
El ritual de elección papal no solo es un proceso espiritual y político de alta trascendencia, sino también una ceremonia estética profundamente arraigada en siglos de tradición visual y simbólica. En esta edición 2025 del Cónclave, que busca al sucesor de Francisco, los elementos escénicos, las decisiones formales e incluso las ausencias cobran protagonismo silencioso pero elocuente.
Uno de los signos más reveladores es, precisamente, la ausencia de un gesto tradicional: ni Gammarelli ni Mancinelli —las sastrerías eclesiásticas que históricamente confeccionan las sotanas para el nuevo pontífice— han recibido encargo oficial del Vaticano para elaborar las tres prendas de lana blanca (S, M y L). Esto se interpreta como una continuación del estilo austero que caracterizó el papado de Jorge Bergoglio. Francisco renunció desde el inicio a las galas ceremoniales y privilegió la reutilización y la sencillez. Su guardarropía, nutrida de prendas nunca usadas, se mantiene como legado vivo.
Esta sobriedad se extiende al escenario del Cónclave. Los cardenales depositan su voto frente al Juicio Final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, uno de los espacios más sobrecogedores del arte sacro occidental. Allí, el azul y el marrón remiten al cielo y la tierra, mientras que el rojo y el blanco —símbolos del martirio y la pureza— dominan los ritos y las vestimentas. No se trata de una mera escenografía, sino de una coreografía que vincula lo visible con lo espiritual.
Colocadas ya hasta las cortinas en el balcón para que un nuevo papa sea presentado ante el mundo. Antes, lo (in)vestirán. Sin embargo, el Vaticano no ha encargado sotana para el nuevo Pontífice…
— Patrycia Centeno (@PoliticayModa) May 5, 2025
Curiosidades puramente estéticas para seguir este Cónclave 🧵 pic.twitter.com/hMqsU8DzMb
Las papeletas del sufragio, cuidadosamente diferenciadas por la caligrafía de cada cardenal para evitar rastros, son hiladas y luego quemadas. Si no hay acuerdo, la paja húmeda produce humo negro; si hay nuevo Papa, un compuesto químico genera humo blanco. Esta última nube cromática, quizá la más famosa del mundo, se convierte en el punto de inflexión entre lo humano y lo divino, y marca un momento de comunión global.
En la sacristía conocida como Sala de las Lágrimas, el elegido se enfrenta a su nueva identidad. Allí se viste, o más bien se reviste, con la sotana blanca que lo convierte simbólicamente en guía espiritual. Este año, esa sotana probablemente no será nueva. No se han encargado tampoco nuevas cruces ni accesorios dorados, y ni siquiera el fajín llevaría bordados de oro. Un reflejo de la impronta de Francisco, que incluso en su partida sigue modelando el estilo de la institución.
Cada detalle cuenta: la cruz pectoral, el material del solideo, la sobriedad del calzado o la presencia de gafas. Observadores como la analista Patrycia Centeno recuerdan que estos elementos no son inocentes: suelen anticipar posturas doctrinales. Cruces doradas y ornamentadas tienden a asociarse a posiciones conservadoras; las de madera o plata, a un perfil más pastoral y progresista.
La estética litúrgica, lejos de ser un adorno, expresa contenidos teológicos y posicionamientos institucionales. En este Cónclave, esa expresión se torna más elocuente que nunca. Sin palabras ni discursos, los gestos visuales están anunciando si se continuará la senda trazada por Francisco o si se abrirá una nueva página. La estética, una vez más, opera como antesala del mensaje.