
por Octavio Majul
La presentación de Juan Manuel Abal Medina como candidato a legislador por la Ciudad de Buenos Aires marcó la salida del Movimiento Evita del armado oficial e institucional del peronismo, cuanto menos porteño. Que el lanzamiento haya sido tardío y los propios miembros de Justa, Libre y Soberana confiesen que hasta último momento negociaron para permanecer adentro podría hacernos suponer que la diferencia entre el Evita y el armado oficial del peronismo en la Ciudad es en realidad nula.
Aún así, y aunque parezca sorprendente, esta ruptura marca el primer movimiento relevante en las alianzas que encarnaron la herencia del kirchnerismo. De un conocido historial de odios y peleas -han llegado a combatir a puño abierto en el Día de Lealtad-, el Movimiento Evita y La Cámpora constituían los dos ejes territoriales, no iguales, que nos legó la pesada herencia.
Nadie puede dudar de su entrega y su arrojo. Pero la tensión entre ambas agrupaciones fue una de las principales razones de que el organigrama ministerial del albertismo sea impotente. El dispositivo del cajoneo, el retardo en el giro de fondos, la utilización del Estado como un botín de cambio en la acumulación de poder de la agrupación fue el tono habitual de la gestión de la última alianza peronista. Todo en nombre de la lealtad.
Pero no es solo el poder y los rencores personales los que alejaron a La Cámpora y al Movimiento Evita. Uno y otro constituyen la cara y la contracara de la década ganada. Las luces y sombras. Lo formal y lo informal. El miedo a la reforma laboral y la gestión del trabajo no registrado. Lo no admitido por La Cámpora era gestionado por el Evita. De algún modo ganaban ambos. Pero perdimos todos. Esta repartija de la gestión de lo formal y lo informal es la que implosionó en 2023 con la victoria de Javier Milei.
Fracasó porque ambas agrupaciones prefirieron privilegiar sus posiciones, defender lo acumulado y sostener su propio negocio antes que superar la continua y creciente contradicción entre el mundo formal e informal. Fracasó porque la victoria de ambas agrupaciones por separado, y al mismo tiempo, se hizo a costo de la economía argentina en su totalidad.
¿Por qué tardó tanto la ruptura? ¿Por qué, incluso hasta último momento, el Evita quiso formar parte de la lista de Leandro Santoro? Es acá donde aparecen las dudas respecto al verdadero alcance de la autocrítica en la forma de hacer política. ¿Es realmente una ruptura con la forma de hacer política que llevó a la Argentina hasta dónde está ahora? Para acercarnos a la respuesta sirve compararlo con otra agrupación que sin lugar a dudas quedó por fuera de las formas del kirchnerismo oficial: Principios y Valores.
¿Qué relación tendrán el Movimiento Evita y Principios y Valores? Si la ruptura del Evita con el peronismo oficial es real, debería encontrar en Principios y Valores un aliado. Constituyendo en su unidad una resistencia peronista a la conducción kirchnerista. Una tensión con el modo camporista de acumulación política. Dos incompatibilidades aparecen en el horizonte:
1) Que el Evita haya cambiado su forma de hacer política es algo a comprobar. Su ruptura en Capital Federal no fue lo suficientemente contundente como para que el resto de la sociedad se quede tranquila con que rechacen de tajo la forma de hacer política que llevó a la Argentina a su fracaso. Nadie duda que la calculadora electoral y el carguismo son irrelevantes en Principios y Valores. ¿Y en el Evita?
2) Para Principios y Valores el Evita representa el síntoma del fracaso del plan económico. Guiados aún por la idea de un país con pleno empleo formal. El informalismo del Evita es visto como pobrismo o, de mínima, gestión de la pobreza. Con esto pareciera que la grieta entre Principios y Valores y el Movimiento Evita es una actualización más intensa y más honesta que aquella que tenía ya con La Cámpora.