
La elección de un nombre papal nunca es inocente. Cada elección encierra siglos de simbolismo, legado doctrinal y resonancia histórica. Por eso, cuando el cardenal estadounidense Robert Prevost -un agustino que hasta hace poco era prefecto del Dicasterio para los Obispos- anunció que adoptaría el nombre de León XIV, los observadores vaticanos supieron que ese gesto no era casual. No solo es un nombre cargado de peso histórico, sino uno que no se usaba desde hace casi 150 años: el último fue León XIII, fallecido en 1903.
León no es un nombre cualquiera. De los trece papas que lo llevaron antes, destacan especialmente dos. El primero, León I, conocido como “el Magno”, fue papa entre los años 440 y 461. Fue un defensor férreo de la autoridad petrina, un diplomático sagaz que, según la tradición, logró convencer al mismísimo Atila el Huno de no invadir Roma. Fue también el autor del Tomo a Flaviano, un texto clave para definir la doctrina cristológica en el Concilio de Calcedonia. Invocar a León I no es solamente un homenaje; es un acto de posicionamiento teológico y político: firmeza, defensa de la ortodoxia y capacidad de diálogo.
León XIII, en cambio, fue una figura de modernización. Gobernó entre 1878 y 1903 y es recordado por su encíclica Rerum Novarum (1891), en la que la Iglesia se pronunció por primera vez sobre la cuestión social, denunciando los abusos del capitalismo sin rechazar la propiedad privada. León XIII intentó tender puentes con el mundo moderno, con la ciencia, con la cultura, y sentó las bases de lo que luego se conocería como la doctrina social de la Iglesia. Muchos ven en la elección de ese nombre un guiño a ese espíritu de apertura, pero también de firmeza doctrinal.
En las primeras palabras de #LeonXIV hay una indicación preciosa para la vida de la #Iglesia. Artículo de #AndreaTornielli, director editorial del Dicasterio para la Comunicación del #Vaticano.https://t.co/tYxavKwRJ6
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El propio Papa explicó, según recogió Ámbito Financiero, que “el nombre León representa valentía, sabiduría y defensa de la fe”. En otras palabras, un ideal de liderazgo espiritual que conjuga coraje frente a la adversidad, discernimiento intelectual y fidelidad doctrinal. No es casual que haya elegido ese nombre en un momento donde la Iglesia enfrenta tanto desafíos internos -como las divisiones entre sectores conservadores y progresistas- como presiones externas, en un mundo crecientemente polarizado.
En América Latina, el impacto fue inmediato, algunos sectores leyeron la elección de “León” como una señal de respaldo indirecto a los movimientos populares que se oponen a las políticas de corte ultraliberal. En Argentina, en particular, donde el presidente Javier Milei ha expresado críticas contundentes a sectores eclesiales, el gesto fue interpretado por algunos como una toma de postura simbólica, aunque el Vaticano, fiel a su estilo, no lo haya explicitado.
Felicitaciones del mundo al #PapaLeonXIV: «Sus palabras traen #esperanza»https://t.co/o5pYxz7pTF
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A escala internacional, se puede interpretar que el Papa busca presentarse como un pontífice de puentes, capaz de mantener la tradición sin cerrarse al diálogo contemporáneo. El nombre León puede entenderse como una apuesta por ese equilibrio tenso entre el legado y el presente: entre el poder simbólico del pasado y los desafíos urgentes del siglo XXI.
En definitiva, León XIV no ha comenzado su pontificado con silencios, sino con gestos cargados de contenido. Y en el Vaticano, donde todo comunica -desde una palabra hasta una vestidura-, los símbolos no son decorativos: son decisiones de gobierno, actos de interpretación del mundo. El león ruge, y el eco resuena en todos los rincones de la Iglesia.