27/05/2025 - Edición Nº840

Internacionales

Diplomacia del privilegio

La rebelión de los cerdos (de traje): cuando la casta diplomática se niega a soltar los sueldos millonarios y la copa de cristal

26/05/2025 | Mientras la Argentina se ajusta, se empobrece y recorta lo esencial, los diplomáticos de carrera gozan de lujos descomunales. Y ahora que apenas se insinúan límites, estallan de furia. Como en “Rebelión en la granja”, se sienten más iguales que el resto. Ahora, se enojaron porque temen perder sus privilegios. La fábula de Orwell, más vigente que nunca.



En la Argentina que reprime el gasto público, ajusta programas sociales y declara la guerra al “Estado parásito”, hay una elite que sigue viviendo como si no hubiera crisis: el cuerpo diplomático. Con mansiones, choferes, viáticos sin tope, compras libres de impuestos y sueldos que duplican al del presidente Javier Milei, los representantes de la Cancillería argentina en el exterior viven en una realidad paralela.

Pero ahora esa burbuja muestra fisuras. Desde el Ministerio de Relaciones Exteriores, encabezado por Gerardo Werthein, comenzaron a llegar señales de recortes. No drásticos, no inmediatos. Pero suficientes para que los diplomáticos de carrera, acostumbrados al confort sin control, empiecen a mostrar los dientes. Como en Rebelión en la granja, los cerdos que hablaban de igualdad entran en pánico al ver que su poder puede reducirse.

Un embajador argentino en París, Londres o Washington puede percibir entre 6,5 y 11 millones de pesos mensuales, netos. A eso se suman residencia paga en barrios de elite, chofer personal, pasajes cubiertos para cónyuge e hijos, gastos de “representación” sin control, y membresías en clubes privados. En Roma, se autorizaron partidas especiales para cava de vinos importados y decoración de diseño. En Ginebra, la residencia oficial incluye sauna y comedor con vajilla de plata.

Mientras tanto, el presidente Milei —que vive en Olivos sin pagar alquiler y tiene gastos personales mínimos— gana $4,1 millones brutos. Puede gustar o no, pero fue elegido democráticamente por el voto popular. Y aunque arremete a diario contra “la casta”, hasta ahora no se atrevió a tocar al servicio exterior, donde conviven privilegios heredados y fueros intocables.

La grieta, sin embargo, no es solo política. Es moral. Porque mientras el Ministerio de Capital Humano recorta alimentos para comedores comunitarios, y millones de argentinos sobreviven con trabajos informales, el Estado sigue pagando cenas de 200 euros bajo el argumento de “representar al país”.

Y ahora que se sugieren podas mínimas, los embajadores y cónsules protestan. Circulan cartas internas, mensajes en clave y llamados a la insubordinación diplomática. Algunos incluso comparan su situación con “una caza de brujas”. ¿El colmo? Se quejan de que podrían perder el beneficio del duty free en Ezeiza y la fila de privilegio diplomático.

La escena es orwelliana. En Rebelión en la granja, los cerdos que lideran la revuelta terminan adoptando los vicios de sus antiguos opresores. Al final, los animales no pueden distinguir entre cerdo y humano. Hoy, en Argentina, la fábula se reescribe con embajadores en vez de cerdos y langosta en vez de manzanas. Pero el resultado es el mismo: una elite que predica sacrificio mientras cena en restaurantes con cubiertos de plata.

La Cancillería, hasta ahora, calla. Milei tampoco los confronta. Tal vez porque la diplomacia —incluso en crisis— sostiene parte del decorado de prestigio internacional que su gobierno necesita. O tal vez porque, como en toda granja, hay animales que son más iguales que otros.

Pero si la historia sirve de algo, las granjas también estallan. Y esta vez, los que se rebelan no son los oprimidos: son los privilegiados que no quieren dejar la copa de cristal.

La granja argentina

Argentina hoy es una granja arrasada. Más del 50% de la población está bajo la línea de pobreza. Hay niños sin comida, jubilados sin medicamentos, escuelas sin calefacción. En ese contexto, el estilo de vida de nuestros diplomáticos no solo es excesivo: es obsceno.

Y como en la novela, los peones —los trabajadores del Estado sin coronita, los ciudadanos de a pie— empiezan a sospechar. ¿Por qué el embajador cobra más que el Presidente? ¿Por qué los agregados culturales viajan en primera clase mientras se recorta en salud y educación? ¿Por qué el vino que toman cuesta más que un salario mínimo?

La diplomacia se subleva… ¿contra quién?

Lo más paradójico es que son ellos quienes hoy amenazan con rebelarse. Se sienten “estigmatizados”, “injustamente señalados”. Como si el problema fuera la nota periodística y no los gastos millonarios que pagan los contribuyentes.

En lugar de autocrítica, cerraron filas. Como los cerdos de Orwell, que caminaban erguidos y vestían ropa de los humanos, los diplomáticos buscan proteger sus privilegios. Apelan al prestigio de la “carrera profesional”, a sus “servicios a la Nación”, pero los números no mienten: es una vida de lujo mantenida en secreto, sin transparencia ni rendición de cuentas.

¿Una nueva rebelión?

Orwell advertía que toda revolución corre el riesgo de ser devorada por los mismos vicios que intentaba combatir. En Argentina, la llamada “casta diplomática” se ha convertido en una nobleza sin control. Médicos, docentes, científicos, hasta ministros viven en condiciones infinitamente más modestas.

La verdadera rebelión que se viene no es la de los diplomáticos contra el ajuste. Es la de los argentinos contra este microclima impune. Una rebelión por sentido común. Por decencia. Por dignidad.

Y si Orwell tenía razón, los privilegios no caerán por altruismo, sino por acumulación de bronca.

En la última escena de Rebelión en la granja, los animales ya no pueden distinguir entre los cerdos que los lideran y los humanos que antes los oprimían. En la Argentina de hoy, los embajadores no parecen servidores públicos: parecen virreyes.

No se trata de cuestionar la existencia de una diplomacia profesional. Toda Nación necesita representación externa. Pero una cosa es ejercer el servicio exterior, y otra muy distinta es naturalizar el lujo institucionalizado.

La Argentina de 2025 no resiste estos contrastes: embajadas con cava de vino importado mientras los comedores populares no tienen leche. Autos blindados en Bakú para hacer turismo mientras miles de argentinos caminan kilómetros para llegar a un hospital. Trajes a medida en Londres mientras en Chaco falta agua potable. Embajadas que se usan para hacer reuniones privadas y ver desde su balcón con vista privilegiada la Fórmula 1, como sucede en la sede Argentina en Azerbaiyán, y alardean de ese privilegio.

¿Dónde quedó la ética pública? ¿Dónde el principio republicano de austeridad?
 

María Ángeles Bellusci, Embajadora Argentina en Azerbaiyán, muestra desde el balcón de la embajada en Bakú su vista privilegiada de la Fórmula 1. 

No es un ataque a los diplomáticos. Es una interpelación a un sistema que les permite vivir como nobles del siglo XIX, mientras se le pide al pueblo que “haga el esfuerzo”.

Orwell nos enseñó a estar atentos cuando los líderes empiezan a parecerse a los opresores que denunciaban. Hoy, los diplomáticos argentinos —con sueldos siderales, privilegios fiscales y shopping para comprar carteras de marcas de lujo truchas, como es el caso de la embajadora argentina en Azerbaiyán, Mariángeles Bellusci— se parecen demasiado a aquellos cerdos que un día se sentaron a la mesa con los humanos. Y brindaron.