
Corría el año 2001 y la Argentina se precipitaba, de lleno, hacia su enésima crisis de deuda. Por entonces, el capitalismo criollo estaba a punto de experimentar la resaca de la borrachera ideológica del “fin de la historia” y los límites que el modelo neoliberal había sembrado en la mente y el corazón de los argentinos. Tras el colapso del sistema de convertibilidad, estas transformaciones se harían sentir -con fuerza- en las décadas siguientes, marcando los sistemas de ideas y sentidos comunes tanto de la academia como en la industria cultural.
En ese trasfondo se inscribe El cuerpo es quien recuerda (Tusquets, 2022), la última novela de Paula Puebla, que aborda como pocas en la narrativa hispanoamericana los dilemas éticos y políticos en torno a la subrogación de vientre. Quizás convenga admitir, desde el inicio, que el verdadero triunfo ideológico ocurre cuando ya no lo percibimos, porque se vuelve parte de lo dado, de lo naturalizado, incluso de aquello que consideramos inevitable.
Escritora y ensayista, directora de la revista Vayan Mag y autora de Vida en presente (17grises, 2018) y Maldita tú eres (17grises, 2019), su obra está atravesada por el malestar de la época. Con una voz crítica y destacada en el debate público, en esta entrevista Paula Puebla reflexiona sobre los vaivenes del feminismo en la Argentina, sus vínculos ideológicos con el liberalismo, sus importaciones estético-teóricas y las secuelas que todo ello deja en el mercado cultural nacional.
La semana pasada Marilina Bertoldi estrenó “El Gordo” a través de un videoclip dirigido por Malena Pichot y enseguida fue interpretado como una sátira a Emilia Mernes. Se suma a señalamientos del último tiempo sobre la ‘hipersexualización’ de las artistas pop femeninas ¿Consideras esto un problema?
Pienso que es un problema en tanto y en cuanto te veas conminada, forzada o empujada a hipersexualizarte para encajar, para ser “alguien”, en un mercado que solo espera eso de vos. No lo considero un tema moral, no me parece edificante pensarlo así, sino un conflicto de intereses entre las artistas y la gran máquina pop que, para consagrarlas, las engulle. Al mismo tiempo, no sé cuánto de esa hipersexualización es impuesta industrialmente -tenés que mostrar tus abdominales y estar siempre bronceada- y cuánto es elegida -yo quiero mostrar mis abdominales y estar siempre bronceada-. No creo que todas las integrantes del gran universo pop estén bajo las mismas condiciones de elegir qué sí y qué no mostrar, hasta dónde. Pero además, no sé si todas tienen otra cosa que mostrar. Ahí sí me parece que hay algo para pensar: ¿qué queda de tal artista si decide renunciar a la hipersexualización? ¿Algo? ¿Puede sostenerse en el mercado de las popstars? ¿Tiene algo más para ofrecer? ¿O está todo sostenido sobre su cuerpo? ¿Cuál es el “producto” que se vende, la música o la franela?
¿En quién pensás cuando haces esas preguntas?
Pienso en un caso extraordinario como el de Alanis Morissette, cuya carrera creció al mismo tiempo, por ejemplo, que la de las Spice Girls. Alanis nunca necesitó mostrar las tetas para que le fuera bien ni usar un vestido ínfimo con la bandera de Canadá para llamar la atención. Y eso se dio porque tuvo una fuerza artística que oponer al mandato que, poco después, alumbró a Britney Spears. Alanis y Britney son dos virtuosas que, desde posiciones muy distintas, marcaron una generación. Es difícil plantear estos ejemplos, más cuando son contrapuntos, porque enseguida una parece una señora del Opus obligando a las chicas a taparse un poco. Lo que quiero decir es que esta avanzada de chicas espléndidas y sexuadas, a fuerza de caderazos y twerkeo vienen a desplazar a quienes durante mucho tiempo ocuparon el centro de la escena promoviendo un ¿modelo? de mujer, tal vez más leída o provista de herramientas y estudios de género, aunque no por eso menos liberal. Porque habían autorizado, por caso, cobrarle a un tipo por cogérselo, sea por machista o por boludo. Con más ropa o menos ropa, con más vello o menos vello, con enojo o con suficiencia, “mi cuerpo, mi decisión” se grita igual. Y fue parte de un enorme planteo que se nutrió más del Me Too que del Partido Femenino Peronista.
