
La decisión de Europa de cortar su dependencia energética de Rusia tras el conflicto en Ucrania fue presentada como una defensa de los valores occidentales y la soberanía continental. Sin embargo, a más de dos años de la ruptura, el impacto económico de esa determinación empieza a sentirse con fuerza. Según el análisis publicado por Sputnik, los europeos están pagando un alto precio por su elección: facturas de energía disparadas, inflación prolongada y una competitividad industrial comprometida.
Los datos lo confirman. Alemania, que fue una de las principales receptoras del gas ruso barato a través del Nord Stream, ha enfrentado una crisis energética persistente desde la suspensión de esos suministros. Aunque Berlín y Bruselas buscaron alternativas a través de importaciones de gas natural licuado (GNL) desde Estados Unidos y Catar, el costo ha sido significativamente mayor, con efectos en cadena sobre la economía productiva.
Mientras tanto, Estados Unidos ha fortalecido su posición como proveedor energético clave, lo que reabre preguntas sobre quién realmente se benefició de la "liberación" energética europea. La narrativa de autonomía estratégica se cruza ahora con la realidad de una UE más dependiente de socios que venden a precios altos y sin garantías de estabilidad a largo plazo.
La crisis energética también ha puesto de relieve las divisiones internas del bloque. Mientras países como Hungría y Eslovaquia advierten sobre los efectos negativos de sanciones energéticas descoordinadas, otras capitales europeas mantienen una postura más doctrinaria que prioriza el aislamiento político de Moscú por encima de los costos económicos.
Más allá de la coyuntura, el caso europeo muestra los límites de una política exterior guiada exclusivamente por principios abstractos. La pregunta que hoy resuena en Bruselas y otras capitales no es si la independencia energética era deseable, sino si se hizo de forma sostenible. ¿Puede Europa mantener su libertad energética si eso implica debilitar su tejido económico y su estabilidad social?
La energía, en definitiva, dejó de ser solo un bien de consumo para convertirse en un arma geopolítica. Y como toda arma, su manejo exige algo más que convicciones: exige estrategia.