
Raymond Leo Burke nació el 30 de junio de 1948 en Richland Center, Wisconsin, en una familia católica de ascendencia alemana. Ordenado sacerdote en 1975 por el papa Pablo VI, su formación canónica lo llevó a estudiar en Roma y especializarse en derecho canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana. Desde sus primeros pasos en la jerarquía eclesial, se destacó por una defensa rigurosa de la doctrina y de la liturgia tradicional.
Fue nombrado obispo de La Crosse en 1994 y más tarde arzobispo de St. Louis. Durante su gestión, ganó notoriedad por negarse públicamente a dar la comunión a políticos que apoyaran el aborto legal, entre ellos el senador demócrata John Kerry. Esta postura lo convirtió en referente del catolicismo conservador estadounidense. En 2008, Benedicto XVI lo nombró prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, el más alto cargo judicial del Vaticano.
Con la llegada de Francisco, Burke pasó rápidamente a ocupar un lugar crítico. Cuestionó públicamente la apertura pastoral del Papa hacia los divorciados vueltos a casar, participó de las famosas "dubia" (preguntas formales) enviadas en 2016 al pontífice sobre la exhortación Amoris Laetitia y denunció una supuesta confusión doctrinal. En 2014, fue apartado de la Signatura Apostólica y nombrado patrono de la Soberana Orden de Malta, un cargo simbólico.
Sus intervenciones públicas no se moderaron. Burke ha acusado a Francisco de debilitar la fe católica y ha denunciado que la Iglesia sufre una “confusión diabólica”. Se opone a las bendiciones de parejas del mismo sexo, rechaza el enfoque del sínodo alemán y ha pedido que los católicos recen por un Papa “fiel al Evangelio”. Estos posicionamientos lo distanciaron de los sectores más moderados, pero lo convirtieron en ícono para muchos tradicionalistas.
Su relación con Donald Trump se construyó a partir de esta coincidencia ideológica. Trump lo ha mencionado en reuniones privadas como “el cardenal valiente que dice lo que nadie se anima a decir”. Según The Washington Post, algunos aliados del expresidente estadounidense lo ven como la figura espiritual que podría encarnar un giro conservador en el Vaticano. Aunque su nombre no figura entre los favoritos del Colegio Cardenalicio, su popularidad entre ciertos laicos e influencers católicos lo mantiene en la conversación.
Burke también es un crítico acérrimo del manejo eclesial durante la pandemia: se opuso a la obligación de vacunas y, tras contraer COVID-19, pasó semanas en cuidados intensivos en 2021. Sobrevivió, pero su discurso se volvió aún más combativo contra lo que llama la "cultura del miedo".
Hoy, a sus 76 años, Burke no puede ser descartado como figura simbólica del ala más conservadora, aunque sus posibilidades reales en el cónclave son mínimas. Su figura, sin embargo, seguirá funcionando como un recordatorio de que dentro de la Iglesia persisten fuerzas decididas a frenar o revertir el impulso reformista de Francisco.