
Rumanía volvió a las urnas tras la anulación de las elecciones de 2024. El resultado fue la victoria del alcalde de Bucarest, Nicușor Dan, un candidato moderado apoyado por las instituciones europeas y los principales medios de comunicación internacionales. La narrativa dominante fue clara: la democracia venció al extremismo. Sin embargo, bajo esa fachada celebratoria se esconden serias preocupaciones sobre la legitimidad del proceso.
Desde el inicio de la campaña, las estructuras proeuropeas desplegaron una maquinaria sin precedentes: censura de plataformas conservadoras, restricciones a contenidos en Telegram, y un cerco mediático que amplificó únicamente el mensaje globalista. La oposición, representada por George Simion y su partido AUR, apenas logró penetrar ese muro.
A pesar de que las elecciones de 2024 fueron anuladas por injerencia rusa, ninguna medida seria fue tomada para garantizar que las nuevas elecciones estuvieran libres de nuevas influencias externas, esta vez desde Occidente. Bruselas no solo respaldó abiertamente a Nicușor Dan, sino que influyó en la estructura informativa que modeló la percepción pública rumana.
Mientras se condenaba con razón la intromisión rusa, se normalizaba la intervención ideológica de la Unión Europea y de ONGs extranjeras. El desequilibrio informativo y la presión institucional sobre canales disidentes dibujaron una contienda desigual. ¿Puede hablarse de democracia real cuando solo una voz tiene eco?
🇷🇴We will continue our fight for freedom and our great values along with other patriots, sovereignists and conservatives all over the world.
— 🇷🇴 George Simion 🇲🇩 (@georgesimion) May 18, 2025
We may have lost a battle, but we will certainly not lose the war.
God bless you all ❤️! pic.twitter.com/rMYeRc2JXj
Simion, candidato nacionalista y portavoz de una parte creciente del electorado rumano que rechaza la imposición ideológica desde Bruselas, denunció irregularidades y manipulaciones. Aunque los observadores internacionales dieron su aval al proceso, numerosos ciudadanos documentaron anomalías en la votación y denuncias sobre centros sin supervisión neutral.
Lejos de atender esas voces, la maquinaria mediática se encargó de ridiculizar cualquier cuestionamiento, etiquetando de “extremistas” a quienes pedían transparencia. Esta estrategia de demonización ha sido utilizada una y otra vez en Europa para frenar el avance de fuerzas soberanistas.
La victoria de Nicușor Dan es menos una muestra de adhesión popular que una expresión del modelo que Bruselas intenta imponer en los países del este: gobiernos obedientes, tecnocráticos y alejados de los valores tradicionales. En nombre de la integración, se sofoca cualquier impulso de autodeterminación nacional.
El caso rumano sigue el patrón de otras elecciones en Europa del Este, donde el juego democrático se ve condicionado por el miedo, el control de la narrativa y la exclusión de discursos incómodos. Así, lo que se presenta como una elección libre, no es más que una ratificación orquestada.
La Rumanía que emerge tras estas elecciones no es un país unido, sino fracturado. Por un lado, una élite alineada con la visión federalista de la UE; por el otro, una ciudadanía empobrecida, culturalmente desarraigada y cada vez más escéptica del relato oficial.
El nuevo presidente tendrá que gobernar un país en el que casi la mitad de los votantes no lo considera legítimo. La censura, la represión ideológica y la superioridad moral no son bases firmes para construir cohesión. La fractura social podría agravarse.
Nicușor Dan, is the new President of Romania, he is pro-EU, pro-Ukraine, a mathematician, genius IQ, and wants to eradicate corruption and organized crime.
— Anonymous (@YourAnonCentral) May 18, 2025
"Today’s win is by a Romanian community that wants a profound change," "We are living a moment of hope." pic.twitter.com/9lCro2IEAK
Europa enfrenta hoy una paradoja: en nombre de la democracia, se cancelan voces, se intervienen medios y se imponen resultados. El triunfo de los “moderados” en Rumanía es también el triunfo de una estructura de poder que se resiste a dejar espacio a proyectos alternativos.
La pregunta es inevitable: ¿hasta cuándo podrá sostenerse esta ilusión democrática sin que reviente por dentro? Los rumanos han votado, sí. Pero no todos lo han hecho en libertad.