
por Octavio Majul
La misma época que anuncia el fin del trabajo es la que insiste en que tal o cual aspecto de la vida es trabajo no pago. Las máquinas reemplazarían el trabajo humano de esfuerzo: hipótesis del fin del trabajo. Incluso amar, cocinar, coger, vestirse, escuchar, hablar son formas del trabajo y requieren esfuerzo pero no necesariamente están remuneradas: hipótesis de la expansión del trabajo. El fin del trabajo y su expansión a todos los ámbitos de la vida forman parte de la misma época: la nuestra.
Esta época que se la pasa confrontando con la idea que el siglo XIX elevó como categoría central de la economía y el siglo XX inmortalizó política y estéticamente: el trabajador industrial. El plus que hace al concepto del trabajo del siglo XX es aún hoy más atractivo que todos sus intentos de superarlo, tanto la teoría del fin del trabajo como la de la expansión del trabajo: unifica la dimensión moral y la dimensión económica de la palabra trabajo.
Trabajo es aquello mediante lo cual se genera valor o se obtienen ingresos. ¿Cómo se gana uno la vida? Trabajando. Pero trabajo también es aquel esfuerzo a partir del cual uno se forja en tanto quien quiere ser. El trabajo no solo está asociado a la obtención de ingresos sino al desarrollo moral de la persona. Al sudor. El trabajo dignifica. Del liberalismo ascético al comunismo, pasando por el peronismo, trabajar era la forma de hacer plata pero también el lugar donde uno obtenía su dignidad o realización.
Plata y sentido de la existencia: el trabajo podía otorgar ambas. Llegado el siglo XXI el fenómeno del trabajo se complejiza. Principalmente porque la generación de valor económico se autonomizó significativamente del trabajo. Hoy no es el trabajo lo que hace ganar más plata ni lo que permite la mayor reproducción del capital. No es que no existe el trabajo tal cual fue en el siglo XIX y XX -de hecho sigue existiendo hasta el trabajo esclavo- sino que ya no es el sostén mayoritario del capitalismo ni, tampoco, agota todas las formas de trabajo contemporáneas.
Estamos hablando del pasaje de un capitalismo ascético cuya fase superior es la industria pesada y el trabajo manual a un capitalismo hedónico en el cual el capital informático y el capital financiero son el motor principal del desarrollo económico. Un capitalismo que hace de la información su principal recurso y del entretenimiento o la atención el modo de obtenerlos. Se calcula que la economía financiera representa un 95% del total de movimientos económicos diarios globales dejando a la economía real un 5%.
Cada objeto real, para el cual supongamos -supongamos- que se necesitó trabajo humano se multiplica para ser operado financieramente. En algún sentido vivimos la época del keynesianismo financiero. Si el keynesianismo clásico fomentaba el endeudamiento público, el keynesianismo financiero el endeudamiento privado.
Estamos en una brecha épocal donde los conceptos que heredamos de nuestros padres aún tienen vigencia en su capacidad de interpelar y de hacer sentido pero que, al mismo tiempo, ya no tienen demasiado. Mientras muchos hijos que creyeron en sus padres terminaron en carreras tradicionales que hoy no pueden asegurarle un decente pasar económico a pesar de su esfuerzo cotidiano, muchos otros terminaron creando sus propios trabajos y sus propias fuentes de ingreso.
En el medio el trabajo como concepto alrededor del cual hemos organizado individualmente nuestra existencia ya no puede ser entendido como lo entendíamos antes. En especial, debemos recordar constantemente que su faceta moral y su faceta económica se han desacoplado: trabajando no necesariamente se hace plata. Por eso la sorpresa de que el mismo sector de la Argentina que reclama por “la falta de cultura de trabajo” sea la que apueste por la financiarización de nuestra economía.