
Brasil ya no es el país católico que fue durante siglos. El último censo reveló que solo el 56,7 % de la población se declara católica, mientras que los evangélicos llegan al 26,9 %. Esta transformación no es solo estadística: está modificando la cultura, el lenguaje y los referentes sociales del país.
El auge de las iglesias evangélicas, especialmente pentecostales, responde a nuevas formas de identidad comunitaria, con un discurso centrado en la autosuperación, la fe cotidiana y una presencia intensa en medios y redes. Lejos de los templos monumentales, muchas de estas iglesias crecen en barrios humildes, donde ofrecen apoyo económico, emocional y social.
El evangelismo brasileño ha sabido dialogar con la cultura popular: programas televisivos, transmisiones en vivo, música góspel y pastores influencers construyen un imaginario moderno. La “teología de la prosperidad” resuena con las aspiraciones de una población que busca soluciones inmediatas a sus problemas.
Mientras tanto, la Iglesia católica, aunque sigue siendo mayoritaria, enfrenta desafíos internos y una pérdida de conexión con las generaciones más jóvenes. Su mensaje, percibido a veces como distante o institucional, no logra competir con la emocionalidad directa y accesible de los nuevos cultos.
🚨VEJA: “O Brasil está se tornando um país evangélico”, diz Poliana Abrita no #Fantástico ao noticiar sobre o aumento de igrejas evangélicas no Brasil.
— CHOQUEI (@choquei) April 7, 2025
Uma pesquisa registrou 145 mil igrejas evangélicas no Brasil, com uma média de 5 mil novas inaugurações por ano. A maioria… pic.twitter.com/nwLEXXGMul
La expansión evangélica ha modificado también los símbolos de poder. Desde la estética urbana hasta el lenguaje político, se impone una cosmovisión basada en valores conservadores, meritocráticos y religiosos. Los “testimonios” personales reemplazan la liturgia; los pastores, a veces, desplazan al maestro o al líder barrial.
En las favelas, en la televisión, en el Congreso: el evangelismo no solo crece, sino que influye. Y en ese avance, el catolicismo pierde terreno como pilar identitario nacional, dando paso a un país más diverso pero también más fragmentado.
Brasil asiste a un cambio profundo de su alma colectiva. El auge evangélico no debe entenderse solo como un fenómeno religioso, sino como una reconfiguración cultural de largo alcance, que afecta desde la subjetividad hasta el poder político. El reto no es solo para la Iglesia católica, sino para todo el sistema institucional que deberá aprender a dialogar con una nueva mayoría emocional y movilizada.