
La cumbre del 15 de mayo en Turquía puede marcar el inicio de una tregua o el fracaso de la diplomacia. Estados Unidos presiona, Europa desconfía y China observa.
«Esperaré a Putin en Turquía el jueves. Personalmente». Con esa frase tajante, Volodymyr Zelensky confirmó anoche lo que hasta hace días parecía improbable: una reunión directa con Vladimir Putin en terreno neutral. El lugar será Estambul, y la fecha, el 15 de mayo. La cita no sólo representa un giro inesperado en la guerra que ya lleva más de dos años, sino también un movimiento estratégico que revela el renovado peso de Turquía como mediador regional, la presión creciente de Estados Unidos y la ambivalencia europea ante cualquier gesto ruso.
En este complejo tablero geopolítico, la Santa Sede vuelve a posicionarse como actor moral y diplomático. En una conversación publicada hoy, Volodymyr Zelensky agradeció al papa León XIV su “apoyo cálido y sustancioso” en favor de una paz justa, la liberación de presos y la repatriación de miles de niños ucranianos deportados por Rusia. Según el presidente ucraniano, el Vaticano se comprometió a colaborar activamente en ese proceso humanitario. Además, Zelensky informó al Pontífice sobre el acuerdo alcanzado con socios internacionales para implementar un alto el fuego total e incondicional por 30 días a partir de hoy, y reiteró su voluntad de continuar las negociaciones en cualquier formato. En un gesto simbólico y de alto contenido político, también lo invitó a visitar Ucrania: una eventual visita apostólica que podría reforzar el mensaje de esperanza en uno de los momentos más delicados del conflicto.
I spoke with Pope Leo XIV. It was our first conversation, but already a very warm and truly substantive one.
— Volodymyr Zelenskyy / Володимир Зеленський (@ZelenskyyUa) May 12, 2025
I thanked His Holiness for his support of Ukraine and all our people. We deeply value his words about the need to achieve a just and lasting peace for our country and the… pic.twitter.com/4ocbA7jnMK
El impulso determinante parece haber venido desde Washington. El presidente Donald Trump, que ha retomado un perfil protagónico en política exterior desde su retorno al poder, hizo pública su expectativa de que Zelensky aceptara la propuesta de Moscú. Poco después, el mandatario ucraniano publicó su aceptación en redes sociales. Según fuentes diplomáticas, el secretario de Estado Marco Rubio acompañará el proceso en Estambul del 14 al 16 de mayo, una clara señal de que EE.UU. no quiere dejar el control narrativo ni diplomático del proceso en manos ajenas.
Para Trump, que busca reposicionar su administración como una máquina de resultados internacionales, la tregua en Ucrania sería una victoria estratégica en un año de elecciones europeas y tensiones crecientes en Asia. Su enfoque pragmático, muchas veces criticado por ser transaccional, se alinea esta vez con el deseo global de frenar una guerra que amenaza con enquistarse en el corazón de Europa.
Recep Tayyip Erdogan emerge como el gran anfitrión de esta cita histórica. No es la primera vez que Turquía intenta mediar: ya lo hizo en 2022, sin éxito. Pero esta vez el contexto es distinto. El desgaste de ambos ejércitos, el reacomodo de alianzas globales y la necesidad urgente de un alto el fuego han reabierto una rendija para la diplomacia.
Erdogan busca consolidar a Turquía como el puente geoestratégico entre Oriente y Occidente. Lo hace en momentos en que Ankara se presenta como interlocutor válido ante Rusia, Ucrania, la OTAN y las potencias del sur global. Además, el mandatario turco podría estar apostando a un rédito interno: mostrar liderazgo global justo cuando su economía atraviesa turbulencias.
«Estamos ante un punto de inflexión histórico», le dijo Erdogan a Macron, según la prensa turca. No es sólo retórica. Turquía sabe que, si logra siquiera un cese de hostilidades parcial, ganará capital diplomático y peso multilateral.
Ni Berlín ni París han ocultado su escepticismo. Emmanuel Macron y la canciller alemana Annalena Merz sostienen que Rusia podría estar buscando únicamente «ganar tiempo», como ya lo hizo antes de la ofensiva de 2022 tras los Acuerdos de Minsk. El temor a que Putin utilice la tregua para rearmarse o dividir al bloque occidental sigue latente.
