08/05/2025 - Edición Nº821

Internacionales

El peso de la verdad y la confianza papal

Francisco, las denuncias falsas de abuso y la elección de Prevost: el día que la credibilidad venció al ruido

08/05/2025 | Acusado injustamente por sectores ultraconservadores, Robert Prevost fue elegido por el Papa Francisco para encabezar una de las reformas más delicadas del Vaticano: la de los obispos. Hoy, su elección como Papa reivindica ese gesto de confianza.



En el Vaticano, las decisiones no suelen ser impulsivas. Cada nombramiento implica un delicado equilibrio entre historia, doctrina, política interna y, en muchos casos, resistencia. Por eso, cuando en 2023 el Papa Francisco eligió al cardenal Robert Prevost como prefecto del Dicasterio para los Obispos -el organismo que define quién conduce cada diócesis del mundo-, no fue un gesto menor. Fue, en los hechos, un acto de confianza bajo fuego.

Prevost llegaba al cargo tras enfrentar denuncias de encubrimiento de abusos en la diócesis peruana de Chiclayo, donde había desarrollado una intensa labor pastoral como misionero agustino. Las acusaciones, que luego se demostraron falsas, fueron impulsadas por sectores ligados al extremismo religioso y político: pseudomedios afines al movimiento MAGA, grupos ultracatólicos como El Yunque, y espacios abiertamente opuestos a las reformas del Papa Francisco. El objetivo era claro: desacreditar a un posible sucesor de línea franciscana.

Lejos de dejarse influenciar por el ruido mediático, Francisco decidió investigar personalmente. Confirmada la falsedad de las denuncias, nombró a Prevost al frente del dicasterio más estratégico para el futuro de la Iglesia. En su rol, el purpurado estadounidense comenzó a renovar silenciosamente la estructura episcopal, sobre todo en Estados Unidos, desplazando obispos más ideologizados y priorizando perfiles pastorales. El caso más simbólico fue la designación del cardenal McElroy como arzobispo de Washington, una señal clara de distanciamiento entre la Santa Sede y la política antiinmigrante de la administración Trump.

Hoy, la elección de Prevost como Papa no solo representa un cambio de etapa: reivindica una decisión tomada en soledad por el pontífice saliente, que optó por la verdad frente a la difamación. En medio de un clima viciado por campañas digitales y presiones políticas, Francisco eligió mirar el fondo y no las formas. Y ese gesto es, probablemente, uno de los más proféticos de su pontificado.

Prevost, de carácter sereno pero inflexible en cuestiones de justicia, no tiene el carisma mediático de su antecesor. Pero tiene lo que más se necesita hoy: legitimidad, gestión y una hoja de ruta clara. Su pontificado, se anticipa, será uno de mediana duración -entre 10 y 12 años-, con foco en implementar plenamente la sinodalidad, consolidar la reforma de la Curia y avanzar en el nombramiento de obispos con olor a pueblo.

Sus detractores, tanto dentro como fuera de la Iglesia, intentaron frenarlo con ruido, sospechas y falsedades. Pero la historia demostró otra cosa. La elección de hoy, en el Día de la Virgen de Luján, no solo tiene un valor espiritual: es una respuesta institucional ante la manipulación. Y también una advertencia: el camino de la reforma no será detenido por quienes usan la fe como bandera de guerra cultural.