22/06/2025 - Edición Nº866

Opinión


El Peronismo hoy

El día después

22/06/2025 | La condena, el acto y las voces de siempre revelan algo más profundo: un movimiento sin organización real, atrapado entre la nostalgia y la repetición.



El pasado jueves 19 de junio, durante los ocho minutos que duró su mensaje, Cristina Fernández de Kirchner habló sin poder mostrarse. Según La Nación, la escucharon 158.000 personas; según C5N, un millón. La cifra, como siempre, depende del credo. La movilización y el discurso fueron la respuesta inmediata a la ratificación de su condena en la causa Vialidad: seis años de prisión domiciliaria en San José 1111, Constitución. Axel Kicillof se apresuró a declarar en X: “Esto es lo que pasa en la Argentina de Milei, una Argentina donde se encarcela y se persigue al que piensa distinto”. Tolosa Paz, mientras tanto, vio renacer la esperanza: “Nunca pudieron. Cada vez vamos a ser más. Vamos a volver. Vamos a volver con más sabiduría”. Juan Grabois eufórico sentenció: “Argentina con Cristina. ¡Venceremos!”. Fue un acto sin cuerpo, pero con todas las voces de siempre. No pareció una despedida, fue el enésimo amague de regreso.

Hace más de dos semanas que el foco está puesto sobre Cristina Kirchner. Algunos la acusan de victimizarse, otros la santifican, y no faltan quienes quisieran verla sacrificada. Pero lo cierto es que sigue siendo la principal obsesión de la agenda política nacional. Primero fue el anuncio de su candidatura en la Tercera Sección Electoral, luego la sentencia de la Corte, y finalmente la masiva marcha a Plaza de Mayo. Entre las columnas más visibles del jueves estuvieron ATE, la CTA, la UOM y La Bancaria. También dijeron presente partidos de izquierda como Patria Grande, el Comunista Revolucionario y el Nuevo MAS. Incluso Principios y Valores -críticos acérrimos del Frente de Todos- marcó presencia. Los grandes ausentes fueron la CGT y la mayoría de los gobernadores peronistas, que prefirieron mantenerse en sus distritos. De los 98 diputados de Unión por la Patria, solo 31 asistieron; de los 34 senadores, apenas 20. Seis gobernadores firmaron su respaldo en la sede del PJ nacional: Kicillof (PBA), Insfrán (Formosa), Zamora (Santiago del Estero), Ziliotto (La Pampa), Quintela (La Rioja) y Melella (Tierra del Fuego). Sin embargo, solo dos de ellos -Kicillof y Quintela- estuvieron en la plaza. Justamente los dos que, paradójicamente, se mostraron más dispuestos a discutir el liderazgo de CFK.

Organización y tiempo

Juan Domingo Perón, el 2 de agosto de 1973, durante un discurso pronunciado en la residencia presidencial de Olivos y dirigido a gobernadores de provincia, en el marco del intento de Pacto Social de por entonces, dijo: “Hay que recordar, señores, que mientras los movimientos gregarios mueren con su inventor, los movimientos institucionales siguen viviendo aún cuando desaparezcan todos los que lo han erigido. Porque el hombre no vence al tiempo; la organización es lo único que puede vencerlo.”

El discurso lleva como título “Gobernar es persuadir” y es el responsable de haber hecho canon la máxima peronista “la organización vence al tiempo”. Pero entonces cabe preguntarse: ¿qué tiempo?, ¿qué tipo de organización? ¿Aquella que responde a una conducción centralizada, con organicidad y doctrina? ¿O aquella otra, más difusa, hecha de afectos, intuiciones y movimientos espontáneos? La multitud que se movilizó para protestar por la prisión que dictó el Tribunal Oral Nº 2 no pareció responder a una estructura clásica ni a un llamado formal, sino a una pulsión compartida, a una alarma colectiva que se propagó como un murmullo creciente hasta desbordar las calles. Pero ¿puede eso convertirse en plataforma de algo más? ¿Puede saltar del gesto defensivo a una estrategia de futuro? La historia, por ahora, permanece abierta, pero podemos afirmar que los tiempos que corren están muy lejos de aquel 17 de octubre, de la Resistencia peronista, o incluso del más reciente “Resistiendo con aguante”.

Hoy la plaza ya no parece ser la síntesis del pueblo, ni la organización es necesariamente un aparato vertical con cuadros formados y jerarquías claras. Las lealtades son más frágiles, los sentidos comunes más fragmentarios, la épica más dispersa. La política, cada vez más atravesada por el espectáculo y la inmediatez, parece correr detrás de los acontecimientos, en lugar de organizarlos. Y sin embargo, hay algo que persiste: la calle como territorio, como lenguaje que aparece cuando otros se agotan. Tal vez ya no se trate únicamente de vencer al tiempo, sino de volver a darle sentido. Y para eso, quizás haya que repensar qué entendemos por organización, por persuasión, por victoria.

El viejo líder continúa diciendo: “Yo ya dejaré de ser el factótum, porque ya no es necesario que haya factótums. Ahora es necesario que haya organizaciones; crear un Consejo Superior, que será el verdadero encargado de la dirección y de la conducción del Movimiento Peronista.” y continua, “Ese Consejo Superior será realmente representativo. Ya no seguiremos con el procedimiento del dedo, porque eso no va a ser eficaz. Ahora tenemos que empezar con el procedimiento del voto que haga verdaderamente representativo el instrumento que ha de manejar, dirigir y conducir el Movimiento Peronista.”

Setenta años después, esas palabras resuenan como un eco incómodo. Porque mientras Perón llamaba a reemplazar el dedo por el voto, hoy asistimos a una política donde el dedo sigue operando, aunque disfrazado de interna en un contexto donde la mitad de los argentinos no se molesta en ir a votar. La idea de una conducción colegiada fue sepultada por una tecnoestructura que funciona como cámara de eco, donde los nombres se repiten sin renovación y los diagnósticos circulan entre convencidos. La maquinaria partidaria se ha convertido en una fábrica de efemérides, un dispositivo que administra la nostalgia, pero que no organiza el porvenir. A veces parece que la reconstrucción ni arrancó, que la renovación es apenas una palabra vacía, dicha con tono grave para simular profundidad. Hay una estetización de la mezquindad, una forma casi artística de disfrazar el cálculo como estrategia, la cobardía como prudencia, la parálisis como madurez. Pero ¿cómo se puede pretender cambiar la Argentina sin poder cambiar siquiera un partido político?

“Hay dos enfermedades: la nostalgia y la utopía”, dice Sebastián Porrini. Tal vez estemos atrapados entre ambas: un pasado idealizado que ya no volverá y un futuro que nadie se anima a nombrar. Pero mientras tanto, la política no organiza, no persuade, no transforma. Solo administra. Y el tiempo, ese que la organización debía vencer, empieza a agotarse.