
En un episodio cargado de simbolismo, diplomacia y controversia, una niña venezolana de apenas dos años se convirtió en el centro de una narrativa que atraviesa fronteras y expone las contradicciones de los discursos migratorios. Maikelys Antonella Espinoza Bernal fue deportada a Venezuela tras pasar meses separada de sus padres, deportados previamente desde Estados Unidos. El reencuentro, lejos de ser simplemente humano, fue televisado y utilizado como una escena de redención por el régimen de Nicolás Maduro.
La historia comienza en mayo de 2024, cuando Maikelys ingresó a EE. UU. junto a sus padres, luego de atravesar el temido Darién. Sin embargo, mientras ella fue puesta bajo custodia de la Oficina de Reubicación de Refugiados, sus padres fueron deportados por separado: el padre, a El Salvador; la madre, a Venezuela. La razón alegada por las autoridades migratorias estadounidenses: supuestos vínculos con el Tren de Aragua, el cartel criminal más temido de Venezuela, basados en tatuajes.
Los familiares y defensores de derechos humanos denunciaron la falta de pruebas. El uso de tatuajes como único indicio reavivó las críticas sobre la criminalización de migrantes venezolanos en EE. UU., mientras el gobierno de Biden guarda silencio sobre las condiciones de detención infantil. La niña fue repatriada recién el 14 de mayo de 2025, en un vuelo colectivo de deportados.
Pero lo que debía ser un gesto discreto se transformó en un espectáculo político: Maikelys fue recibida en el Palacio de Miraflores por la primera dama Cilia Flores, en una escena perfectamente coreografiada. Maduro agradeció incluso al expresidente Trump y a su enviado especial Richard Grenell por facilitar el retorno. Un gesto diplomático inusual que muchos analistas consideran parte de una estrategia de blanqueamiento internacional.
#15May #EEUU #Venezuela
— Reporte Ya (@ReporteYa) May 15, 2025
El Departamento de Seguridad Nacional de EE.UU. aseguró que la repatriación de Maikelys Espinoza, de 2 años, se realizó por orden judicial y no por gestiones de Nicolás Maduro. La niña estuvo separada de sus padres durante 302 días. - @EfectoCocuyo… pic.twitter.com/d4KMpoWj83
La historia de Maikelys desvela más de lo que muestra: un régimen que se presenta como defensor de la niñez mientras mantiene miles de familias separadas dentro de sus fronteras. Un país que expulsa a millones de migrantes por hambre y persecución política pero que celebra con pompa el regreso forzado de una niña que apenas sabe hablar. El caso abre interrogantes sobre cómo el dolor migrante se convierte en insumo de propaganda.
Homenaje a la inocencia de la niña Maikelys Espinoza, porque la bondad se demuestra con acciones y no con un show lleno de manipulaciones. #raymatoday pic.twitter.com/hqSN3F1tpp
— Rayma (@raymacaricatura) May 15, 2025
Más allá de la emotividad, el retorno de Maikelys a Venezuela expone el uso calculado del sufrimiento infantil como herramienta diplomática. La recepción en Miraflores no busca sanar, sino mostrar. En un régimen que reprime protestas, censura medios y empuja al exilio a miles, el foco mediático en una niña de dos años intenta vender una imagen de humanidad que no se sostiene al examinar el conjunto.
Mientras tanto, ni Estados Unidos ni Venezuela han ofrecido explicaciones claras sobre los procedimientos, las pruebas o las garantías legales de este caso. Y en el centro de la escena queda una niña utilizada como símbolo por dos sistemas que, por distintas razones, decidieron convertirla en noticia antes que en persona.