
La masacre de Villa Crespo, el caso policial que conmueve al país, podría estar atravesado por una compleja y poco conocida condición psiquiátrica: el síndrome de amok. Se trata de un trastorno descrito por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como un comportamiento violento, súbito y destructivo, muchas veces seguido por autolesiones o intentos de suicidio. En el caso de Laura Leguizamón, la mujer que mató a su esposo, sus dos hijos y después se quitó la vida, los investigadores apuntan a un posible brote psicótico severo que habría desatado la tragedia.
Según los peritos y la reconstrucción del hecho, la mujer -que atravesaba un cuadro de esquizofrenia y había abandonado su medicación- asesinó con un arma blanca a sus dos hijos mientras dormían y a su esposo, quien no mostró signos de defensa, posiblemente porque fue atacado mientras dormía. Luego, redactó una carta con frases confusas como “Todo mal, muy perverso. Los amo, los amo”, y finalmente se quitó la vida con una puñalada en el corazón.
La conducta de Leguizamón parece encajar con algunas de las características clínicas del amok: un estallido de violencia descontrolada, sin planificación racional ni móviles tradicionales como el lucro o el odio personal, seguido por una conducta suicida.
El término tiene raíces en el sudeste asiático, donde originalmente describía a individuos que, sin aviso, se sumergían en una furia asesina indiscriminada. Hoy se lo entiende como un fenómeno psiquiátrico con manifestaciones en todo el mundo, aunque sigue siendo muy poco frecuente.
El síndrome de amok es una condición clínica extrema, usualmente desencadenada por una combinación de trastornos mentales, estrés intenso, traumas no resueltos y, en muchos casos, factores sociales o culturales. Los síntomas pueden incluir alucinaciones, pensamientos paranoides, estallidos de ira súbita, aislamiento emocional y una sensación de desconexión con la realidad.
Uno de los puntos más distintivos del amok es su diferencia con los asesinatos premeditados o ideológicos. En casos como las masacres de Columbine, Sandy Hook o Realengo, los autores dejaron registros, planificaron sus ataques durante semanas e incluso justificaron sus actos como formas de venganza o reivindicación. En cambio, el amok es impulsivo, caótico, y generalmente desorganizado. La persona estalla, sin aviso ni estructura, y a menudo no recuerda claramente lo que hizo.
Existen casos célebres que se han asociado con este trastorno. En 2016, el joven Ali David Sonbol, disfrazado bajo una identidad falsa, citó a compañeros en un centro comercial de Múnich y abrió fuego, matando a nueve personas. Tenía en su habitación un libro titulado "Amok, por qué matan los estudiantes", y había investigado a fondo sobre masacres previas. Sin embargo, su conducta planificada generó dudas sobre si realmente padecía el síndrome.
En contraste, otros episodios encajan más claramente en el cuadro clínico, como el documentado por el explorador Robert E. Peary en 1909: una mujer esquimal, Inahloo, sufrió un acceso súbito de furia, se desnudó, gritó, corrió por la nieve y perdió la conciencia, sin recordar nada al despertar. Un patrón similar ha sido observado en zonas del Ártico (pibloktoq), del norte de Rusia (ikota) o del sudeste asiático, donde el término "meng-amok" significa literalmente "atacar y matar con ira ciega".
En el caso de Villa Crespo, los psiquiatras forenses señalan que Laura Leguizamón presentaba síntomas compatibles con un brote amok: impulsividad extrema, percepción distorsionada de la realidad, intento de suicidio y desorganización. Todo ello, enmarcado en una historia de abandono de tratamiento y aislamiento. Según los peritos, sus actos habrían sido cometidos bajo un estado de conciencia alterada, sin cálculo ni intención racional de dañar.
LN