menos de los votos que Javier Milei había cosechado en la provincia durante su carrera presidencial. Este resultado también confirma otro dato que se murmura en voz baja: la casi desaparición del PRO como partido y sello político, absorbido en gran parte por el crecimiento de LLA y su caótico pero eficaz modo de reclutar voluntades.

Juan Monteverde, emergente.

Pullaro logró algo inédito en más de seis décadas de historia política santafesina: articular una alianza lo suficientemente sólida como para controlar ambas cámaras legislativas, impulsar desde ahí una reforma constitucional largamente postergada y, además, imponerse con contundencia en la elección de convencionales. 

Su lista obtuvo más del doble de los votos del segundo puesto, se impuso en los 19 departamentos de la provincia y logró 33 de los 69 escaños en disputa, quedando apenas a un par del quórum propio. No perdió en ninguna ciudad ni pueblo. Su liderazgo se consolida tanto a nivel interno como nacional. Y lo hace jugando con equilibrio: eligió no confrontar abiertamente con Milei en campaña, le facilitó los votos clave para la Ley Bases y el rechazo a la comisión por el escándalo de Libra, pero al mismo tiempo le disputa el modelo desde lo concreto: defiende retenciones diferenciadas, interviene activamente en la economía y reivindica una versión territorializada del Estado. Pullaro juega en una cuerda floja, pero por ahora no pierde el equilibrio.

En el plano del peronismo provincial, la elección dejó un reordenamiento inevitable. Fragmentado en al menos tres espacios, el justicialismo comienza a dejar atrás su anterior distribución de poder. Marcelo Lewandowski, quien supo ser su figura más destacada en los últimos seis años, sufrió un golpe duro: terminó en quinto lugar, con apenas un 8% de los votos, y lo hizo además desde fuera del sello partidario. 

En cambio, Monteverde leyó mejor el momento. Decidió tejer acuerdos con sectores del PJ y competir dentro del armado oficial. Esa estrategia, aunque lo vinculó con figuras altamente cuestionadas como el senador Armando Traferri —acusado de asociación ilícita y corrupción—, le permitió aumentar su capital político. Su espacio deja de ser marginal y comienza a ser determinante. Como dijo el referente del Movimiento Evita Ignacio Rico, “una fuerza sin política pero con recursos es solo un aparato; una fuerza con política pero sin recursos es testimonial”. Monteverde parece estar en el punto justo donde ambos factores empiezan a combinarse.

Finalmente podemos decir que Pullaro ganó porque, con el resultado obtenido, no necesitará grandes alianzas ni esfuerzos adicionales para avanzar con su reforma constitucional y reelección. 

Juan Pablo Aleart ganó porque logró saltar de conductor de televisión a candidato a intendente con posibilidades reales. Juan Monteverde ganó porque conduce ahora al peronismo viniendo de fuera del movimiento y mantiene expectativas ciertas de ganar la ciudad. Amalia Granata ganó porque consolidó su lugar en la escena santafesina y se posicionó como figura clave en la negociación de espacios. Incluso la vieja guardia del PJ santafesino —en sus propios términos— ganó, porque asegura su supervivencia bajo nuevo branding. 

Para quienes no son de la zona y sienten que la danza de nombres y siglas no alcanza para dimensionar el mapa, lo diremos más simple: en 2027, en Santa Fe, los tres actores decisivos serán Javier Milei, Maximiliano Pullaro y Juan Monteverde ¿El pueblo ganó? Esa es otra discusión. Por lo pronto, habrá que preguntarse dónde está.