
Lo que empezó como un cruce de tuits terminó en una de las peleas más feroces del año en Estados Unidos. Donald Trump y Elon Musk, dos hombres que se necesitan pero no se soportan, están enfrascados en una batalla pública donde sobran acusaciones de drogas, traiciones políticas y amenazas legales. El Partido Republicano tiembla, la carrera espacial con China se ve comprometida y hasta se habla de “reportar” al magnate por su estatus migratorio. ¿El pecado de Musk? Criticar a Trump. ¿El pecado de Trump? No tolerar críticas.
En la cúspide del poder estadounidense conviven dos galaxias: la del populismo de derechas y la de los magnates tecnológicos libertarios. Cuando esas órbitas chocan, las consecuencias no son simbólicas: pueden costar contratos multimillonarios, carreras políticas o incluso la supremacía aeroespacial.
El detonante fue un comentario de Musk sobre la ley presupuestaria estrella de Trump, a la que llamó “una abominación repugnante”. Un misil directo al corazón de la agenda económica MAGA. Trump no tardó en responder como sabe: con amenazas públicas, ironías crueles y advertencias sin filtro. Dijo que Musk estaba “drogado”, “fuera de control” y que "pagaría consecuencias muy graves".
Entre esas consecuencias figura una verdadera joya del estilo trumpista: según reportes del entorno del expresidente, se evalúa revisar la nacionalización de Musk —nacido en Sudáfrica—, su elegibilidad para licitaciones del gobierno y su posible colusión con “influencias antiamericanas”. Todo con aroma de venganza más que de Estado.
Mientras tanto, Tesla cayó un 14 % en bolsa tras el enfrentamiento, borrando cerca de 150 mil millones de dólares en valor bursátil. SpaceX, proveedor clave del Pentágono y la NASA, quedó en zona de riesgo por posibles congelamientos contractuales. La irónica paradoja: una pelea de egos masculinos multimillonarios podría hacer más por la carrera espacial china que cualquier agencia de Pekín.
Intentando contener el incendio apareció el senador y actual vicepresidente, J.D. Vance, quien hizo malabares retóricos: defendió a Trump, pidió “no exagerar con las acusaciones de Epstein” y rogó para que “Elon vuelva al redil”. Pero su frase revela una verdad incómoda: el trumpismo ya no tolera herejes ni genios excéntricos que piensan por cuenta propia.
Los aliados republicanos se dividen. Algunos, como Marjorie Taylor Greene, aplauden el castigo ejemplar a Musk. Otros temen que sin sus satélites, cohetes y billetera, la reelección de Trump pierda impulso real. Porque al final, como todo en Trumpworld, no se trata solo de política: se trata de lealtad y espectáculo.
Elon, por su parte, respondió en su estilo: entre memes, ironías y luego… un tuit borrado donde relacionaba a Trump con Jeffrey Epstein. Fue su Hiroshima digital, que generó una ola de repudio incluso entre anti-trumpistas. Vance lo calificó como “un error garrafal” y hasta desde Tesla salieron voceros a pedir moderación.
Mientras tanto, el reloj geopolítico sigue. China lanzó esta semana su nueva plataforma de abastecimiento orbital mientras Musk y Trump se insultaban. Todos coinciden en algo que es claro: "le están regalando a China la carrera espacial".
Lo curioso —y alarmante— es que esta no es una interna cualquiera. No es una pelea de candidatos, sino de estructuras: ¿puede sobrevivir el Partido Republicano si sus líderes se declaran la guerra abierta? ¿Puede una nación con ambiciones globales frenar sus propios avances tecnológicos por el berrinche de un expresidente y el capricho de un multimillonario?
La respuesta, por ahora, es un meme. Pero detrás del sarcasmo hay poder real. Trump controla el aparato del Estado y del partido. Musk, la infraestructura tecnológica crítica. Si se destruyen mutuamente, será más que un espectáculo de Twitter: será un golpe autoinfligido a la hegemonía norteamericana.