Pero entonces, ¿no hubo un desplazamiento de los discursos? Digo, donde hace algunos años se veía opresión, ahora incluso se interpreta liberación
Lo que me parece que se está comenzando a ver es que lo que durante muchos años se alentó, se instaló y se traficó como “empoderamiento” -femenino, desde luego, porque al parecer “el poder”, así, a secas, sigue siendo cosa de chabones- hoy es advertido como otra forma del sometimiento. Entonces, ¿cómo es? ¿Puedo perrear o no? Mejor aún, ¿quiénes sí y quiénes no tienen el visto bueno para hacerlo? ¿Quiénes dan ese okey? En 2020 hubo una performance de “perreo abortista”, no sé si te acordás. Perreo hasta el suelo, derechos en alto. Pasaron muchas cosas en el medio, sí, pero también solo cinco años. Muy rápidamente el empoderamiento se volvió degradación. Justo cuando aparece el recambio generacional con las chicas que atravesaron su adolescencia al calor del último aluvión feminista.
Estoy leyendo el libro de Cazzu, Perreo, y tiene aportes muy complejos para sumar, desde adentro, a este debate. Cuenta que en 2019, cuando ya era una trapera y compositora conocida, en su tema “Mucha data” versea: Puta / Puta pero no tarada. Cito: “Quería decir que si te parecía mal mi forma de usar mi cuerpo, mi imagen, mi forma de hacer música y de lo que hablo, no me sentía insultada, y podías decirme ‘puta’, pero nunca tonta”. Hay algo ahí: lo imperdonable de verdad es no “sacar ventaja”.
Creo que, en vez de haber conseguido mayores libertades, las mujeres estamos bajo una tormenta de juicios y prejuicios como pocas veces antes. Cada vez hay que cumplir con más requisitos para ser una mina “aceptada” -sea lo que sea “ser aceptada”, y por quién, dos cosas a todas luces rechazable-, pareciera que las libertades de ser como querramos están cada vez más regenteadas. La sorpresa es que los vigilantes no son los tipos o las instituciones conservadoras, sino que ahora se suma el propio brazo feminista. Si tenés el cuerpo de Sol Pérez, si elegís la vida sin hijos; si sos una soltera con gato o si te casás con un tipo al que te gusta cocinarle; si resignas la domesticidad para ser CEO o si elegís ser ama de casa en vez de salir a laburar para un viejo de mierda; si te ponés siliconas y te platinás, o te entregás a las canas y las tetas estriadas después de amamantar. ¿Quién puede sentirse libre así?
Por momentos pareciera que la industria capturó al feminismo como tantas otras luchas hasta volverlas mercancía. ¿Cómo opera eso en un presente donde Only Fans es una salida laboral como Uber?
Una modelo de OnlyFans le respondió a Martín Cirio: "Las mujeres que no son hegemónicas también ganan muy bien. En esta plataforma se vende la autenticidad y eso se logra con actitud, no con un cuerpo perfecto". pic.twitter.com/mddD8iiBzV
— MDZ Online (@mdzol) May 29, 2025
La respuesta es definitivamente sí. Y eso no es de estas últimas horas, es un proceso que en nuestro país lleva (por lo menos) quince años. El problema de pensar la lucha de las mujeres desde el prisma liberal —lejos de sus características nacionales, regionales— es que, cuando aparece el mercado y te come el terreno, te quedás sin herramientas con las que seguir. Eso explicaría el repliegue del movimiento de este último tiempo, y además queda a la vista de todos con un gobierno, contradictorio por cierto, absolutamente conservador en sus valores y defensor acérrimo del libre mercado. ¿Cómo es posible que el ministro Caputo use el mismo slogan que vos para instar a la gente, rogarles más bien, que saquen sus dólares de debajo del colchón? ¿Qué dice eso? ¿Qué Caputo es feminista como vos o que vos sos conservadora y liberal como Caputo? Chicanas aparte, es un gran problema que oprimidos y opresores flameen la misma bandera.
Por otra parte, Only Fans es la epítome de lo que valen los cuerpos de las mujeres en este presente. Todo lo que se pueda monetizar, se monetizará. Todo lo que se pueda vender, se venderá. No hay diferencia de lógica con la que el presidente Javier Milei aventuró en campaña sobre la venta de órganos, no hay diferencia de lógica con la de la subrogación de vientres que seguimos sin discutir. Sin dudas, muchas de las chicas que hacen OF sacan su rédito, pagan sus estudios, sus expensas, su pilcha, los pañales para su bebé, o su ocio, sus viajes a Miami, su 0KM, su cocaína. No sé si algo así que te genera ingresos es en efecto un trabajo, es una discusión para tener largo y tendido, porque las formas del trabajo cambiaron tanto que nos quedamos sin lenguaje para poder pensarlas plena y complejamente.
