
Cuando se piensa en un Papa, la imagen suele ser la de un líder espiritual, guía moral y símbolo de autoridad religiosa. Sin embargo, la historia del papado está repleta de episodios que desafían cualquier ideal de santidad. Entre el siglo IX y el Renacimiento, el Vaticano fue escenario de escándalos que hoy parecen sacados de una novela de ficción. Aquí, un recorrido por cinco de los pontífices más infames, y una leyenda que aún fascina a historiadores y escépticos.
Fue elegido papa con apenas 18 años, en un momento en que las familias nobles romanas manipulaban el papado a su antojo. Hijo de Alberico II de Spoleto, Juan XII fue colocado en el trono papal como parte de una estrategia política para asegurar el control familiar sobre la Iglesia. Sin formación teológica sólida ni vocación religiosa, asumió el cargo con una visión mundana del poder. Su estilo de vida fue rápidamente motivo de escándalo: convirtió el Palacio de Letrán en un centro de orgías, practicaba la simonía (venta de cargos eclesiásticos), acumulaba riquezas y realizaba brindis en honor al diablo durante banquetes.
Sus acusaciones iban desde incesto y adulterio hasta perjurio y asesinato. Se le atribuían relaciones sexuales con parientes, monjas y viudas, y hasta se rumoreaba que había mutilado a hombres por diversión. El emperador Otón I llegó a convocar un sínodo para deponerlo, acusándolo de convertir el papado en una parodia sacrílega. Murió en circunstancias tan escandalosas como su vida: según las crónicas, fue sorprendido en la cama con una mujer casada y golpeado hasta la muerte por el esposo traicionado. Su breve pero turbulento papado encarna la decadencia moral de una época donde la tiara pontificia era objeto de disputa familiar y placer personal.
Subió al trono papal en su adolescencia, gracias al poder de su influyente familia, los condes de Tusculum, que controlaban gran parte de la política eclesiástica y secular de Roma. Benedicto IX fue una figura escandalosa incluso para los estándares de la época: organizaba banquetes libertinos en el Vaticano, fue acusado de múltiples delitos, incluyendo violación, sodomía y asesinato, y generó un clima de corrupción sin precedentes. Su conducta era tan indecorosa que provocó indignación entre los fieles y el clero, quienes veían en él una amenaza al prestigio del papado.
En un acto sin parangón en la historia, decidió vender el cargo de papa a su padrino, Juan Graciano, un acto que marcó un hito de degradación institucional. Lo hizo, según los cronistas, con la intención de casarse, aunque luego se arrepintió y logró recuperar el trono dos veces más, generando un caos administrativo y espiritual dentro de la Iglesia. Fue depuesto por presiones internas y externas, y su figura quedó asociada a la simonía, el escándalo y el desprestigio. Muchos historiadores lo consideran uno de los peores papas de todos los tiempos, símbolo de una era oscura donde el poder espiritual fue totalmente subordinado a intereses personales.
Conocido por haber protagonizado el siniestro “Concilio Cadavérico”, Esteban VI pasó a la historia por uno de los actos más macabros y absurdos del papado medieval. En un gesto sin precedentes, ordenó exhumar el cadáver de su antecesor, el papa Formoso, quien había muerto nueve meses antes. El cuerpo fue vestido con ropas papales, sentado en un trono dentro de la basílica de San Juan de Letrán y sometido a un juicio formal ante una corte eclesiástica. Un diácono fue designado para responder en nombre del cadáver, y las acusaciones incluyeron usurpación del cargo y violación del derecho canónico.
El juicio concluyó con una condena póstuma: le fueron arrancadas las vestiduras papales, se le cortaron los tres dedos con los que se impartía la bendición y su cuerpo fue arrojado al río Tíber. Este grotesco espectáculo no sólo horrorizó a la ciudad de Roma, sino que encendió la furia popular contra Esteban VI, considerado por muchos como un desequilibrado. La presión fue tal que terminó encarcelado, y poco tiempo después fue estrangulado en su celda. Su pontificado es recordado como uno de los más perturbadores y caóticos de la historia de la Iglesia.
