
Donald Trump aterriza en Medio Oriente con una propuesta tan audaz como explosiva: ofrecer estabilidad en medio del fuego cruzado de Gaza, contener a Irán con firmeza militar y transformar los lazos comerciales con los países árabes en pilares de su nueva política exterior. No es solo una gira diplomática: es una declaración de poder.
La visita del presidente estadounidense a Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Israel y Egipto marca el inicio de una ofensiva estratégica que combina diplomacia dura, influencia militar y una agenda económica sin precedentes. A diferencia de sus antecesores, Trump no viaja a Medio Oriente para moderar el conflicto, sino para inclinar la balanza. Lo hace con un mensaje claro: el nuevo liderazgo estadounidense se basa en alianzas férreas, intereses compartidos y negocios concretos.
El factor más determinante en esta gira es Irán. Su creciente influencia en la región ha sido, desde hace años, uno de los puntos más sensibles en la política exterior estadounidense. Desde el apoyo a milicias en Irak y Siria, hasta el respaldo abierto a Hezbolá en Líbano y a los hutíes en Yemen, Teherán ha extendido su alcance regional a través de una estrategia híbrida que combina diplomacia, armas y religión.
Trump considera a Irán como la principal fuente de desestabilización en Medio Oriente. Bajo su mandato anterior, retiró a EE.UU. del acuerdo nuclear de 2015 e impuso un régimen de “máxima presión” económica. Hoy, en su retorno a la Casa Blanca, el tono es aún más severo. Su gira busca reunir a los principales aliados árabes e israelíes en un frente común para frenar la expansión iraní, contener el suministro de armas a grupos insurgentes y, eventualmente, negociar desde una posición de fuerza.
La guerra en Gaza le da al presidente el escenario perfecto para reforzar ese mensaje: Irán como actor indirecto del conflicto, financiador de Hamás y obstáculo permanente para la paz regional.
La otra gran columna de la gira es el comercio. Pero no se trata de negocios simbólicos: Trump llega con la intención de concretar acuerdos millonarios que transformen el perfil económico de Medio Oriente y refuercen la dependencia de la región con respecto a la industria estadounidense.
Arabia Saudita apunta a modernizar sus capacidades de defensa mediante la compra de sistemas antimisiles, drones, aviones y tecnologías de guerra electrónica. Emiratos Árabes Unidos, por su parte, quiere avanzar en acuerdos de transferencia tecnológica e inversión conjunta en inteligencia artificial, big data y automatización industrial. También se prevén anuncios en sectores energéticos: desde colaboración en energías limpias hasta asociaciones estratégicas en exploración y comercialización de hidrocarburos.
Egipto, en medio de una crisis económica interna, busca apoyo financiero e inversiones estadounidenses que le permitan amortiguar su deuda externa y relanzar su infraestructura crítica. En todos los casos, Trump se posiciona como un facilitador directo, evitando a los organismos multilaterales y negociando país por país, con acuerdos bilaterales que privilegian resultados rápidos y visibles.
Esta dimensión comercial no es menor: forma parte del rediseño de la arquitectura geopolítica regional. Si Estados Unidos vuelve a ser el socio económico preferido de las potencias árabes, su influencia política se verá también consolidada. Para Trump, los contratos son una herramienta de disuasión tanto como los portaaviones.
La selección de los países árabes que forman parte de esta gira no es casual. Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto representan tres ejes fundamentales de la estrategia regional de Trump: liderazgo político, influencia económica y control territorial. Con Riad, la apuesta es consolidar una alianza militar y energética de largo plazo. Con Abu Dabi, se busca profundizar la cooperación tecnológica y comercial, en el marco de una visión de modernización regional. Y con El Cairo, Trump apunta a sostener un gobierno aliado en una zona clave del Mediterráneo oriental, en un momento en que Egipto atraviesa desafíos económicos críticos y un rol geopolítico creciente como mediador en el conflicto de Gaza. Esta trilogía de destinos refleja el intento de estructurar una coalición estable bajo el paraguas de Estados Unidos, en un momento en que la competencia con China y Rusia también se libra en el terreno de la influencia árabe.
Comparada con las giras de otros presidentes estadounidenses, la visita de Trump a Oriente Medio representa un quiebre de estilo y de fondo. Jimmy Carter viajó a Egipto e Israel en 1979 como garante de los Acuerdos de Camp David, apostando al multilateralismo y al diálogo. Barack Obama inició su presidencia con una visita al Cairo en 2009, donde pronunció su famoso discurso de reconciliación con el mundo musulmán. Joe Biden, más recientemente, intentó recomponer la alianza con Arabia Saudita desde una lógica de derechos humanos, incluso cuestionando públicamente a Mohammed bin Salman.
Trump, en cambio, no apuesta al consenso, ni al simbolismo. Su gira no pretende abrir conversaciones complejas ni promover procesos de paz extensos. Busca cerrar pactos concretos: garantizar apoyo a Israel, aislar a Irán, y vender armas, tecnología y contratos de infraestructura. Es una gira de realpolitik, donde el poder se mide en bases militares, contratos firmados y adversarios disuadidos.
Lo que está en juego en esta gira no es solo la imagen de un presidente decidido a recuperar el protagonismo de su país en Medio Oriente. Es la construcción de un nuevo equilibrio regional, en el que Estados Unidos pretende liderar sin ambigüedades, con alianzas selectas y objetivos concretos. Si Trump logra sellar los acuerdos que busca, contener la expansión iraní y reforzar su influencia económica, podría consolidar una arquitectura de poder favorable a Washington por la próxima década.
En ese escenario, Arabia Saudita se perfilaría como eje militar y energético, Emiratos como centro tecnológico y financiero, e Israel como brazo estratégico en seguridad. A cambio, estos aliados recibirían respaldo incondicional ante amenazas internas y externas, además de acceso prioritario a la innovación y al capital estadounidense. Trump no está solo reactivando relaciones: está rediseñando el mapa de poder del mundo árabe bajo el signo del pragmatismo, el control y los intereses cruzados. Oriente Medio, una vez más, vuelve a ser el epicentro de la estrategia global de Estados Unidos —pero esta vez, bajo nuevas reglas.