
En pleno desierto de Arabia Saudita, tuve la oportunidad de recorrer At-Turaif y comprobar personalmente que es mucho más que lo que podemos ver en fotos. Caminar por sus callejuelas y palacios es revivir el núcleo fundacional del primer estado saudí y entender cómo, tras años, el sitio se proyecta hoy como el corazón de un megaproyecto turístico y cultural. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2010, At-Turaif se ha transformado en símbolo nacional y epicentro de la estrategia de diversificación del reino.
El proyecto Diriyah Gate, impulsado por la Visión 2030, busca atraer a más de 27 millones de visitantes anuales para 2030 y generar cientos de miles de empleos, desde guías turísticos hasta especialistas en conservación patrimonial y servicios creativos. La experiencia en At-Turaif confirma que el sitio, con sus palacios, callejuelas y el impresionante Palacio de Salwa, revive la historia saudí para el mundo, integrando tecnología, experiencias interactivas y una oferta gastronómica de alto nivel.
Lo notable del modelo saudí es que el rescate de At-Turaif va más allá de la restauración arquitectónica. Ha dinamizado toda la región de Diriyah, propiciando la creación de hoteles, centros culturales, galerías y comercios que antes no existían. La inversión estatal se traduce en infraestructura moderna, pero también en un relato renovado: Arabia Saudita deja de ser solo petróleo para posicionarse como destino cultural global.
Este impulso se refleja en cifras: el turismo ha crecido a doble dígito desde la apertura del sitio, y se espera que el sector aporte más del 10% al PIB nacional en menos de una década. Más aún, el gobierno ha capacitado a miles de jóvenes en oficios vinculados al turismo, el diseño y la hospitalidad, generando oportunidades en sectores antes inexistentes.
Para Venezuela y Argentina, el mensaje es claro: hay valor económico en el patrimonio y la historia. Venezuela cuenta con enclaves coloniales como Coro, Patrimonio Mundial desde 1993, que permanece desaprovechado como motor de desarrollo. Replicar el modelo saudí exige inversiones y políticas sostenidas, pero también un cambio de mentalidad: el turismo cultural puede ser tan rentable y transformador como la extracción de recursos.
Argentina, con ciudades como Córdoba, Salta, Tucumán y sus misiones jesuíticas, tiene el potencial para desarrollar polos turísticos culturales de escala internacional. El país, conocido por su diversidad natural, podría reinventar regiones históricas mediante la restauración y promoción global, sumando empleo local y dinamizando economías regionales con bajo costo ambiental.
La experiencia saudí enseña que la diversificación requiere políticas de largo plazo, diálogo entre Estado y sector privado, e inversión en capital humano. En Diriyah, la colaboración entre gobierno, empresas turísticas y organizaciones culturales ha sido fundamental. Se promueve el orgullo local, se protege la autenticidad y se capacita a las comunidades para beneficiarse directamente del auge turístico.
América Latina, donde la inestabilidad política y la falta de continuidad suelen frenar proyectos estructurales, necesita superar esos desafíos para capitalizar su patrimonio. El turismo cultural puede ofrecer empleo de calidad, mejorar la imagen internacional y crear circuitos económicos descentralizados, siempre que exista una visión de país y el compromiso de mantener la inversión más allá de los ciclos electorales.
At-Turaif no es solo un monumento recuperado, sino un laboratorio de diversificación económica y cultural. Venezuela y Argentina tienen las piezas: historia, arquitectura y cultura vivas. Lo que falta es una política audaz y sostenida que apueste por el futuro mirando al pasado. Arabia Saudita demuestra que el patrimonio puede ser una mina de oro moderna, capaz de transformar el presente y proyectar el país hacia una nueva era de prosperidad y estabilidad.