
por Octavio Majul
No deja de parecerme confuso que quienes siempre señalamos que el Fondo Monetario Internacional fue un actor político con intereses parciales finjamos ahora sorpresa y nos indignemos por las declaraciones de Kristalina Georgieva y su foto con el pin de la motosierra. Pienso, por ejemplo, en Axel Kicillof. Esa indignación impostada me hace pensar que preferimos que el velo discursivo exista, para así vivir de la crítica.
Una de las diferencias entre el macrismo y el mileísmo es que éste último no tiene vergüenza de ser quien es. No busca esconderse en discursos que recubren su horror. Por eso, la típica crítica a las ideologías no sirve para luchar contra el mileísmo. No hay ninguna máscara que esconda al monstruo. No hay ninguna máscara que esconda al Fondo.
La Argentina de Javier Milei parece ser la última bala de la recamara del proyecto hegemónico norteamericano internacionalista de libre mercado del cual el FMI es una de sus principales instituciones.
El FMI fue creado en 1944 tras la Conferencia Bretton Woods en New Hampshire, Estados Unidos. Fruto de ese mismo conjunto de acuerdos surge el Banco Mundial. Ambos, con su mutua influencia en la firma en 1947 del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio -el antecedente de la Organización Mundial del Comercio-, conformaron los pilares de una organización económica internacional que descreía de las diferencias culturales y nacionales.
El proyecto globalista es el proyecto del Acuerdo de Bretton Woods cuyos fundamentos son:
1) La eliminación de las barreras arancelarias y no arancelarias al comercio,
2) El rechazo al proteccionismo y a las políticas económicas centralistas
3) La integración de los mercados nacionales en una economía global interdependiente. Los mismos postulados teóricos que sostiene a rajatabla Javier Milei.
Si entre el FMI y Milei hay una afinidad absoluta en sus fundamentos teóricos, además notamos que en este momento histórico-universal el mismo orden internacional globalista está en crisis como nunca lo estuvo desde, quizás, la década de los '70. Más aún porque incluso el proyecto globalista no parece ser necesariamente el proyecto del Estados Unidos de Donald Trump y entonces el FMI pierde a su principal representante y promotor.
En un contexto así, ¿qué sorpresa tiene que el FMI pierda todo pudor y toda protocolaridad para apoyar abiertamente a Javier Milei? Los momentos de nacimiento y muerte, los momentos fundacionales o aquellos que logran tocar las mismas fibras sensibles que fundamentan una institución o una persona, son siempre momentos crudos, deformes, es decir: sin formas ni formalidades. Evidentemente hoy estamos en uno de esos momentos. El Fondo Monetario Internacional está herido de muerte, tanto como lo está el proyecto librecambista para el capitalismo argentino. En ambos casos se juegan el todo por el todo en su mutua.
En vez de indignarse por las declaraciones del Fondo Monetario Internacional e intentar realizar una queja formal porque contradice su propio estatuto, y en lugar de esperar que los propios funcionamientos internos de la organización globalista resuelvan sus contradicciones, ¿no tiene más sentido priorizar el desarrollo de un discurso que reivindique el capitalismo estatal-nacional?
Si la época carece de pudor, señalar al enemigo tiene menos relevancia que construir las propias armas para luchar. Más que llorar al Fondo Monetario Internacional, reorganicemos las fuerzas nacionales.