
Edan Alexander ya no está en manos de Hamás. Su liberación, confirmada este 12 de mayo, representa mucho más que el regreso de un joven soldado a casa: es un gesto cargado de simbolismo geopolítico, presión diplomática y propaganda de guerra. La Casa Blanca celebra el “triunfo del diálogo”, mientras Israel promete continuar su ofensiva hasta recuperar a todos los secuestrados.
Alexander, de 20 años, con doble nacionalidad israelí y estadounidense, fue secuestrado el 7 de octubre de 2023 durante el ataque masivo lanzado por Hamás contra el sur de Israel. Desde entonces, su nombre se convirtió en una bandera en las calles de Tel Aviv, en Washington y en diversas capitales occidentales que exigían su liberación junto con la de otros rehenes. Su caso cobró un especial interés internacional no solo por su nacionalidad doble, sino también por el impacto emocional que generó en la opinión pública norteamericana.
Nacido en Nueva Jersey y criado entre dos culturas, Alexander se alistó voluntariamente en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Su elección fue celebrada en sectores de la diáspora judía como una muestra de compromiso con el Estado de Israel. En octubre de 2023, se encontraba en una base fronteriza cuando fue sorprendido por el ataque de Hamás, en lo que fue una de las ofensivas más letales contra civiles y soldados israelíes en la historia reciente.
Durante más de un año, su nombre se mantuvo en el centro de las campañas internacionales por la liberación de rehenes. Su imagen, reproducida en murales, redes sociales y banderas, se convirtió en un símbolo de la lucha por la vida en medio del conflicto.
La liberación: una operación compleja y de alto costo
Aunque no se han revelado todos los detalles, se sabe que su liberación fue parte de un acuerdo indirecto entre Israel y Hamás, mediado por actores regionales como Qatar y Egipto. La presión de Estados Unidos fue crucial: según fuentes diplomáticas, la administración de Trump redobló sus gestiones en las últimas semanas, consciente de que el caso Alexander podía influir en la percepción pública sobre el manejo del conflicto en Gaza.
Donald Trump no tardó en reaccionar. En un mensaje desde la Casa Blanca, declaró: “Hoy celebramos la vida. Edan vuelve con su familia, y con él, una esperanza para muchos otros. No dejaremos a ningún ciudadano estadounidense atrás”. La frase resuena con su doctrina de firmeza nacionalista y añade un elemento emocional a su política exterior.
Por su parte, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu fue más mesurado, pero igualmente enfático: “Cada rehén que regresa es una victoria. Pero la misión no termina hasta que todos estén en casa y nuestros enemigos no representen más una amenaza”.
La liberación de Alexander no fue un acto de buena voluntad, sino una jugada táctica. Hamás intenta mostrarse ante el mundo como un actor racional, capaz de negociar. Al liberar a un rehén con ciudadanía estadounidense, el grupo islamista busca abrir una rendija en el bloque diplomático occidental, erosionar la narrativa de aislamiento total y ganar tiempo en el campo de batalla.
Este tipo de gestos, repetidos a lo largo de la historia de los conflictos en Gaza, se utilizan para obtener concesiones —ya sea un alto el fuego temporal, alivio humanitario o la liberación de prisioneros palestinos en cárceles israelíes. En este caso, podría también formar parte de un intento por presionar a la comunidad internacional para exigir a Israel un freno a su ofensiva militar en Rafah.
El uso de rehenes en los conflictos entre Israel y grupos armados palestinos no es nuevo. Desde los casos de Gilad Shalit (2006-2011) hasta los intercambios masivos de prisioneros, las vidas humanas han sido, lamentablemente, piezas de negociación y presión en un tablero regional de violencia prolongada. En todos esos episodios, la reacción israelí ha sido doble: una combinación de presión militar intensa y diplomacia secreta con mediadores regionales.
Estados Unidos, históricamente reticente a negociar directamente con grupos catalogados como terroristas, ha flexibilizado su postura en los últimos años cuando hay ciudadanos estadounidenses involucrados. En este caso, el doble rol de Alexander obligó a Trump a combinar fuerza simbólica y pragmatismo diplomático.
La liberación de Edan Alexander no cierra el capítulo de los rehenes. Según cifras israelíes, aún hay decenas de personas en manos de Hamás o de otros grupos vinculados. La operación en Gaza continúa, con intensos bombardeos y operaciones terrestres en Rafah y Khan Younis. Mientras tanto, la presión internacional crece.
En EE.UU., esta liberación podría fortalecer momentáneamente la imagen de Trump como líder protector, especialmente en un año electoral polarizado. En Israel, en cambio, el gobierno enfrenta protestas internas tanto por la demora en recuperar a los secuestrados como por la prolongación del conflicto.
Edan Alexander vuelve a casa, pero la guerra no termina. Su rostro -que antes encarnaba la angustia de una familia- ahora representa la complejidad de un conflicto donde la política, la religión y la vida humana se entrelazan de forma desgarradora. La diplomacia consiguió un respiro. Pero la paz, todavía, no aparece en el horizonte.