
Gustavo Petro vuelve a estar en el ojo del huracán. Esta vez, no por su política energética ni por su relación con la oposición, sino por una acusación personal que sacudió tanto a la opinión pública como a las altas esferas del poder: el expresidente del Partido Conservador y excanciller Álvaro Leyva lo tildó directamente de "drogadicto" en una carta que ya circula incluso fuera del país. La misiva fue enviada desde Londres, dándole un peso simbólico y mediático aún mayor.
El documento cuestiona el comportamiento y la capacidad de Petro para ejercer la presidencia. Leyva, quien fue aliado político del actual mandatario, ahora se posiciona como una voz crítica desde dentro del mismo entorno que lo llevó al poder. La carta no solo acusa, también delinea una narrativa de decadencia institucional y crisis moral en la cabeza del Estado colombiano.
Aunque el presidente de la Cámara de Representantes, Raúl Salamanca, intentó contener la situación con un respaldo institucional al mandatario, el daño ya está hecho. La reacción del Congreso no alcanzó a sofocar la ola de especulaciones, y lo que parecía una denuncia aislada se convirtió en un síntoma más del desorden interno.
Ciudadanas, ciudadanos
— Álvaro Leyva Durán (@AlvaroLeyva) April 23, 2025
Me permito darles a conocer la carta que hice llegar ayer 22 de abril del año en curso, al señor Presidente de la República, doctor Gustavo Petro Urrego. Incluyo el sello comprobante de recibo en la Presidencia, hora 1:52 p.m. pic.twitter.com/5xm7QHwuKy
Lejos de tratarse de un simple ataque personal, el episodio destapa una lucha interna de poder en el Gobierno. La fractura entre antiguos aliados y la exposición de conflictos personales sugiere un Ejecutivo debilitado y cada vez más expuesto a la presión pública. A esto se suma el efecto internacional: con la carta circulando en el exterior, la imagen del presidente Petro recibe un nuevo golpe en el tablero diplomático.
Este escándalo podría marcar un antes y un después. No por lo inédito, Colombia ha conocido múltiples episodios de acusaciones cruzadas en el pasado, sino por el momento político que atraviesa el país: una polarización creciente, un gobierno fragmentado, y una ciudadanía escéptica que mira con desconfianza a todos los bandos. Petro, cuya narrativa siempre fue la de la regeneración moral, ahora carga con la sombra de una denuncia que lo retrata como símbolo de todo lo contrario.
El silencio oficial sobre las acusaciones, sin desmentidos categóricos ni acciones legales visibles, no hace más que abonar la incertidumbre. Y en política, como en comunicación, el vacío se llena rápido: con rumores, con sospechas, con narrativas ajenas.
La pregunta que flota ahora no es solo si Petro es culpable o no de los señalamientos. La verdadera inquietud es si su gobierno puede seguir sosteniéndose sobre un terreno que cada vez parece más resbaladizo.