20/06/2025 - Edición Nº864

Internacionales

Fe monumental

Brasil compite por el cielo con el Cristo católico más alto del mundo

19/06/2025 | En un país donde el catolicismo pierde fieles, varias ciudades impulsan gigantescos monumentos religiosos para atraer turismo y reafirmar presencia simbólica.



Brasil se ha convertido en el escenario de una curiosa competencia: quién erige la estatua católica más grande del mundo. En distintos rincones del país, desde Santa Cruz, en Rio Grande do Norte, hasta São Miguel Arcanjo, en São Paulo, las autoridades locales promueven proyectos monumentales que buscan combinar devoción, identidad local y desarrollo económico. A pesar de la caída sostenida del número de católicos —del 65,1 % en 2010 al 56,7 % en 2022—, la fiebre por levantar gigantes de concreto con forma de Cristo, vírgenes y santos no se detiene.

En Encantado, una pequeña ciudad del sur, ya se inauguró el Cristo Protetor, de 43 metros de altura, que supera al célebre Cristo Redentor de Río de Janeiro. Pero no es el único. En Santa Cruz, la imagen de Santa Rita de Cássia, con 56 metros de alto, se ha convertido en el punto central de una romería que convoca a más de 100.000 visitantes cada mayo. Y hay más en camino: Santa Ana (57 metros), San Miguel Arcángel (70 metros) y la ambiciosa Nuestra Señora de la Concepción, que aspira a alcanzar los 80 metros, son parte de un fenómeno emergente que entrelaza fe y estrategia territorial.

Una respuesta al avance evangélico

El auge de estas esculturas monumentales no puede entenderse sin considerar el contexto de la pérdida de terreno del catolicismo frente al crecimiento evangélico. Actualmente, los evangélicos representan cerca del 27 % de la población brasileña y continúan expandiéndose, especialmente en áreas urbanas. En respuesta, sectores conservadores del catolicismo promueven una suerte de "contrarreforma tropical", según analistas religiosos, buscando reafirmar su identidad mediante símbolos potentes y altamente visibles.

Estas construcciones no son simples expresiones de fe: son mensajes visuales y políticos. Los monumentos buscan reconectar con el Brasil profundo, rural y devoto, desplegando una narrativa de arraigo y pertenencia que contrasta con el pragmatismo doctrinal de muchas iglesias evangélicas. En palabras de un teólogo citado por El País, "el catolicismo brasileño está construyendo templos a cielo abierto para no desaparecer".

Turismo religioso y economía local

Más allá del aspecto espiritual, estas estatuas se convierten en motores de turismo. La inversión, que puede rondar los cinco millones de reales por monumento, se justifica por su retorno económico. Municipios antes desconocidos logran posicionarse en rutas de peregrinación y atraer miles de visitantes. Santa Cruz, por ejemplo, vive un auge hotelero gracias a Santa Rita de Cássia, lo que ha dinamizado su economía local.

En muchos casos, los proyectos se financian con fondos públicos, donaciones privadas o esquemas mixtos, lo que ha generado debates. Sin embargo, sus defensores insisten en que no se trata solo de gasto, sino de una apuesta por el desarrollo regional. Las imágenes se convierten en emblemas turísticos, contenidos virales y símbolos de identidad colectiva.

Arquitectura como acto de fe

Los escultores detrás de estas obras, como Ranilson Viana, autor de la estatua de Santa Ana, plantean sus proyectos como desafíos tanto técnicos como espirituales. No se trata solo de levantar estructuras colosales, sino de dotarlas de funcionalidad simbólica: muchas incluyen miradores, ascensores, centros de interpretación religiosa o explanadas para miles de fieles.

El resultado es una arquitectura devocional del siglo XXI, que incorpora elementos de espectáculo y turismo a la tradición católica. Las figuras ya no son únicamente objetos de veneración, sino también plataformas de experiencia. En un país tan vasto y diverso como Brasil, estas esculturas funcionan como faros culturales en zonas muchas veces olvidadas.

Cuestión de fe 

La fiebre brasileña por construir estatuas católicas monumentales representa, al mismo tiempo, una expresión de resistencia religiosa y una estrategia de reconversión territorial. En un contexto donde el catolicismo se siente acorralado por el avance evangélico, el recurso a símbolos visibles puede entenderse como una forma de marcar presencia, reencantar fieles y reconfigurar el mapa religioso desde lo visual y lo emocional. Se trata de una batalla cultural que utiliza el cemento como herramienta de evangelización.

Sin embargo, la apuesta no está exenta de tensiones. La combinación de fondos públicos, fervor religioso y cálculo turístico puede derivar en clientelismo, populismo estético o incluso conflictos interreligiosos. Lo que está en juego no es solo el tamaño de una estatua, sino la disputa por el alma de Brasil, un país que todavía busca en el cielo sus certezas terrenales.

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