27/04/2025 - Edición Nº810

Política

Opinión

¿Es posible leer un mensaje no solo en la vida del Papa Francisco sino también en su muerte?

27/04/2025 | Su ausencia nos invita a buscar sentido en la herida y esperanza en el dolor.


por Tomás Trape


Murió el Papa Francisco. Será, sin dudas, uno de esos días que todos recordaremos por el lugar en el que estábamos cuando nos enteramos, la pareja con la que dormíamos o a través de quien nos llegó la noticia. Cuando todos esperábamos que pasara, no ocurrió; cuando nadie lo esperaba, sucedió. Murió durmiendo, dijeron, sin sufrimiento, a los 88 años.

Martín Rodríguez escribió sobre un hombre sobrio y excepcional, “el argentino universal”, demasiado grande para prestarse a una interna política donde el kirchnerismo primero lo creyó "jefe de la oposición", y el macrismo su aliado, para luego invertirse los roles, sin que él se moviera de lugar. Desde la derecha lo acusaban de “comunista” para bajarle el precio; desde la izquierda, de haber sido cómplice de la dictadura, en una operación impulsada por Horacio Verbitsky y desmantelada luego por Aldo Duzdevich en "Salvados por Francisco", donde se recogen testimonios de un héroe silencioso que arriesgó su vida por otros.

Pablo Semán comentó en Gelatina que fue "un caminante movilizado por una herida", heredero de las discusiones del Concilio Vaticano II y “alguien preocupado por los dolores contemporáneos de la humanidad”. Marco Mizzi, por último, lo despidió rindiendo tributo a la poesía: “Frente al silencio insondable del Padre y la incondicional ternura de María, Francisco nos ofreció a los cristianos una diagonal rioplatense: ser un hermano”. Fueron 12 años de papado que tocará interpretar. Pero, ¿es posible leer un mensaje no solo en su vida, sino también en su muerte?

Pascuas: Cruz, muerte y resurrección

Esa mañana, cuando todavía trataba de entender lo que había pasado, un amigo por teléfono me dijo “Después de los 80 uno ya no cumple años, cumple metas. El casamiento de una hija, el bautismo de un nieto, las últimas vacaciones. Uno pelea para llegar a cada una de ellas”. Entonces pensé que Francisco había elegido morir en Pascuas, la semana más importante para el rito catolico. Pascua viene del hebreo ‘pesaj’ que se traduce como “pasar” o “saltar” y su coronación es el Domingo de Resurrección. ¿Qué significado guarda esto?

El ataúd de Francisco en el Vaticano.

Yehoshua ben Yosef —o, en su traducción más literal, “Jesús hijo de José”— nació en tiempos de Octavio Augusto (27 a.C.–14 d.C.) y murió bajo el gobierno de Tiberio (14 d.C.–37 d.C.). Su historia no es la de un príncipe ni la de un conquistador, tampoco la de un gobernante: es la de un mártir. Un hombre pobre, que se rebeló contra el poder religioso de su época, el Sanedrín. Un Dios que no exigió sacrificios humanos, sino que se hizo niño y se ofreció a sí mismo para salvar a la humanidad de sus propios pecados. Resulta difícil comprender, y aún más explicar, el ‘cataclismo’ que una vida tan breve significó para la historia universal y los acontecimientos que se desencadenaron a partir de ella. Creamos o no en su resurrección, hablamos de un evento acontecido hace más de 2.000 años que cambió el curso de la historia y fundó un nuevo mundo bajo otros valores.

Tal vez el momento clave posterior haya sido el Concilio de Jerusalén, celebrado unos 50 años después de Cristo. Narrado en dos fuentes del Nuevo Testamento —los Hechos de los Apóstoles y la Carta a los Gálatas—, fue allí donde el cristianismo dejó de ser una secta judía de carácter local para convertirse en una religión universal. Pedro, identificado por la Iglesia católica como el primer papa, optó por la salvación a través de la fe, apartándose de las antiguas leyes traídas por Moisés.

