
por Mikel Viteri
Machado pidió sanciones más severas a Washington y a la comunidad internacional, argumentando que “Venezuela no es solo una crisis humanitaria y democrática, sino una plataforma de amenazas geoestratégicas contra Occidente”. Según afirmó, el régimen de Nicolás Maduro no actúa solo: coopera estrechamente con Irán y Rusia y funge como enclave operativo de actores hostiles a las democracias liberales.
La alianza entre Caracas y Teherán ha evolucionado en dos décadas, consolidándose en los sectores energético, militar y tecnológico. Aunque ambos países mantienen relaciones diplomáticas desde la fundación de la OPEP en 1960, fue durante los gobiernos de Hugo Chávez y Mahmud Ahmadineyad cuando la relación adquirió un carácter estratégico.
Más de 400 acuerdos han sido firmados entre ambas naciones, incluyendo una cooperación energética que implicó el intercambio de crudo venezolano por gasolina iraní, así como oro a cambio de aditivos químicos sancionados. Además, altos funcionarios iraníes han adquirido propiedades en Venezuela, y miembros de la élite persa han recibido promesas de asilo en caso de inestabilidad interna en Irán.
El nexo entre Venezuela e Irán incluye también el soporte a Hezbollah, organización designada como terrorista por Estados Unidos y otros países. Según reportes de inteligencia de Estados Unidos, altos funcionarios venezolanos han emitido pasaportes falsos a militantes de Hezbollah y facilitado redes de tráfico de drogas y lavado de dinero. La isla de Margarita, en el noreste venezolano, funciona como centro de entrenamiento paramilitar y refugio para células activas de Hezbollah.
El desarrollo de tecnología de drones iraníes se ha consolidado en la base aérea El Libertador, donde se producen y entrenan modelos como el ANSU-600 (Mohajer-6), con capacidad de ataque aire-superficie, y el ZAMORA V-1 (Shahed-131), de misiones suicidas. Estos avances han sido posibles gracias a la asistencia directa de la Fuerza Quds, unidad élite de la Guardia Revolucionaria iraní, desplegada activamente en Venezuela desde 2020.
Irán ha mostrado un especial interés por los yacimientos de uranio en el sur de Venezuela, especialmente en Bolívar y Cojedes. Según informes de inteligencia y medios europeos, empresas iraníes operan minas con supuestos fines auríferos, pero el uranio sería transportado encubiertamente. Parte de esta logística incluiría vuelos operados por Conviasa, aerolínea estatal venezolana sancionada por EE. UU., que ha sido señalada por transportar agentes iraníes, armamento y materiales prohibidos.
🇻🇪 “Para desmantelar las redes de Irán y del terrorismo islámico hay que desmantelar las operaciones que ocurren en Venezuela” dice María Corina Machado (@MariaCorinaYA) hoy 18 de junio a @napoleonbravo.
— Rafael Santiago (@SantiagoRafa11) June 18, 2025
Entrevista completa: https://t.co/DOTennORzy pic.twitter.com/JogeJJb7aY
Venezuela se ha convertido en un nodo estratégico para los intereses iraníes en América Latina. Esta alianza no solo erosiona los fundamentos de la democracia en la región, sino que ofrece una base operativa para actores hostiles a pocos kilómetros de EE. UU. Tanto María Corina Machado como el senador Marco Rubio han advertido que esta colaboración representa una amenaza de seguridad hemisférica tangible y creciente.
Las implicaciones van más allá de la geopolítica tradicional: se trata de un régimen sancionado que, con apoyo iraní, desarrolla drones, acoge células terroristas y explora uranio a espaldas del sistema internacional. No es exagerado plantear que Venezuela podría ser, hoy, la plataforma más cercana desde donde Teherán pueda proyectar poder asimétrico hacia el continente americano.