
La revelación del cáncer avanzado que padece Joe Biden, ahora expresidente, sigue resonando en los pasillos de la política de Estados Unidos. Más allá de los aspectos médicos, el diagnóstico con metástasis ósea durante su mandato planteó interrogantes críticos sobre la transparencia institucional, la responsabilidad del poder y la línea que separa la privacidad clínica de la estabilidad democrática.
El cáncer de Biden no fue comunicado oficialmente hasta que ya era tarde: su candidatura a la reelección había fracasado, la atención internacional se centraba en la pugna Trump - Harris y las revelaciones médicas empezaron a aparecer en los medios con filtraciones más que con partes oficiales. Según confirmaron diversos medios, Biden convivía con el diagnóstico desde hacía meses, incluso durante la recta final de su gestión. ¿Quién sabía y por qué no se actuó?
La administración demócrata, lejos de presentar un frente unido o transparente, mantuvo un hermetismo que ahora genera un efecto boomerang. “Alguien no está contando los hechos”, disparó Donald Trump en su red Truth Social, sumando combustible a un incendio que trasciende el enfrentamiento electoral.
Médicamente, el cáncer con metástasis ósea implica un compromiso profundo de la salud general: dolor óseo, debilidad, reducción funcional. Aunque Biden no mostró signos externos visibles en muchas de sus apariciones, fuentes cercanas admiten que su agenda fue gradualmente reducida, sus discursos más breves, y su equipo más vigilante.
Esta condición, silenciosa pero debilitante, coincidió con momentos clave de la política exterior estadounidense: el avance chino sobre el Indo-Pacífico, la negociación con Irán y la guerra persistente en Ucrania. Muchos en el Departamento de Estado y en el Pentágono admiten ahora que hubo decisiones “delegadas” que reflejaban una pérdida paulatina de liderazgo.
La salud de un mandatario no es un tema menor en una potencia nuclear. La opacidad que rodeó a Biden recuerda los últimos días de Franklin D. Roosevelt, también ocultados hasta que su muerte en 1945 dejó al mundo frente a un nuevo presidente en plena guerra mundial. Pero hoy, con redes sociales, ciclos de noticias de 24 horas y enemigos geopolíticos atentos, el costo de ese ocultamiento es aún mayor.
El trumpismo no tardó en explotar la situación. Donald Trump Jr. ironizó con la “capacidad funcional” de Biden y J.D. Vance, hoy figura clave del ala dura republicana, exigió una “auditoría médica completa” para todos los futuros presidentes. Lo que antes era una costumbre —una revisión médica anual publicada— ahora parece un campo de batalla.
Queda ahora una pregunta incómoda para los demócratas: ¿sabían y lo encubrieron? ¿Eligieron arriesgar la democracia a cambio de la reelección? ¿Cómo se gestó esa candidatura fallida a sabiendas de un deterioro tan grave?
Mientras Kamala Harris intenta reconstruir el relato, algunos sectores del partido comienzan a exigir una revisión interna. La relación entre salud, liderazgo y transparencia será, quizás, el mayor legado no deseado de Biden.