
La elección de León XIV no solo sorprendió por su nombre —una evocación clásica, cargada de resonancias políticas— sino por su biografía: es el primer Papa estadounidense de la historia, aunque con madre peruana y una trayectoria eclesial que combina Harvard con las villas de Lima. Un Pontífice que parece haber nacido para navegar entre dos mundos. Vivió 25 años en Perú, se nacionalizó y fue nombrado cardenal por Francisco. Que su primer discurso, lo citó con visible emoción al menos tres veces, en contraste con el cardenal Re, quien en la misa inaugural del cónclave no lo mencionó y fue captado por un micrófono diciendo al cardenal Parolin "auguri doppi" —un gesto interpretado como apoyo tácito a la candidatura italiana, no bergogliana.
León XIV fue claramente elegido como continuidad de Francisco. En sus primeras palabras habló de paz —tema que Francisco mencionó cuatro veces en su despedida— y de cercanía a los migrantes. Es un Papa misionero, con sensibilidad latinoamericana, aunque con acento del norte.
La elección también es un mensaje a la Iglesia estadounidense, que en los últimos años fue la mayor aportante económica del Vaticano. Con Francisco, esa relación fue tensa: recortes salariales, críticas a la ideología capitalista y distancia con sectores conservadores. Pero con León XIV, Roma vuelve a hablar en inglés sin perder el alma del sur. No pocos especulan que su elección pueda facilitar un aumento de los aportes económicos.
Hay además un componente político: el ascenso de León XIV fue visto como una señal contra Donald Trump. En la Santa Sede cayó muy mal el montaje digital que el propio Trump difundió de sí mismo como Papa. La reacción fue inmediata: los cardenales norteamericanos más alejados del trumpismo ganaron influencia. Y, hoy, hay un estadounidense más importante que Trump en el escenario global. Un hecho que seguramente lo irrita.
Para América Latina, la elección de León XIV representa una mezcla de orfandad y esperanza. Se fue el Papa argentino, pero quedó su línea. León XIV no solo fue promovido por Francisco: vivió en el continente, conoce sus heridas y su fe. No es un outsider. En sus palabras iniciales hubo paz, periferia y migración. En su estilo, emoción bergogliana.
Sin embargo, no todo es continuidad. León XIV usó la cruz dorada, no la de hierro que caracterizó a Francisco. Llevó también el tradicional muceta rojo con bordes dorados, y es probable que viva en el Palacio Apostólico en lugar de Santa Marta. Son gestos, pero dicen algo: tal vez no haya la misma austeridad, aunque sí la misma brújula.
Francisco preparó la transición con paciencia jesuita. No eligió un clon, sino un sucesor con matices. Uno que pueda contener a sectores que se sintieron marginados por el Papa argentino —sobre todo los más ortodoxos— sin traicionar la visión pastoral. León XIV podría reforzar temas que Francisco no enfatizó tanto, como el aborto o la ideología de género, sin abandonar su compromiso con los pobres y los migrantes.
El contraste con 2013 es inevitable. Entonces, Cristina Fernández se molestó con la elección de Bergoglio. Hoy, Trump lo felicitó rápido. Pero la afinidad ideológica es otra historia: Francisco y Cristina compartían visiones sobre el rol del Estado, la justicia social, el poder financiero. León XIV y Trump no parecen tener ese terreno común. Por eso, es difícil imaginar una relación fluida.
Lo que está en juego es más que una biografía. León XIV puede ser el Papa del equilibrio: reformista, pero no rupturista; norteamericano, pero con alma latinoamericana; interlocutor del poder, pero pastor de las periferias. Su perfil le permite tender puentes entre Roma y Washington, pero también entre tradición y cambio.
El Vaticano necesita recursos, pero no puede hipotecar su mensaje. La Iglesia necesita unidad, pero no debe anestesiar el impulso reformista. León XIV llega con una difícil tarea: contener sin claudicar, liderar sin dividir, y sobre todo, mantener viva la intuición de Francisco, sin convertirse en su sombra.