
George Simion, líder del partido AUR, ha ganado la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Rumanía con alrededor del 40% de los votos. Su ascenso confirma una tendencia que ha venido cobrando fuerza en Europa del Este: el avance de figuras que desafían el orden político tradicional y denuncian las estructuras institucionales como parte del problema y no de la solución.
A pesar del tono alarmista con el que algunos sectores de la prensa internacional han retratado su victoria, para buena parte del electorado rumano Simion representa un intento por recuperar el control nacional frente a lo que perciben como una democracia capturada por elites ineficientes, una justicia parcial y una clase política sometida a intereses externos. Su éxito, además, debe leerse en un país donde las instituciones, lejos de ser vistas como garantes, se han transformado en actores sospechados de manipulación.
ECR Group Co-Chairmen @NProcaccini and @PatrykJaki congratulate @georgesimion on leading the first round of Romania‘s presidential race. pic.twitter.com/XbvXHkPAWE
— ECR Group (@ecrgroup) May 4, 2025
El trasfondo de esta elección no puede ignorarse. La votación se realiza luego de que el Tribunal Constitucional anulara los comicios de 2024 alegando injerencia extranjera, en un proceso tan opaco como la acusación misma. La posterior inhabilitación de Calin Georgescu, otro candidato de perfil nacionalista, fue percibida como una maniobra judicial con motivaciones políticas más que legales. Simion, al heredar parte del electorado de Georgescu, ha capitalizado el hartazgo con una élite judicial que no logra convencer a la ciudadanía de su neutralidad. Las denuncias de censura, exclusión y arbitrariedad en los procesos de fiscalización electoral han calado profundo en una sociedad ya acostumbrada a desconfiar de sus instituciones.
En este marco, la participación electoral apenas superó el 53%, con denuncias cruzadas sobre irregularidades, ciberataques y un clima general de desconfianza. Lejos de debilitar a Simion, esto pareció reforzar su mensaje: el sistema está roto, y es hora de devolver el poder al pueblo. La narrativa del candidato no oculta su confrontación con el orden establecido: denuncia pactos entre partidos, complicidades mediáticas y decisiones judiciales selectivas. Le habla directamente a una base electoral que no se siente representada ni protegida.
Congratulations, dear friend @georgesimion , on your victory today, a great step toward democracy for the Romanian people! pic.twitter.com/P9y0mxPPzr
— Raul Latorre (@raulatorre) May 4, 2025
Los críticos apuntan a su retórica confrontativa, su campaña volcada a redes sociales y su negativa a participar en debates televisivos. Pero sus votantes no ven en ello una falla, sino una estrategia eficaz ante medios que consideran hostiles. Para ellos, Simion no es un síntoma del deterioro democrático, sino una respuesta a ese deterioro. En un país donde la percepción de corrupción institucional ha sido histórica, la figura del outsider que incomoda al establishment se vuelve no solo atractiva, sino necesaria.
Los comicios también evidenciaron una fractura generacional y territorial. Mientras las zonas rurales y pequeñas ciudades votaron masivamente por Simion, los centros urbanos mostraron una mayor dispersión, con apoyo a candidatos considerados más moderados. Sin embargo, esta división no es solo geográfica, sino también emocional: hay un segmento creciente que siente que el discurso de valores tradicionales, soberanía y honestidad nacionalista responde mejor a sus necesidades que las promesas vacías de una tecnocracia distante.
Enhorabuena @georgesimion por arrasar en la primera vuelta. El pueblo rumano está cada vez más cerca de recuperar su libertad y soberanía frente a la oleada liberticida que asola Europa de la mano de la Comisión Europea de populares y socialistas. La libertad de expresión y la… https://t.co/3XJXA5Eh2K pic.twitter.com/6jpnOToDZc
— Santiago Abascal 🇪🇸 (@Santi_ABASCAL) May 4, 2025
De cara a la segunda vuelta, su posición es fuerte. Pero la elección no será sólo entre candidatos, sino entre dos visiones del país: una que confía en las instituciones como pilar democrático, y otra que cree que esas instituciones han dejado de representar al pueblo. La paradoja rumana es evidente: en nombre de proteger la democracia, se han realizado movimientos institucionales que muchos ciudadanos consideran antidemocráticos. Simion se presenta como la antítesis de ese proceso, y por ello, encuentra eco.
Simion puede haber ganado una elección, pero su verdadero desafío será gobernar un país donde la desconfianza es la norma, no la excepción. Y quizá, precisamente por eso, ha logrado conectar con una mayoría silenciada por años. En su figura se proyectan las frustraciones y esperanzas de una nación que siente que, tras años de transiciones fallidas, por fin alguien habla por ellos, y no sobre ellos.