
por Octavio Majul
El periodismo solo tuvo sentido en un contexto de escasez de fuentes de información. En una sociedad donde la información podía ocultarse, su circulación era limitada y, por eso, podía controlarse. En una sociedad tal conseguir información daba trabajo y el periodista era quien, incluso al punto de arriesgar su vida, trabajaba para conseguir la información que el poder no quería exhibir.
En una sociedad saturada de información que no puede dejar de mostrar y circular todo, donde ocultar algo es virtualmente imposible, donde todos opinan y relatan lo que ven, o bien todos somos periodistas o bien nadie lo es. Hoy no hace falta sacar a la luz la información porque, de hecho, la misma saturación de información es la vuelve irrelevante una información o puede “ocultarla”. Más que “sacar a la luz” la verdad, hoy importa influenciar el flujo de circulación de opinión.
El periodismo no existió en todo tiempo y lugar. Nació en un determinado contexto histórico: en Europa, en medio de las luchas contra el Estado absolutista de los siglos XVII y XVIII y como parte del fanatismo ilustrado por la verdad. Es decir, forma parte del corazón del periodismo la idea de que la verdad nos haría libres. Y que el poder puede ocultar la verdad.
El periodismo nació como una de las primeras expresiones de la incipiente “sociedad” que buscaba aire en medio de Estados arbitrarios que, aunque muy rudimentariamente, la controlaban a discreción y sin fundarse en leyes. La libertad de prensa y la libertad de opinión son la contrapartida espiritual de la exigencia de libertad económica. Ambas son expresiones de los habitantes de las capitales europeas que ya comenzaban a generar grupos, organizaciones y empresas que se independizaban del control estatal.
El periodismo, por eso, fue siempre antiestatalista. Nació en oposición al Estado absolutista y ayudó a derribarlo. Mariano Moreno -con La Gazeta de Buenos Ayres-, Manuel Belgrano -Correo del Comercio-, Bernardo de Monteagudo -Martir o Libre- son ejemplos nacionales de periodistas y políticos revolucionarios que derribaron las dominaciones arbitrarias para fundar gobiernos legítimos.
En todos los casos la divulgación de información y la circulación de ideas eran las herramientas no solo para derribar al poder absoluto sino que, una vez instaurado un gobierno legítimo, para controlar que no se desvíe de sus funciones. Así aparece el concepto de opinión pública como el conjunto de pensamientos y pareceres que tiene la sociedad y cuya función es controlar los pensamientos y pareceres del Estado. Mariano Moreno lo dejó inmortalizado en La Gazeta: El pueblo no debe contentarse con que sus jefes obren bien; debe aspirar a que nunca puedan obrar mal. Para esto necesita conocer sus operaciones, fiscalizar sus procederes y hacerles temer el juicio público.
El caso Libra nos sirve como ejemplo para ver la insignificancia de la función periodística en el siglo XXI. Y esto por dos razones. En primer lugar: no hay nada oculto. Para ver los actos ilícitos de un gobierno no hace falta realizar una investigación a lo Rodolfo Walsh. No hace falta un Bob Woodward y un Carl Bernstein, quienes a partir de sus publicaciones en Washington Post hicieron que Richard Nixon renuncie por el escándalo de Watergate. Nadie se escandaliza hoy. Por nada. Porque todos vemos todo. Y todo vale nada. Puede el mismo gobierno disolver la unidad de investigación -que ya iba a dirigir alguien de su propia fuerza- y no resulta escandaloso. Todo se pierde de una marea de información donde todos opinan.
Y el caso Libra nos sirve por otra razón: exhibe cómo los últimos periodistas argentinos -los últimos que repitieron el ABC de la función periodística- decidieron abandonar su posición. Si el kirchnerismo no creyó nunca en el periodismo y apostó a un modelo postperiodístico como "6,7,8", el antikirchnerismo decidió repetir los clásicos lugares del periodismo vs. el poder. Pero hoy ese periodismo antikirchnerista le tiene más miedo al kirchnerismo de lo que le gusta la verdad.
Y es capaz de posponer sus antiguas críticas a las formas de ejercicio autoritario de gobierno, sus antiguas críticas a que los presidentes no den entrevistas a todo el mundo; es capaz de posponer sus críticas a la corrupción, incluso, de posponer una defensa a los ataques que un presidente hace a la propia profesión de periodista, solo porque es más importante que “el kirchnerismo vuelva”. Sea lo que eso signifique entonces ya la verdad no es el objeto de adoración -a esta altura todos sabemos que no sirve de mucho o que con eso no alcanza- y el periodista no es más que un influencer, que busca generar determinados estados de opinión y no otros.