25/04/2025 - Edición Nº808

Internacionales

Fin de ciclo geopolítico y religioso

Sin Papa argentino: el nuevo rol de la Argentina en el mundo tras la muerte de Francisco

22/04/2025 | Con la partida del pontífice, el país pierde una de sus mayores cartas simbólicas en el tablero internacional. La Secretaría de Culto y Civilización deberá redefinir su función, ya sin el poder blando que otorgaba el acceso privilegiado a Roma. Se cierra la era de los políticos que peregrinaban por la bendición de Francisco.



Con la muerte del Papa Francisco no solo se apaga una figura espiritual, sino también un canal privilegiado de influencia para la Argentina. Porque si hay algo que los argentinos saben hacer —con una destreza casi litúrgica— es convertir cualquier circunstancia en oportunidad, cualquier símbolo en trámite, y cualquier gesto en activo político. Y durante más de una década, tener un Papa argentino en funciones fue, para la dirigencia criolla, como encontrar petróleo emocional en el Vaticano: una fuente de legitimidad simbólica inagotable, gratuita y altamente fotografiable.

Durante más de una década, el papado de Francisco le otorgó a la Argentina una ventaja que trasciende el protocolo: una influencia blanda, un acceso directo y una visión de mundo moldeada desde la calle porteña. No importaban la inflación ni el dólar blue: el Papa era nuestro. Y eso, como todo en la Argentina, se usó.

Desde el gobernador con problemas judiciales hasta el intendente con aspiraciones presidenciales, todos encontraron, en algún momento, un motivo pastoral para volar a Roma y sacarse una foto con Francisco. Porque esa era la Argentina con Papa propio: un país que, incluso en default, seguía jugando en las grandes ligas gracias al golpazo de suerte que representaba tener un compatriota al mando de la Iglesia Católica.

De Roma con amor (político)

La historia reciente estuvo llena de escenas que parecerían ficción si no fueran documentos oficiales. En 2014, Cristina Kirchner llevó dulce de leche y mates. En 2016, Macri fue con su mujer y volvió con cara larga. En 2020, Alberto Fernández consiguió la bendición del Papa justo antes de renegociar la deuda externa. Todos buscaron algo: respaldo, perdón, o al menos una postal.

Y no solo presidentes. También fueron diputados, sindicalistas, obispos y hasta famosos con aspiraciones de santidad exprés. Francisco era el Papa de todos, pero sobre todo de los que sabían que una foto con él podía valer más que mil spots de campaña.

El fin del privilegio

Con su fallecimiento, se cierra una era de diplomacia informal y sentimentalismo estratégico. La Argentina pierde su “llave maestra” para acceder a la Santa Sede. Lo que viene no es solo el luto, sino el rediseño de una estrategia internacional que ya no puede basarse en el apellido Bergoglio.

Una oficina sin milagros

En ese nuevo tablero aparece una gran incógnita: ¿qué será de la Secretaría de Culto y Civilización? Aquella criatura híbrida del mileísmo, concebida con la pretensión de exportar la “civilización occidental y cristiana” desde el AMBA y bajar línea a embajadores descarriados, enfrenta su crisis existencial. Una suerte de Ministerio de la Verdad libertaria con estética renacentista y retórica de TikTok, cuyo verdadero propósito parecía más cercano al adoctrinamiento que a la diplomacia. Mientras Francisco vivía, esa arquitectura absurda tenía un cimiento práctico en Roma. Pero ahora, sin Papa argentino, la Secretaría pierde su GPS espiritual. ¿Se reconvertirá en centro de estudios medievales o en usina de contenido para Twitter?

Lo único claro es que ya no hay milagros posibles. Solo queda la diplomacia. Y para eso, como bien sabe cualquier burócrata hereje, hay que trabajar más y tuitear menos.

¿Adiós al turismo espiritual?

Uno de los fenómenos más notables de la era Francisco fue el desfile constante de figuras argentinas por los pasillos del Vaticano. Desde Diego Maradona hasta Grabois, desde Juan Schiaretti hasta Wanda Nara, la agenda del Papa incluía toda la fauna nacional. Pero esa era también concluye. No habrá más bendiciones automáticas ni indulgencias electorales. La Argentina volverá a ser un país más entre tantos.

Una herencia que no se hereda

Francisco había logrado incluso reconciliarse con Javier Milei, su crítico más feroz. Pero ni siquiera ese gesto garantiza continuidad. La diplomacia vaticana tiene memoria, pero no sentimentalismo. Lo que deja Francisco no es una embajada abierta, sino una nostalgia activa. Un recordatorio de lo que fue posible por tener un Papa propio. Y un desafío para lo que viene: volver a construir influencia, sin la ventaja de hablarle al mundo desde Roma con acento porteño.

¿Y ahora qué hará la Secretaría de Culto y Civilización?

La oficina creada por Javier Milei combinó en su diseño dos elementos curiosos: una intención de descentralizar el vínculo religioso del Estado y una aspiración casi poética de fomentar “la civilización occidental y cristiana”. Mientras Francisco vivía, esa agenda tenía un ancla real en Roma. Pero ahora deberá reformular su función. ¿Seguirá siendo un ministerio de gestos o se convertirá en una dirección diplomática con tareas concretas? ¿Será el templo del mileísmo geopolítico o quedará como souvenir institucional de una época donde hasta lo místico se tercerizaba desde Balcarce 50?