
Marina Silva, ministra de Medio Ambiente de Brasil, ha salido al cruce de las críticas que apuntan a un presunto aislamiento dentro del gobierno de Lula da Silva. En una entrevista reciente, Silva reconoció las tensiones internas, pero afirmó que sigue comprometida con su rol y con la defensa de una agenda ambiental robusta.
La funcionaria rechazó la idea de que haya una fractura irreversible entre su cartera y otros sectores del gobierno, como el de Energía o Infraestructura. Sostuvo que, pese a las contradicciones, sigue apostando al "diálogo" como herramienta para evitar retrocesos.
Uno de los principales logros que destacó la ministra fue la reducción del 32,4% en la deforestación de la Amazonia durante 2024, según datos del Informe Anual de Deforestación (RAD). Esta caída representa una señal positiva tras años de devastación acelerada bajo gobiernos anteriores.
No obstante, Silva advirtió que este logro podría verse socavado por medidas legislativas recientes. El Senado aprobó una ley que flexibiliza el licenciamiento ambiental, permitiendo que las empresas puedan auto-licenciar sus proyectos sin una evaluación rigurosa por parte de los órganos ambientales.
El otro frente que preocupa a Silva es la exploración petrolera en la región de la Foz del Amazonas. El Instituto Brasileño del Medio Ambiente (Ibama) aprobó recientemente el plan de Petrobras para iniciar la exploración en esta zona de alta sensibilidad ecológica.
Ambientalistas, científicos y organizaciones internacionales han advertido sobre los riesgos que implica este proyecto. La ministra, sin oponerse abiertamente, señaló que decisiones de este tipo deben analizarse a la luz de los compromisos ambientales asumidos por Brasil.
Durante una audiencia legislativa reciente, Silva fue blanco de comentarios misóginos y racistas por parte de senadores opositores. Lejos de replegarse, afirmó que su presencia como mujer negra en un puesto de poder es en sí misma una forma de resistencia.
La ministra defiende su trayectoria como activista ambiental y reafirma que no claudicará ante las presiones. "Mi compromiso es con la democracia y el medio ambiente", afirmó con firmeza.
Silva señaló que es crucial que el gobierno mantenga una política coherente: no se puede defender la sostenibilidad en foros internacionales mientras se promueven internamente proyectos que van en dirección contraria.
Insiste en que el país necesita instituciones fuertes para implementar las políticas ambientales, y un compromiso transversal que trascienda partidos y coyunturas.
El caso de Marina Silva revela la tensión estructural entre desarrollo económico y conservación ambiental en Brasil. Su figura encarna la lucha por equilibrar ambos intereses, aunque con más obstáculos que apoyos.
Su permanencia en el cargo dependerá, en buena medida, de la capacidad del gobierno de Lula para articular una visión integradora que no sacrifique la biodiversidad brasileña en aras de la rentabilidad extractiva.