
La reciente decisión de Pedro Lucas Fernandes, líder de União Brasil en la Cámara de Diputados, de rechazar el ofrecimiento para asumir el Ministerio de Comunicaciones, ha dejado al descubierto una verdad incómoda para el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva: el presidente no tiene el control pleno de su base aliada. Tras 12 días de silencio, el diputado declinó el cargo, alegando que podría contribuir mejor al país desde su función legislativa. La respuesta fue educada, pero el mensaje político fue ruidoso.
Más allá de la cortesía institucional, la negativa revela una falta de cohesión en el bloque que sustenta al gobierno. Lula, conocido por su habilidad en el arte de la negociación política, parece estar perdiendo tracción dentro del Congreso. No solo no logra imponer nombres en el Ejecutivo, sino que tampoco consigue proyectar autoridad sobre los partidos que deberían respaldarlo.
União Brasil, que ya ocupa dos ministerios, queda ahora en una posición incómoda: con espacio en el gabinete, pero con representantes que no están dispuestos a asumirlo. Esta contradicción ilustra el desgaste del modelo de coalición que Lula intenta sostener. Una base formalmente amplia, pero internamente fragmentada, donde la lealtad es cada vez más volátil.
La negativa de Pedro Lucas también reaviva las discusiones sobre la eficacia del gobierno en articular alianzas duraderas. Lejos de consolidar poder, el episodio parece haber fortalecido la imagen de un Ejecutivo frágil, dependiente de acuerdos circunstanciales y vulnerable a las decisiones unilaterales de sus supuestos aliados.
El gesto del diputado ha generado desconcierto en Planalto, que ahora evalúa reducir el espacio de União Brasil en el gabinete. Pero este tipo de reacciones reactivas no resuelven el problema de fondo: Lula no está logrando construir una base de apoyo leal, programática y efectiva.
En un Congreso dominado por intereses fragmentados, donde los partidos son más plataformas electorales que estructuras ideológicas, la habilidad de Lula para manejar alianzas se vuelve cada vez más limitada. Y con gestos como el de Pedro Lucas, queda claro que ni el carisma ni la historia política garantizan gobernabilidad en el Brasil de hoy.