Después de la resurrección de Jesús y su ascensión, los apóstoles habían permanecido en Jerusalén hasta el día de Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua. Aquel momento marcó el inicio de la predicación apostólica de la Iglesia. Los apóstoles, dispersados para predicar su mensaje por el mundo, encontraron en su mayoría el mismo destino que su maestro: once de los doce fueron martirizados, muriendo por su fe.

Pasaron siglos de persecuciones, entre ellas las de la llamada “era de los mártires” bajo el gobierno de Diocleciano, cuando el Imperio Romano desató una violencia masiva contra los cristianos. El martirio se volvió parte constitutiva de la tradición y la fe. No fue sino hasta el Edicto de Tolerancia de Nicomedia, en el año 311 d.C., y luego con el Edicto de Milán, en 313 d.C., que los cristianos obtuvieron finalmente la libertad de culto, poniendo fin a siglos de oscuridad. Poco después, en el Concilio de Nicea (325 d.C.), convocado por Constantino tras derrotar a Licinio, se sentaron las bases de la teología trinitaria y se resolvieron los dilemas sobre la naturaleza de Cristo, declarando de facto al cristianismo como doctrina oficial del Imperio. Constantino moriría en el 337 d.C., bautizado en su lecho de muerte, convertido en el primer emperador cristiano.

¿Cómo pudo una revuelta iniciada por un solo hombre, en una provincia remota y pobre, evangelizar en apenas tres siglos al imperio más vasto jamás concebido? La magnitud del evento causa aún hoy desconcierto. El cristianismo no solo sobrevivió al martirio de sus apóstoles y a la persecución de sus discípulos, sino que incluso sobrevivió a las palabras en las que fue forjado: se predicó primero en arameo, luego en griego antiguo y, más tarde, en latín. Idiomas muertos. Jesús acabó siendo alabado como un dios por el mismo sistema imperial que lo torturó hasta su muerte. Incluso su culto perdurará hasta nuestros días.

La divinidad, algo reservado para reyes, héroes y dioses, que siempre se retrataban en momentos de gloria y conquista, fue desplazada por la imagen de un hombre traicionado, semidesnudo y crucificado. Como comenta Tom Holland en Dominio: “Tan profundo ha sido el impacto del cristianismo en el desarrollo de la civilización occidental que ha llegado un punto en que pasa desapercibido. Las que se recuerdan son las revoluciones incompletas; el destino de los que triunfan es convertirse en la normalidad”.

El tiempo contra el espacio

Así, la muerte de Francisco en Pascua se inscribe en la memoria larga de un relato de pasión, muerte y resurrección, que resuena a través de los siglos como un emblema del triunfo definitivo sobre el pecado y la muerte. Marca no solo el momento en que Jesús, el hombre, murió, sino también el nacimiento de un mensaje de esperanza que desafió los poderes de su época. La cruz, paradójicamente, es el símbolo de una muerte que no marca un final sino un principio.

Hoy, la ausencia de Francisco nos invita también a buscar sentido en la herida y esperanza en el dolor. Como escribió en Evangelii Gaudium, "el tiempo es superior al espacio", recordándonos que iniciar procesos es más importante que el mero hecho de ocupar posiciones. Lo amplió en Fratelli Tutti cuando dijo: “[30] El aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses jamás son el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, sino que es la cercanía, la cultura del encuentro. El aislamiento, no; la cercanía, sí. La cultura del enfrentamiento, no; la cultura del encuentro, sí”.

En un mundo donde nos vemos atrapados por las exigencias del Chronos, el tiempo lineal que nos agobia y fragmenta, Francisco nos reveló que el verdadero tiempo es el Kairós. Su legado nos compromete a vivir con propósito, con fe y con la convicción de que algo superior se alcanza cuando servimos a los demás. Ojalá estemos a la altura. Que en paz descanse.

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