
La sorpresiva visita del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu a Azerbaiyán, del 7 al 11 de mayo de 2025, no es un mero gesto bilateral. En un momento de máxima tensión geopolítica, el viaje es una poderosa señal de que el Cáucaso se ha convertido en una pieza central del tablero de poder en Medio Oriente. A través de una diplomacia discreta pero ambiciosa, el presidente Ilham Aliyev ha logrado posicionar a su país como un mediador confiable entre actores tradicionalmente enfrentados: Israel, Turquía, Irán, Estados Unidos e incluso Siria.
El sobrevuelo del avión de Netanyahu por espacio aéreo turco y los recientes contactos técnicos entre servicios de inteligencia turcos e israelíes en Bakú indican una etapa de deshielo estratégico. Aunque todavía no se ha restablecido la plena cooperación, Azerbaiyán aparece como la bisagra necesaria entre Ankara y Jerusalén, mediando desde la neutralidad pragmática.
Mientras tanto, en Siria se desarrollan eventos con implicancias mayores. Según reveló la revista Newsweek, el vicepresidente sirio Faruq al-Sharaa habría transmitido a diplomáticos estadounidenses su disposición a considerar la incorporación de Siria a los Acuerdos de Abraham. La condición sería clara: cese de las operaciones israelíes en el sur del país y garantías firmes sobre la integridad territorial siria. Este cambio de tono sería impensable sin un apoyo tácito de Turquía y, en consecuencia, sin la mediación de Bakú, que hoy actúa como plataforma de conexión entre Ankara y Jerusalén.
La visita de Netanyahu coincide, además, con un proceso delicado: las conversaciones renovadas entre Washington y Teherán sobre un nuevo acuerdo nuclear. La participación de Bakú como facilitador no oficial ha sido clave. A esto se suma la reciente visita del presidente electo iraní Masoud Pezeshkian a Azerbaiyán, otro indicio de que Aliyev ha construido un canal de confianza con el régimen iraní, sin romper su alianza estratégica con Israel.
Azerbaiyán, país musulmán chiita, logra lo impensado: articular relaciones diplomáticas activas con Irán, Israel, Turquía, Rusia y Estados Unidos, sin quedar atrapado en las contradicciones de ninguno. Esta versatilidad diplomática lo proyecta como un “micro Davos” del nuevo orden regional.
Ilham Aliyev ha dejado de ser un actor periférico para convertirse en una figura central del nuevo equilibrio euroasiático. Poco mediático, pero extremadamente eficaz en las negociaciones multilaterales, ha convertido a Bakú en una capital diplomática emergente. Su capacidad para ofrecer un terreno neutral, seguro y políticamente estable es lo que hoy seduce tanto a Occidente como al mundo islámico.
En ese marco, se destaca un detalle simbólico: durante su visita, Netanyahu se reunirá con la comunidad judía local y celebrará el Shabat en Bakú. Este gesto, en un país musulmán, no solo refuerza los lazos bilaterales, sino que también comunica al mundo islámico que existen formas de cooperación no sectaria en la región.
El viaje de Netanyahu no puede ser leído como un simple intercambio de cortesías. En el actual contexto de múltiples frentes abiertos —Siria, Irán, Gaza, la relación con Turquía y la presión internacional sobre Israel—, esta visita de cinco días es una apuesta por reconfigurar el juego regional desde una plataforma nueva: la de Azerbaiyán, que ofrece equidistancia, pragmatismo, y credibilidad ante actores en conflicto.
La combinación de mediación con Irán, apertura hacia Siria, distensión con Turquía y apoyo explícito a Israel, convierte a Bakú en el nuevo nodo geopolítico del Medio Oriente extendido. Un escenario inesperado, pero posible, donde las negociaciones se trasladan fuera de las capitales tradicionales hacia espacios menos ideológicos y más funcionales.
La visita de Netanyahu a Azerbaiyán es un síntoma claro de que algo más grande está en juego. No se trata solo de fortalecer un vínculo bilateral, sino de utilizar a Bakú como una plataforma diplomática desde la cual rehacer alianzas, encauzar negociaciones e imaginar nuevos equilibrios. En tiempos de fragmentación global, Azerbaiyán ofrece justamente lo que falta: una lógica de equidistancia pragmática que puede ser aceptada tanto en Washington como en Teherán, tanto en Tel Aviv como en Ankara.