
La difusión de una imagen generada por inteligencia artificial donde el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aparece caracterizado como el Papa ha desatado una oleada de reacciones divididas entre el humor y la indignación. Compartida inicialmente desde su red Truth Social y luego replicada en canales oficiales de la Casa Blanca, la imagen generó críticas entre sectores católicos, incluso mientras se desarrolla el cónclave que elegirá al sucesor de Francisco.
Consultado al respecto en el Despacho Oval, Trump respondió con su estilo habitual: "¿No pueden tomar una broma? No te refieres a los católicos, te refieres a los medios de noticias falsas. Los católicos la amaron. No tuve nada que ver. Tal vez fue IA, no sé. Mi esposa pensó que era linda". También restó importancia al hecho de que haya circulado desde cuentas oficiales, asegurando: "Alguien lo hizo por diversión. Está bien divertirse un poco, ¿no?"
🗣️ Trump, sobre su foto vestido de Papa: «Yo no tengo nada que ver con eso. Alguien hizo la foto conmigo vestido de papa y la subió a las redes sociales. No sé de dónde viene, posiblemente fuera la IA».pic.twitter.com/9wg2pH5opZ
— THE OBJECTIVE (@TheObjective_es) May 5, 2025
La anécdota, sin embargo, no ha sido tomada como un simple chiste por todos. Desde la Conferencia Católica del Estado de Nueva York hasta el cardenal Timothy Dolan, las voces críticas señalaron que la publicación banaliza un símbolo religioso especialmente sensible en un momento de duelo e introspección para la comunidad católica. Dolan incluso la calificó de "brutta figura", una expresión italiana que remite a un acto de mal gusto.
Más allá de lo anecdótico, el episodio plantea una cuestión de fondo: ¿cuáles son los límites del humor digital cuando se trata de símbolos religiosos y autoridades políticas? En un contexto donde la inteligencia artificial puede generar imágenes hiperrealistas en segundos y donde los líderes usan redes sociales como canales de poder, el desdibujamiento entre sátira, propaganda y desinformación es cada vez más pronunciado.
El presidente Trump se lava las manos sobre la imagen suya disfrazado del Papa: "No fui yo, no tengo idea de dónde salió. Los católicos no se molestaron, sólo la prensa de fake news. No saben tomar una broma". pic.twitter.com/qgbEnOJKET
— Sandra Romandía Vega (@Sandra_Romandia) May 6, 2025
Este incidente no es un hecho aislado, sino parte de un fenómeno más amplio que expone la tensión entre libertad de expresión, representación simbólica y responsabilidad institucional. La figura del Papa, como líder espiritual de más de mil millones de personas, no puede ser tratada con la misma ligereza que una caricatura de campaña, sobre todo cuando es asociada a un jefe de Estado que divide aguas dentro y fuera del ámbito religioso.
El uso despreocupado de herramientas como la IA para generar contenidos de alto impacto simbólico, sin filtros ni contexto, obliga a repensar las normas de comunicación política en la era de la imagen viral. La cultura del meme ha llegado al poder, pero sus efectos ya no son inocuos ni neutros. En este caso, la broma proyectada desde la oficina más poderosa del mundo no solo generó risas y críticas: volvió a poner sobre la mesa los límites éticos del discurso público en tiempos de algoritmos.