
Miguel Uribe Turbay fue baleado en pleno acto de campaña este sábado 7 de junio, en el barrio bogotano de Fontibón. El senador del Centro Democrático recibió dos impactos de bala, uno en la cabeza y otro en la pierna, y fue intervenido de urgencia en la Fundación Santa Fe. Su estado sigue siendo crítico, pero estable. Las imágenes del atentado conmocionaron al país, y el repudio fue inmediato.
La pregunta que sobrevuela a Colombia hoy es: ¿puede desligarse este acto de la escalada de violencia verbal que promueve el propio presidente Gustavo Petro? Uribe Turbay ha sido uno de los principales opositores al oficialismo. Fue uno de los impulsores del rechazo parlamentario a la consulta popular promovida por Petro, lanzada simbólicamente con la espada de Simón Bolívar, en un acto cargado de teatralidad mesiánica.
Desde su llegada al poder, el presidente Petro ha apelado a una narrativa polarizante, en la que la oposición es sistemáticamente tildada de enemiga del pueblo. Este tipo de retórica, que deshumaniza al adversario político, ha alimentado un clima de hostilidad que ahora se traduce en sangre. La figura de Miguel Uribe, joven dirigente de centro-derecha, se convirtió en blanco constante de los ataques discursivos del petrismo.
El hecho de que el agresor haya sido un menor de edad, armado con una pistola Glock, solo agrava el panorama. ¿Qué tipo de mensaje está recibiendo la juventud colombiana cuando la violencia se banaliza desde las máximas tribunas del poder? Las palabras tienen consecuencias, y en este caso, los discursos encendidos se convierten en detonantes.
Petro salió a defender anoche al sicario que atentó contra Miguel Uribe Turbay, pidió respeto por la vida del “niño”. Mientras que en otros países juzgan como adultos a menores que asesinan, Petro aboga por ellos y los trata casi de víctimas. ¡PETRO ES LO PEOR DE COLOMBIA! 🇨🇴 pic.twitter.com/Vdcqq09LKf
— Eduardo Menoni (@eduardomenoni) June 8, 2025
Uribe Turbay representa una generación de políticos que, sin renunciar a la firmeza ideológica, apuesta por la institucionalidad y el debate. Su oposición a Petro no ha sido desde el odio, sino desde la convicción democrática. A sus 39 años, con una trayectoria impecable, se perfilaba como uno de los candidatos más sólidos de cara a las elecciones de 2026.
El intento de asesinato es también un intento de silenciar una voz crítica. Pero la reacción ciudadana demuestra que la democracia colombiana sigue viva: marchas espontáneas, vigilias frente al hospital y un repudio transversal en la opinión pública dejaron claro que no hay espacio para justificar la barbarie.
Aunque Petro condenó el atentado, su reacción fue tíbia. No hubo autocrítica, ni reconocimiento del rol que su lenguaje ha jugado en la degradación del clima político. El petrismo, en vez de moderar sus formas, ha preferido sugerir conspiraciones o minimizar la gravedad del hecho.
En lugar de asumir responsabilidades, el oficialismo sigue sembrando sospechas y dividiendo al país. Mientras tanto, Miguel Uribe lucha por su vida. Y con él, la esperanza de que la política colombiana recupere el respeto por el adversario.
— Fundación Santa Fe de Bogotá (@FSFB_Salud) June 8, 2025
El atentado a Miguel Uribe no fue un hecho aislado: es el síntoma de un modelo político que desprecia la moderación y glorifica la confrontación. Si Colombia no logra detener esta deriva, el magnicidio volverá a convertirse en herramienta de disputa política. Hoy más que nunca, se impone defender la vida, la democracia y la decencia. Y en esa lucha, Miguel Uribe ya es un símbolo.