25/04/2025 - Edición Nº808

Internacionales

Un gesto sin precedentes

Francisco y Benedicto XVI: el abrazo que cambió el Vaticano

24/04/2025 | Vestidos de blanco, rezando uno junto al otro, el Papa en funciones y el Papa emérito sellaron con una imagen histórica una nueva era para la Iglesia. Francisco definió su relación como la de un nieto con su abuelo: cercana, sabia, necesaria. Un momento de profunda carga simbólica que desafió siglos de tradición.



Era marzo de 2013. Aún resonaban las palabras del "Habemus Papam" cuando Francisco decidió dar un paso que marcaría su estilo: sencillo, directo, profundamente humano. Viajó a Castel Gandolfo para encontrarse con Benedicto XVI, el primer pontífice en renunciar desde Gregorio XII, en 1415.

El encuentro fue breve pero cargado de símbolos. Por primera vez en siglos, dos papas se miraban a los ojos, se abrazaban y rezaban juntos. Uno renunciaba al poder. El otro lo tomaba sin reclamar privilegios. La imagen de ambos vestidos de blanco, sin jerarquías visibles, recorrió el mundo. Fue un acto de humildad, pero también de gran contenido político y espiritual.

En un Vaticano históricamente regido por el peso de la tradición y la verticalidad, esa postal fue disruptiva. Francisco no solo reconocía a su predecesor: lo integraba, lo escuchaba, lo cuidaba. “Es como tener al abuelo en casa”, explicaría más tarde. Una frase que revelaba tanto la ternura como la estructura interna que estaba empezando a construir: una Iglesia menos rígida, más fraterna.

Desde entonces, esa convivencia inédita entre un Papa y un Papa emérito se convirtió en una nueva forma de entender el poder pastoral. Benedicto, reservado, teólogo profundo, aceptó con humildad su rol de orante silencioso. Francisco, más pastor que príncipe, encontró en su antecesor un faro de sabiduría al que acudía en los momentos clave.

Ese abrazo inicial no fue solo personal: fue una jugada maestra en el ajedrez político del Vaticano. Calmó tensiones internas, garantizó una transición pacífica, y sobre todo, envió al mundo un mensaje contundente: el poder puede ejercerse con renuncia, el cambio puede incluir al pasado, y la Iglesia aún tiene capacidad de reinventarse.

Aquel día no solo se selló un encuentro entre dos hombres de fe. Se inauguró un tiempo nuevo para el catolicismo.