Pienso en voz alta, tal vez Only Fans es, más que un trabajo, una manera de “sacar ventaja” a una economía de plataformas que se consolida a través de la explotación manifiesta del cuerpo. Si está bien o mal vender una foto de una axila o un cavado sin depilar tampoco me interesa, menos en un país empobrecido y fracturado como el que tenemos ahora. ¿Quién carajo es una para fiscalizar de qué viven las demás? Es posible preguntárselo cada tanto, ver dónde una está parada, sin por eso abandonar la odisea crítica. El otro día alguien subió una captura de pantalla de IG en la que una influencer ofrecía su servicio de “novia virtual” por 6 meses, con una tarifa en dólares. Incluía sexteo, conversación, seguramente nudes y un supuesto engagement afectivo. Que existan tipos -no quiero decir boludos- dispuestos a pagar por eso, sobre todo a creer que ella perdería su tiempo chateando con ellos y no una licenciada en comunicación devenida sexter precarizada, hizo que la propuesta me pareciera más graciosa que grave.
Si el capital erótico existe de facto y por ende su comercialización, ¿no es una crítica que corre el riesgo de volverse muy pacata o conservadora? Sinceramente no veo que la ‘performance artística’ de Lali sea muy diferente a la de Emilia, más allá de que sintamos afinidad ideológica, o una elige involucrarse opinando y la otra no. ¿No es en realidad el mercado dejando afuera a algunas y no a otras?
Sí, no sé cuál es la interna Emilia - Lali, como tampoco sé cuál es la interna CFK - Kicillof. Hacia afuera, para una millenial como yo, veo a ambas como jóvenes empoderadas, divinas, perfectas y talentosas, cada una a su manera. Convocan un público similar, si no el mismo, y se quieren comer el mundo, lo cual me parece maravilloso. Si le caen a una más que a la otra, debe ser por razones extraartísticas -puedo intuir por dónde viene la mano- pero eso es algo que a mí no me interesa. Acá viene la parte en la que hablo de separar la obra del artista aunque sea una discusión que ya tuvimos como la de batata versus membrillo, etcétera.
Pero el mercado también tiene su proceso de “selección natural”: ofrece un camino fácil, inmediato y con garantías, y después tiene otro, que es muy marginal y escarpado, y es el que se le guarda a las personas que no se quieren plegar a sus demandas. La discusión de estos días puso en el centro a la hipersexualización, está bien, pero podemos irnos al mercado editorial, para ver la cosa en perspectiva. De un tiempo a esta parte, lo que pide la industria del libro a las mujeres son las historias en primera persona, los registros del diario íntimo, de la confesión, de la epístola. Y tiene que ser sufridito, porque la víctima vende mejor. Ese boom dejó afuera a una cantidad de escritoras que, porque se niegan y negaron a ceder a ese planteo, tienen mucho más complicada su inserción, por decir de alguna forma, en el campo de la literatura.
Me pregunto si por ejemplo “perrear” no sea lisa y llanamente una actividad que se practique por placer y no en nombre de nada más ni de ninguna otra cosa. Hay algo con que todo sea performativo que confunde el terreno del arte (o entretenimiento) y la política.
Sí, pareciera que una cosa es perrear para vender discos, ganar guita, y otra cosa es perrear por alguna causa justa, alguna bandera, que igual también colabora en la venta de discos y en la acumulación de guita. Lo notorio es que, en ambos casos, no existe un afuera del mercado. Todo se rige por sus reglas. Incluso si es abajo del escenario, la sensualidad del perreo también guarda el objetivo de ganar. Atención, miradas, tipos, minas, admiración, envidia. No me parece que haya que hacerse la otra, si en definitiva una creció bailando el meneaito arriba de una tarima.
Lo que me lleva a una conversación que hemos tenido ¿El goce puede ser una categoría política? ¿Qué límites tiene? ¿No es incluso ultraliberal y atomizante concebir la política como individuos buscando satisfacer deseos?
En primer lugar, estaría bueno recordar que no todo lo que hacemos los seres humanos tiene por qué satisfacer nuestros deseos. Es ridículo decirlo, incluso articularlo, pero hay un rechazo de plano de época a esas cosas que no generan una gratificación, una recompensa, un dividendo veloz, inmediato. Luego, no creo que el goce pueda ser una categoría política porque, mientras la política se funda en su dimensión social, el goce es insondable, inasible, escurridizo e imposible de predecir. En todo caso, puede haber política para las consecuencias de ese goce -recuerdo a Pino Solanas y su famoso discurso en la cámara baja al momento de debatir la IVE, ayer nomás, en 2020- si es que ese goce tiene un efecto social. En el debate por el aborto voluntario y legal estuvo claro, se trabajó discursivamente en función de eso. Por lo demás, me parece un absurdo ir a buscar política al morbo de unos, al kink de otros. Como escribió Florencia Lucione en una de sus notas en Vayaina Mag, no todo lo personal es político. Basta de ese cuento, basta de tomar de la que se vende. En esa dirección, a mí dame la cuestión de clase, ese páramo olvidado.