
Camila Magalí Cardozo tiene 22 años y no actuaba sola. Bajo nombres falsos como “Delfina”, “Cande” o “Magui”, tejía desde su celular los primeros hilos de una red criminal que en pocos meses acumuló víctimas, transferencias bancarias y objetos de lujo. Detrás del atractivo juvenil y el lenguaje seductor de las redes, se escondía una estructura criminal que tenía como eje familiar a su madre, Romina Elizabeth Cardozo (39), y como cómplice recurrente a su amiga Celeste Ayelén Benítez (23).
La mecánica era precisa. Contactaban a hombres por aplicaciones de citas o redes sociales, concertaban un encuentro íntimo en domicilios particulares o departamentos preparados para el engaño, y allí desplegaban una combinación letal de seducción, manipulación, drogas y violencia. Cuando las víctimas despertaban —si es que recordaban algo— ya era tarde: sus objetos de valor, celulares, computadoras y dinero habían desaparecido.
La fiscalía los llama “robos en poblado y en banda con suministro de estupefacientes”. Pero lo cierto es que se trataba de una trampa meticulosamente planeada, en la que los roles estaban definidos: Camila captaba, Romina recibía el dinero y Celeste ayudaba a ejecutar los robos. A veces participaban hombres armados, otras veces el adormecimiento químico era suficiente.
En uno de los casos, Camila y una cómplice acordaron encontrarse con un hombre en Flores, lo sedujeron y lo convencieron de llevarlas a su departamento en Monserrat. Ya en el lugar, sugirieron invitar a una tercera mujer: “Maca”. La bebida fue gin. El resultado: una casa desvalijada y un hombre inconsciente, sin notebook, celular, caja fuerte ni joyas. Incluso se llevaron su pasaporte.
Otra víctima fue asaltada en un edificio de Villa Soldati tras un mes de conversación por Badoo. Fue asaltado por tres hombres con armas y obligado a transferir $365.000 a una cuenta de Mercado Pago a nombre de Romina Cardozo. En ese mismo domicilio, otro hombre cayó en una trampa idéntica semanas después: esta vez, le robaron el celular y lo forzaron a entregar $52.000.
En el último episodio registrado, Camila actuó sola al principio. Citó a un hombre en Colegiales, cenaron juntos, bebieron vodka con energizante, y luego él perdió el conocimiento. Cuando despertó, la lista de objetos robados incluía una MacBook, una cámara Nikon, un monitor y hasta las llaves de su casa. Las cámaras de seguridad luego mostrarían a las sospechosas retirándose del edificio con valijas repletas.
La trazabilidad digital de las transferencias y los análisis de redes sociales permitieron reconstruir los pasos. Las huellas digitales de Camila en una botella de vodka y las imágenes de las cámaras de seguridad sellaron la prueba.
Para el fiscal Leonel Gómez Barbella, el grupo funcionaba como una asociación ilícita, con un esquema estable, roles definidos y un objetivo claro: extraer valor bajo el disfraz de un encuentro íntimo. “No era casualidad, ni oportunidad: era organización”, sostuvo en el requerimiento.
En una decisión inédita para este tipo de delitos, la fiscalía también solicitó la extracción de ADN de las imputadas para incorporarlo al Registro Nacional de Datos Genéticos, amparándose en una reforma reciente que amplió ese registro a delitos contra la propiedad.
LN