Fue elegido durante un período de alta tensión, al inicio del Gran Cisma de Occidente, un momento marcado por disputas internas entre distintas facciones de la Iglesia. Urbano VI parecía, al principio, una opción reformista, alguien capaz de frenar los excesos del clero y reafirmar la autoridad romana frente a la presión de las potencias europeas. Sin embargo, pronto emergió un carácter volátil y profundamente desconfiado que sembró el caos dentro del Vaticano.
Su temperamento violento y paranoico se volvió notorio: sospechaba constantemente de conspiraciones y llegó a ordenar la tortura y ejecución de varios cardenales que consideraba traidores. Durante las reuniones eclesiásticas, no dudaba en levantar la voz, insultar y humillar a sus colaboradores. Su trato brutal y autoritario provocó una fractura en la jerarquía eclesial, hasta el punto de que varios cardenales lo abandonaron y eligieron a un antipapa, Clemente VII, lo que dio inicio formal al cisma. Para muchos historiadores, la figura de Urbano VI fue un catalizador de uno de los momentos más caóticos de la Iglesia medieval.
Rodrigo Borgia encarna la imagen del papado renacentista corrompido por el poder, la ambición y los placeres mundanos. Proveniente de una poderosa familia española asentada en Italia, llegó al papado con una reputación ya manchada por el tráfico de influencias. Como papa Alejandro VI, su figura concentró escándalos de todo tipo: organizador de la infame “Cena de las Castañas”, una orgía documentada por cronistas contemporáneos en la que participaron prostitutas y miembros del clero, convirtió el Vaticano en el escenario de un poder político despiadado.
Tuvo múltiples hijos reconocidos, entre ellos César y Lucrecia Borgia, a quienes situó en cargos estratégicos para expandir la influencia de su familia en Roma y otras regiones de Italia. Su reinado estuvo plagado de alianzas con casas nobles, guerras locales y maniobras diplomáticas que hicieron del papado una especie de monarquía feudal. Fue acusado de asesinato, de utilizar venenos para eliminar rivales y de obtener votos para su elección a través de sobornos masivos en el cónclave.
La leyenda de la Papisa Juana es una de las historias más intrigantes y polémicas del imaginario medieval. Según las versiones más difundidas, una mujer con grandes dotes intelectuales habría logrado escalar en la jerarquía eclesiástica disfrazada de hombre, hasta ser elegida papa en el siglo IX bajo el nombre de Juan. El relato cuenta que su identidad quedó al descubierto cuando, en medio de una procesión solemne, entró en trabajo de parto y dio a luz frente a una multitud. El escándalo fue tal que, de acuerdo con la tradición, la Iglesia decidió borrar todo registro oficial de su existencia.
La figura de Juana fue popularizada en crónicas medievales, especialmente a partir del siglo XIII, y recogida por autores como Martín de Opava. Algunos la situaban entre León IV y Benedicto III, aunque no hay evidencias concluyentes en los documentos vaticanos. Su historia funcionó como advertencia moral, sátira política e incluso inspiración literaria durante siglos. Aunque la mayoría de los historiadores contemporáneos la consideran un mito, la leyenda ha perdurado con fuerza hasta la actualidad.
Tras el escándalo de la Papisa Juana, o quizás como consecuencia de la imaginación popular medieval, se dice que se instauró un rito de verificación genital para asegurarse de que ningún impostor accediera al trono de San Pedro. Según esta tradición, un diácono debía inspeccionar los genitales del nuevo papa mientras éste se sentaba en una silla con un agujero en el centro. El veredicto, en latín, era contundente: “Testiculos habet et bene pendentes” (“Tiene testículos y cuelgan bien”). Aunque no existen documentos oficiales que confirmen esta práctica, varias sillas con agujeros, conocidas como sedia stercoraria, se conservan en museos vaticanos y alimentan la especulación histórica.