
Durante una cumbre en Brasilia con líderes de la Comunidad del Caribe (CARICOM), el presidente Luiz Inácio Lula da Silva alzó la voz por Haití, exigiendo una revisión estructural de la misión internacional de seguridad en ese país. Brasil, que lideró en el pasado una misión de paz de la ONU en Puerto Príncipe, propone ahora que el operativo encabezado por Kenia sea reformulado o reciba financiamiento directo de Naciones Unidas. Su argumento es claro: sin estabilidad, no habrá ni elecciones ni reconstrucción.
El respaldo caribeño fue inmediato. Pero detrás del gesto regionalista hay una intención diplomática más amplia. Lula busca reposicionar a Brasil como actor global comprometido con la gobernanza regional, pero evitando repetir errores del pasado, cuando la presencia militar brasileña en Haití fue cuestionada por su rol en la crisis del cólera y otras violaciones de derechos humanos.
Aunque el discurso brasileño invoca principios de solidaridad y cooperación Sur-Sur, el pedido de Lula apunta también a un rediseño del modelo de intervención internacional. En vez de una operación voluntaria limitada, propone una misión robusta, institucionalizada, capaz de sostenerse con financiamiento estable y reglas claras.
Esta postura refleja un dilema persistente: ¿cómo ayudar a Haití sin imponer? En ese punto, la presión de Lula también es indirecta hacia los países del Consejo de Seguridad que frenan la formalización de la misión. Rusia y China, con poder de veto, se resisten a aprobar una intervención más ambiciosa, mientras el crimen transnacional se expande desde el vacío institucional haitiano.
Brazil's Lula joins growing chorus of calls to overhaul Haiti security mission https://t.co/4VJNCUIvMF
— The Straits Times (@straits_times) June 13, 2025
El gesto de Lula revela una lectura doble: responsabilidad con Haití y reposicionamiento regional de Brasil. Por un lado, reafirma el compromiso de Brasil con la estabilidad caribeña, apelando a su experiencia histórica en la región; por otro, busca consolidar liderazgo diplomático en un contexto de vacilaciones multilaterales.
Además, lanza una advertencia implícita al sistema internacional: sin un rediseño operativo y compromiso financiero sostenido, el colapso institucional de Haití podría desbordar hacia nuevos focos de violencia, migración forzada y crimen transnacional. Más que una misión aislada, lo que está en juego es la capacidad colectiva de responder con coherencia y eficacia ante una crisis prolongada que interpela a todo el hemisferio.