
El reloj marca las primeras horas del cónclave y Roma late con un pulso diferente. Desde la madrugada del 7 de mayo, los 133 cardenales con derecho a voto se encuentran ya aislados dentro de los muros del Vaticano. La Capilla Sixtina, donde Miguel Ángel retrató el Juicio Final, es ahora escenario de una decisión que podría cambiar el curso espiritual y diplomático de la humanidad: la elección del sucesor del Papa Francisco.
Este aislamiento no es meramente simbólico. El cónclave representa uno de los pocos rituales que se mantiene fiel a sus formas ancestrales en un mundo hiperconectado. Aislados de cualquier influencia externa, sin móviles, internet ni medios, los cardenales son conducidos por una disciplina que busca garantizar pureza de criterio.
El uso de inhibidores de señal, dispositivos anti-espía y la inspección minuciosa de la Capilla Sixtina confirman que, incluso en 2025, el secreto sigue siendo inviolable. En tiempos donde casi todo se filtra o se transmite en tiempo real, el Vaticano conserva su capacidad de generar un suspenso que desafía la lógica moderna y captura la atención global.
Fuera, la escena no es menos impresionante. Miles de personas han comenzado a reunirse en la Plaza de San Pedro. Algunos vienen desde lejos, como los peregrinos filipinos que viajan en grupo desde Manila, o los fieles africanos que corean cantos religiosos entre banderas de Camerún y Congo. Otros, simplemente llegan de distintas ciudades europeas con la esperanza de presenciar el momento en que la chimenea vaticana exhale la fumata blanca que anuncie al nuevo pontífice.
La Plaza se ha convertido en un microcosmos del catolicismo global, donde culturas y lenguas confluyen bajo una misma espera. No hay un espectáculo organizado, ni música ni discursos: el protagonismo lo tiene el silencio colectivo, una forma de oración laica compartida por creyentes y curiosos por igual. La espiritualidad se mezcla con la emoción de estar presentes en un momento histórico.
#AHORA Miles de personas ya se concentran en la plaza de San Pedro a la espera de la primera fumata, tras el inicio del cónclave para elegir al sucesor del papa Francisco.
— VPItv (@VPITV) May 7, 2025
⛪️Los 133 cardenales electores ingresaron pasadas las (hora local) de la tarde a la Capilla Sixtina, lugar… pic.twitter.com/Q35cGi5m67
Los hoteles de la zona están colmados, los vendedores ambulantes ofrecen rosarios y banderas del Vaticano, y las pantallas gigantes instaladas por la Santa Sede transmiten en directo la actividad exterior, aunque sin revelar nada del secreto deliberativo. La ciudad-Estado está preparada como nunca antes: servicios de inteligencia italianos colaboran con el cuerpo de gendarmería vaticano para prevenir cualquier incidente, incluso la intrusión de drones.
El protocolo de aislamiento se mantiene firme: los cardenales no tienen acceso a teléfonos, dispositivos electrónicos ni contacto con el exterior. El mundo entero depende, una vez más, de una señal de humo. En medio de las restricciones y del fervor, también se mueve una economía de ocasión que convierte los bordes de la Plaza en un mercado espiritual. Desde mantas con el rostro del Papa Francisco hasta estampitas con oraciones en árabe, la dimensión material de la fe también ocupa su lugar.
El clima en la Plaza combina tensión y fe. "Estoy aquí porque creo que el Espíritu Santo actuará", dice Ana Lucía, una maestra ecuatoriana que lleva tres días acampando con su familia. A pocos metros, un grupo de franceses reza el rosario en voz alta, mientras voluntarios distribuyen botellas de agua y mantas. La policía italiana ha reforzado la seguridad, y helicópteros sobrevuelan esporádicamente el área.
Detrás del fervor también hay organización: Cruz Roja, scouts católicos y grupos parroquiales ofrecen asistencia logística, traduciendo la devoción en trabajo silencioso. La convivencia improvisada entre miles de personas obliga a crear normas espontáneas de respeto y cuidado, revelando una comunidad que se autogestiona en nombre de la espera.
El primer escrutinio se realiza en la tarde del mismo martes, pero se espera que las votaciones se extiendan durante días. Cada mañana y cada tarde podría haber humo negro o blanco. Hasta entonces, los ojos del mundo permanecerán fijos en una pequeña chimenea que, desde hace siglos, resume el misterio y el poder del catolicismo.
La fumata blanca no solo designa a un nuevo líder religioso: redefine prioridades globales en moral, diplomacia y presencia mediática. Es una señal antigua que sigue funcionando como reloj mundial, un gesto ritual capaz de detener la rutina de millones de personas por unos segundos.
Este cónclave no es solo una elección eclesial. Es un momento de identidad, de proyección y de futuro. Y mientras dentro se escuchan oraciones en latín, afuera resuenan todos los idiomas del planeta. Para muchos, es un llamado a la esperanza; para otros, una oportunidad de redefinir los vínculos entre religión y sociedad.
La espera ha comenzado, pero también ha comenzado una conversación silenciosa entre culturas. Cada rostro en la Plaza representa una historia, una motivación, un anhelo. Y en esa suma de voces y silencios se anticipa ya el perfil del nuevo pontífice: un Papa que, más allá de su nombre, deberá asumir el desafío de hablarle al mundo entero.