
El 15 de junio de 1945, en la aldea de Ourous, Guinea, nació Robert Sarah. Entre arrozales y oraciones descubrió la fe católica recién llegada con los espiritanos. A los doce años, mochila al hombro, dejó el poblado para internarse en el seminario menor de Bingerville, Costa de Marfil. Aquella partida abrió una ruta que lo llevó a Dakar, Jerusalén y Roma, moldeando un temperamento recio, amigo del silencio y de la memoria de los mártires africanos.
Con solo treinta y cuatro años, Juan Pablo II lo nombró arzobispo de Conakry. La Guinea de entonces sufría la mano dura de Ahmed Sékou Touré. Sarah recorría las parroquias en bicicleta, celebraba misas en patios escondidos y defendía la libertad religiosa delante de los comisarios políticos. Esa etapa lo marcó de por vida y le labró fama de pastor que no negocia la verdad.
Entre los sectores conservadores católicos, el cardinal Robert Sarah es uno de los grandes favoritos para suceder al Papa, y no está del todo en la misma línea que Bergoglio... pic.twitter.com/JA2Pp4ndyB
— Alejo Schapire⚡️ (@aschapire) April 21, 2025
Su huella africana no pasó inadvertida en Roma. En 2001 lo llamaron para trabajar en la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y, en 2010, Benedicto XVI lo creó cardenal. Francisco le confió luego la Congregación para el Culto Divino, donde impulsó una liturgia sobria con misa ad orientem, largos momentos de silencio y canto gregoriano. El experimento irritó a quienes buscaban una Iglesia más creativa y terminó en su relevo en 2021, pero no en su retiro. Con best‑sellers como 'Dios o nada' y 'Se hace tarde y anochece', traducidos a quince idiomas, denunció lo que llama la colonización cultural de Occidente y la reducción del ser humano a simple consumidor.
Hoy encarna el rostro intelectual del tradicionalismo. Defiende el celibato sacerdotal, advierte contra la ideología de género y sostiene que la liturgia ha de mostrar un anticipo del cielo, no un espectáculo. Sin embargo, su prédica social no es menos contundente: fustiga el extractivismo, reclama al norte global la deuda ecológica con África y denuncia la trata de personas como la esclavitud de este siglo. Esa mezcla de conservadurismo moral y denuncia anticolonial seduce a jóvenes que descubren el encanto de la misa antigua y a fieles africanos que encuentran en él una voz propia frente al discurso europeo.
Dentro del Colegio Cardenalicio, Sarah reúne la simpatía de quienes añoran un equilibrio doctrinal tras la década de Francisco. Lo respaldan varios purpurados creados por Benedicto XVI, pero lo observan con recelo los defensores de la sinodalidad que temen un frenazo a las reformas. El calendario juega en su contra: si el cónclave se demora más allá del 15 de junio de 2025, cumplirá ochenta años y perderá su voto, un antecedente que históricamente reduce las chances de ser electo.
La elección de un Papa africano sería un hito. El continente pasó de dos millones de católicos en 1900 a más de 230 millones en la actualidad, el crecimiento más veloz de la Iglesia. Un pontífice de Guinea señalaría el desplazamiento del eje espiritual hacia el Sur y daría protagonismo a comunidades que viven entre la pobreza y la violencia. Con su experiencia bajo dictaduras, Sarah también aportaría credibilidad para mediar en los conflictos del Sahel o de Sudán del Sur, lugares donde la Iglesia suele ser la única estructura en pie.
Cardinal Sarah. Our hope! pic.twitter.com/alKg8WkRvP
— Dominik Tarczyński MEP (@D_Tarczynski) April 21, 2025
Si llegara al trono de Pedro, su prioridad sería revitalizar la vida interior y devolver centralidad a la Eucaristía. Para unos, eso significaría cerrar puertas; para otros, reavivar las raíces. Su pontifica dosería una revolución silenciosa, preocupado sobre todo por convertir corazones más que por rediseñar estructuras. Falta saber si la Capilla Sixtina elegirá el camino del rigor contemplativo o seguirá explorando la lógica de la apertura.