08/05/2025 - Edición Nº821

Internacionales

Una nueva etapa para la Iglesia Católica

Fumata blanca: Habemus Papam

08/05/2025 | El humo blanco surcó el cielo de Roma y anunció lo que millones esperaban. Horas después, la Plaza de San Pedro estalló en emoción al escuchar el “Habemus Papam”. La Iglesia tiene nuevo Pastor.



La tarde se desvanecía suavemente sobre Roma, con el cielo tiñéndose de colores cálidos, cuando, a las 18.42 horas, una nube blanca emergió desde la chimenea de la Capilla Sixtina. Blanca, pura, definitiva. La señal ancestral ascendió como un suspiro del cielo romano, provocando una reacción inmediata: un rugido suave primero, seguido por un estallido de júbilo que se propagó como un eco sagrado por toda la Plaza de San Pedro.

El mundo entero entendió lo que ese humo significaba. Tras días de espera, de oraciones, de incertidumbre sagrada, los cardenales habían alcanzado el consenso: el 267º sucesor de Pedro ya había sido elegido. Y con él, se abría una nueva página en la historia de la Iglesia Católica.

Los minutos que siguieron estuvieron cargados de expectación electrizante. Desde todos los rincones de la plaza llegaron voces, cánticos, lágrimas. Las cámaras del mundo se alinearon hacia el balcón central de la Basílica de San Pedro. Las campanas comenzaron a repicar con fuerza, confirmando lo que ya sabíamos: había Papa. Pero aún faltaba el nombre.

Como marca la tradición, el cardenal protodiácono apareció en el balcón, vestido de blanco. Con voz clara y solemne, pronunció las palabras más esperadas: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam”. Luego, el nombre del elegido.

El nuevo Pontífice, aún con la emoción en el rostro, salió a saludar al pueblo desde lo alto. Un silencio reverente se hizo en la plaza mientras su figura blanca, pequeña y poderosa, se recortaba sobre el mármol de la basílica. Alzó la mano, pidió oración, y regaló su primera bendición. Fue un momento sin tiempo, donde lo humano y lo eterno se fundieron en un solo acto.

El elegido no solo asume una responsabilidad histórica: hereda una misión espiritual de dimensiones universales. Ser el Vicario de Cristo en la Tierra implica abrazar las heridas del mundo, dialogar con creyentes y no creyentes, sostener la fe de los pequeños, y hablar al corazón de la humanidad desde la sencillez del Evangelio.

En los días que vendrán, conoceremos más sobre su historia, su pensamiento, sus prioridades. Pero hoy, lo que importa es el símbolo, el gesto, la elección. La Iglesia tiene Pastor. La barca de Pedro tiene timonel. Y el mundo, por un instante, se ha unido en torno a una esperanza blanca que brotó desde una chimenea estrecha, como lo ha hecho durante siglos.

La Capilla Sixtina vuelve al silencio. Las puertas se cerrarán. Pero afuera, en la plaza y en los corazones, la historia recién empieza.