
Nacido en Chicago en 1955, con raíces españolas y corazón latinoamericano, Robert Francis Prevost fue elegido en la cuarta votación del Cónclave 2025 y se convirtió en el nuevo obispo de Roma. Su elección, sorpresiva para algunos, representa una fuerte señal de continuidad con el pontificado de Francisco. Pero también un mensaje político: un estadounidense que no responde a los poderes conservadores de su país, sino a la visión pastoral de una Iglesia global, comprometida y abierta al sur del mundo.
León XIV no es un nombre al azar. El nuevo pontífice lo eligió en honor a León XIII, el Papa más longevo de la historia, recordado por su encíclica Rerum Novarum (1891), piedra angular de la Doctrina Social de la Iglesia. Aquel León XIII fue el primero en denunciar las injusticias del capitalismo salvaje y defender los derechos de los trabajadores. En un mundo fragmentado por guerras, polarización política y desigualdad social, la elección del nombre parece una declaración de principios: una Iglesia que no se encierra en sí misma, sino que habla con el mundo.
Prevost no es un outsider, pero tampoco un producto típico de la curia. Fue prior general de los agustinos durante 12 años, misionero en Perú y obispo en Chiclayo. Su paso por América Latina fue decisivo para el Papa Francisco, quien lo nombró prefecto del Dicasterio para los Obispos tras comprobar la falsedad de las acusaciones que lo vinculaban a un caso de encubrimiento. Desde ese rol, Prevost promovió el nombramiento de obispos-pastores y reemplazó a más de veinte prelados en EE.UU., enfrentando la resistencia del trumpismo católico.
Su designación como prefecto fue interpretada como una apuesta de Francisco por una Iglesia que privilegie el discernimiento pastoral por sobre la lógica del poder. En Washington, designó al cardenal McElroy, defensor de los migrantes y crítico del nacionalismo conservador. En Roma, su elección como Papa representa una bisagra: el paso del liderazgo carismático de Francisco a una gestión más estructurada, pero igual de comprometida con los pobres y los excluidos.
En Estados Unidos, la elección de Prevost es vista como un contrapeso a Donald Trump, quien regresó a la presidencia con una agenda nacionalista y ultraconservadora. Mientras el exmandatario busca domesticar al cristianismo dentro de su cruzada política, el nuevo Papa representa lo opuesto: un líder espiritual, sobrio y universal, que promueve la sinodalidad como forma de gobierno de la Iglesia. Como advirtieron algunos analistas vaticanos, se trata de un "estadounidense que puede decirle a Trump que la Iglesia no va por ahí".
Sus primeras palabras como León XIV fueron un llamado urgente a la paz, en medio de múltiples conflictos abiertos: Ucrania, Tierra Santa, África. “Que todos los pueblos caminen en paz”, dijo desde el balcón central de la basílica de San Pedro, ante una plaza repleta. No fue un gesto menor: en un mundo sacudido por el odio y el extremismo, el nuevo Papa propone un camino de encuentro, diálogo y servicio. En eso también se parece a su predecesor.
León XIV tiene 69 años y se espera un pontificado de transición —10 o 12 años— en el que se afiance el proceso de sinodalidad, se reforme la Curia y se consolide una Iglesia en salida. Sin el carisma explosivo de Francisco, pero con una fuerte capacidad de trabajo, el nuevo Papa ya despierta elogios entre sectores progresistas y temores en los sectores que buscaban un giro conservador.
Su elección, además, reactiva las esperanzas del mundo hispano y latinoamericano. Porque aunque es estadounidense, su corazón pastoral se formó en América Latina. Y eso se nota.