No obstante, la Unión Europea mantiene su respaldo firme a Ucrania. La cumbre del sábado pasado en Kiev, con participación remota de más de 30 países, fue una muestra de que el apoyo no ha disminuido. Pero sí ha mutado: de la solidaridad incondicional a la necesidad de explorar salidas políticas viables, incluso si eso implica tensar la cuerda con Washington.
Un colapso diplomático en Estambul tendría implicancias más allá del campo de batalla. Para la Unión Europea, representaría un golpe a su aspiración de autonomía estratégica y confirmaría la percepción de que depende de Washington para guiar cualquier proceso de paz. Si Putin percibe debilidad o falta de coordinación entre París, Berlín y Bruselas, podría intensificar operaciones híbridas: más presión migratoria sobre fronteras externas, ciberataques, desinformación y apoyo encubierto a movimientos euroescépticos.
En paralelo, Moscú podría reforzar su eje con Pekín y con países del Sur Global, intentando legitimar su narrativa de “resistencia al orden occidental”. China, en particular, observa el proceso con atención: un éxito negociador de Occidente sin su participación directa podría desplazarla del tablero euroasiático, mientras que un fracaso reforzaría su papel como potencia estabilizadora alternativa. No se descarta que, ante un escenario de estancamiento, Pekín proponga su propio plan de paz o redoble sus inversiones en infraestructura y defensa en Eurasia, apuntalando un orden multipolar cada vez más desafiante para la hegemonía occidental.
Todo dependerá del margen de maniobra de los actores. Ucrania ha dejado claro que no aceptará ninguna solución que implique cesiones territoriales unilaterales sin garantías multilaterales. Zelensky exige un alto el fuego como condición mínima para hablar de paz.
Rusia, por su parte, busca reconocimiento —explícito o implícito— de su control sobre regiones ocupadas. También podría intentar usar la negociación como herramienta de legitimación interna o como maniobra para desestabilizar el frente diplomático europeo.
En ese juego de expectativas cruzadas, Estambul puede convertirse en un punto de inflexión... o en otro callejón sin salida.
We await a full and lasting ceasefire, starting from tomorrow, to provide the necessary basis for diplomacy. There is no point in prolonging the killings. And I will be waiting for Putin in Türkiye on Thursday. Personally. I hope that this time the Russians will not look for…
— Volodymyr Zelenskyy / Володимир Зеленський (@ZelenskyyUa) May 11, 2025
Si la reunión no produce un alto el fuego o al menos un compromiso serio de desescalada, el riesgo es que Rusia intensifique su ofensiva. Fuentes de inteligencia occidentales creen que el Kremlin podría utilizar el fracaso como justificación para una nueva oleada de ataques estratégicos, incluso en zonas hasta ahora no afectadas por bombardeos masivos. También podría aprovechar la división entre EE.UU. y Europa para debilitar el frente occidental.
Además, un fracaso dejaría a Zelensky en una posición incómoda: habría aceptado dialogar con Putin sin obtener resultados tangibles, algo que podría erosionar su legitimidad interna y su margen internacional.
Desde Moscú, la respuesta ha sido tan cautelosa como ambigua. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, confirmó que el presidente Putin está dispuesto a asistir a la reunión del 15 de mayo en Estambul, pero evitó comprometerse con el alto el fuego anunciado por Kiev y respaldado por sus aliados. “Rusia sigue abierta al diálogo, pero sin condiciones impuestas”, declaró, deslizando que cualquier tregua deberá considerar también las demandas de seguridad del Kremlin, incluidas garantías sobre la expansión de la OTAN y el estatus de los territorios ocupados. En medios cercanos al poder, algunos analistas deslizan que una suspensión de hostilidades sin concesiones previas podría percibirse como una señal de debilidad interna, justo cuando el liderazgo de Putin atraviesa presiones económicas y militares. No se descarta que, en caso de fracaso del diálogo, Moscú refuerce su ofensiva en el este de Ucrania o intensifique sus ataques a la infraestructura crítica, como forma de presión para obtener más margen en futuras negociaciones.
Estambul puede no ser el fin de la guerra, pero sí su próxima gran bisagra. Para Trump, representa una oportunidad de reafirmar liderazgo global. Para Erdogan, la chance de consolidar su país como mediador crucial. Para Zelensky, una apuesta de alto riesgo para demostrar que aún tiene la iniciativa. Y para Europa, la prueba de fuego sobre si su unidad resiste cuando la diplomacia se enfrenta a la realpolitik.