
En el protocolo del Vaticano, donde cada gesto y color tiene un significado milenario, el negro ha sido históricamente el color obligado desde al menos el siglo XIX, cuando se formalizaron las normas de etiqueta para las audiencias papales. Fuentes como el Anuario Pontificio y registros del ceremonial vaticano respaldan esta tradición, que remite al simbolismo de luto y humildad frente a la figura del pontífice para las mujeres que se presentan ante el Papa. Vestido sobrio, de corte bajo, con mangas largas y una mantilla negra eran requisitos imprescindibles para cualquier audiencia papal. Sin embargo, existe una excepción ceremonial que atraviesa siglos y fronteras: el Privilège du blanc (o privilegio del blanco).
Este privilegio, reservado a ciertas reinas católicas y consortes de monarcas de tradición católica, les permite vestir de blanco en presencia del pontífice. Un símbolo de honor, pureza y cercanía espiritual con la Iglesia que no se concede a todas, ni siquiera dentro del mundo de la realeza.
Actualmente, solo las consortes de cuatro monarquías católicas tienen este derecho: las reinas de Bélgica (Paola y Mathilde), las reinas de España (Sofía y Letizia), la gran duquesa María Teresa de Luxemburgo y la princesa Charlene de Mónaco. Entre ellas, las reinas de España son las únicas autorizadas a acompañar el blanco con peineta, una distinción aún más singular.
Este privilegio no se extiende a otras monarquías europeas, como las de Reino Unido, Países Bajos, Noruega o Suecia, donde predomina la tradición anglicana o luterana. Ni siquiera Máxima, reina consorte de los Países Bajos y de fe católica, goza de este derecho, dado que la monarquía neerlandesa no tiene raíces católicas oficiales.
El gesto puede parecer superficial, pero pone de manifiesto una compleja red de vínculos entre la Iglesia y las casas reales. Estos lazos incluyen aspectos simbólicos, religiosos y diplomáticos, donde la religión, el linaje y la política simbólica siguen pesando. Incluso figuras de casas reales no reinantes, como la princesa de Nápoles y su nuera, la princesa de Venecia y Piamonte, aún pueden ejercer este derecho, evocando los lazos históricos entre el papado y las antiguas monarquías italianas.
Un recuerdo de esto se puede ver en una imagen histórica de 1939, donde la reina Elena de Italia y la princesa heredera María José aparecían vestidas de blanco ante el Papa Pío XII, en el Palacio del Quirinal. El blanco, en aquel contexto, no era simplemente un color, sino una declaración de proximidad espiritual y rango en la corte del Vaticano. Hoy, esa imagen resuena como un recordatorio de cómo ciertos símbolos aún conservan su peso político y ceremonial en las relaciones entre la realeza y la iglesia, de proximidad espiritual y rango en la corte del Vaticano.